Parte única

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— ¡Ven! Apúrate ¡Corre!

— ¡Ya voy! No me presiones.

— Si no lo hago ya no las veremos volar...




Correr.

Brincar.

Caer.

Reír.

Eso era todo lo que hacíamos siempre. Nacimos en el mismo hospital, pero con un año de diferencia, incluso creo que nos recibió el mismo doctor. Ya hace algunos ayeres de eso.

Yo, hoy, todavía tengo en mi memoria todos los momentos que pasamos juntos. Desde que nos encontramos cuando yo tenía siete y tú seis. Ese día nos dieron una buena tunda nuestras mamás. Aunque pensándolo bien ahora no las culpo. Solo a nosotros se nos ocurrió jugar guerritas en un día lluvioso, y creer que el mejor refugio era el lodo, grave error.

Ese día no solo nos volvimos los mejores amigos, sino que nos convertimos en algo mucho más grande, nuestras almas se volvieron una.

Compartíamos todo, desde esas extrañas frituras con sabor a plátano que vendían en la tienda de la esquina, hasta el jugo de manzana que mi mamá insistía en que llevara a la escuela. Aunque debo confesar que secretamente me encantaba poder intercambiar mi sándwich de atún por tu espagueti. Creo que la última vez que lo probé fue... ya no lo recuerdo.

También recuerdo el primer tatuaje no oficial que nos hicimos, cuando aquella vez que me caí de ese árbol de manzanas, me hice una cortada muy fea y tú al ver que yo no dejaba de llorar tomaste una piedra y la frotaste tan fuerte sobre tu brazo, que lo hiciste sangrar también... y entonces me dijiste "ahora estamos iguales" y comenzaste a llorar junto conmigo.

¿Sabes? A veces quisiera poder tener una máquina del tiempo y ser más valiente frente a ti, poder decirte todas esas cosas de las que ahora soy consciente pero que en su momento callé por miedo. Miedo a que me juzgaran, miedo a no saber qué contestarles a mis padres cuando me preguntaran, lo cual es irónico porque ahora que lo saben soy muy feliz. Por esa parte te pido perdón, perdón porque sé que tú ya lo sabías, pero el porqué, no me lo dijiste, eso no lo sé. Tal vez las cosas hubieran sido diferentes, o tal vez no.


Es tan cierto eso que dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Yo lo aprendí de la peor manera, especialmente porque creemos tener todo el tiempo del mundo, cuando no lo es.

A mi mente llegan todas esas veces en las que por las noches, cuando acampábamos en el patio de tu casa a tres de la mía, nos proponíamos quedarnos despiertos a ver las estrellas, esperando ver una estrella fugaz y pedir un deseo, pero siempre nos quedábamos dormidos antes de las diez.

Éramos un poco incongruentes en ese entonces, pero también era justo. Creíamos que nuestra vida era la mejor, aunque solo fuéramos unos niños.

Tampoco olvido tus consejos de sabio, que no servían para nada cuando me decías como poder arreglar la cadena de mi bicicleta y al final terminábamos usando la tuya, hasta que también se arruinaba y teníamos que ir con mi papá para que nos la arreglara.


Siempre estuviste conmigo, incluso después de que mis padres comenzaran esas absurdas peleas porque mi hermana salió embarazada y su novio no quiso hacerse el responsable. Hasta llegamos a planear juntos como entrenaríamos a mi sobrino para que nos hiciera los mandados.

El Vuelo de la Mariposa [Markson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora