Prefacio

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Como cualquier tarde de otoño las gotas de lluvia pasaban a aceleradas velocidades por el vidrio de la ventana del auto. El frío de afuera era sorprendente «Este doce de noviembre presenciamos una de las lluvias otoñales más frías en los últimos años...», y el hombre de la radio no se equivocaba, parecía más bien una lluvia invernal. Aunque no era solo la temperatura del ambiente lo que llevaba escalofriadas a todas las personas que se dirigían hasta el cementerio.

La pérdida de Eleanor Rosell fue significante en extremo para un gran número de tíos, primos y hermanos. Sin embargo, los que seguían tan atónitos que casi no podían hablar eran su viudo esposo Trevor y su hijo Sam.

El pequeño apenas entendía lo que pasaba, y al escuchar una frase tan dolorosa como «tu madre no volverá», su frágil corazón se ensombreció, dejando una estela de sufrimiento incomprendido.

— Papi — el pequeño Sam llamó a su padre con la mirada perdida en las gotas de lluvia que se aferraban al vidrio.

— ¿Sí, hijo?— Indagó su padre con voz cortada.

— ¿Por qué Ellie no vino con nosotros?

Esta pregunta no mejoró el estado de Trevor; al contrario, terminó de quebrar su corazón. Se limitó a responderle que la verían al llegar al cementerio, aunque ambos sabían que eso no iba a suceder. La pequeña de cabello rojizo no volvería a iluminar jamás los pasillos de una casa, ahora vacía, con su reluciente andar y su dulce hablar. Al igual que no volvería jamás aquella mujer de ojos azules que hacía florecer hermosas rosas en un huerto marchito con solamente su imponente y amorosa presencia.

La vida de Trevor y Sam no volvería a ser la misma con la ausencia de las dos mujeres que más amaban.

Cantos de AleruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora