Ubloo

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En mi vida pasada fui psiquiatra, y joder, uno bastante bueno.

Es difícil decir lo que hace a un psiquiatra bueno en lo que hace. En mis primeros años gané mucha experiencia en el negocio, y, no mucho después, casi tuve más clientes de los que podía manejar. No estoy diciendo que un suicida que entrara a mi consultorio tendría la vida resuelta en un día, pero mis clientes confiaban en mí, y yo realmente sentía que los ayudaba. Me volví altamente recomendado, y el costo de mis consultas subió también, así que estaba acostumbrado a pacientes de «alto nivel».

No estoy seguro de cómo los Jennings me encontraron, pero supongo que fueron dirigidos en mi dirección por sus previos psiquiatras, ya que muchas veces ese es el caso; alguien entra a tu oficina y, por cualquier razón, eres incapaz de ayudarlo, así que tienes que hacerle algunas remisiones.

Un día recibí una llamada de Gloria Jennings, una señora de dinero dueña de varias propiedades, que quería que tratara a su hijo Andrés. Al parecer, ningún psiquiatra del estado hasta ahora había podido tratar el caso del muchacho, y yo era su última opción.

Andrés era el típico drogadicto, lo suyo era la heroína. Como cualquiera en mi campo, puedo decirte que tratar a este tipo de personas es un dolor de cabeza; si no están sobrios, estarán drogados y no se podrá razonar con ellos.

No lo hubiera tratado de no ser porque la señora Jennings me ofreció el doble de la cantidad que yo normalmente cobraba; no podía negarme. Fue la peor decisión que he hecho en mi vida.

Conocí a Andrés un lunes en la mañana. Por experiencia, sé que los de su tipo se retrasan en sus citas, en el mejor de los casos ni siquiera aparecen y tienes una hora libre, pero Andrés llegó quince minutos antes.

Ciertamente, parecía todo un heroinómano. Bolsas bajo los ojos, cabello desordenado y barba descuidada. Parecía tener alrededor de veinte años, era alto e inexplicablemente delgado, llevaba puesta ropa muy holgada que solo acentuaba aún más su delgadez.

Le di la bienvenida a mi oficina y le ofrecí asiento. Se sentó y empezó a frotarse las manos y a explorar la oficina rápidamente con sus ojos; se veía ansioso.

Por mi privacidad, me referiré a mí mismo como doctor A.

—Así que, Andrés, soy el doctor A. Cuéntame un poco de ti.

Por primera vez me miró a los ojos. Vaciló por un momento y después habló.

–Mire, esta es la octava o novena vez que empiezo con rodeos, así que solo iré al grano. Mi mamá probablemente le dijo que uso drogas, y así es. Uso heroína y cocaína si puedo obtenerlas.

Abrí la boca para preguntarle si alguna vez las usa ambas al mismo tiempo y explicarle lo peligroso que es combinarlas, pero se me adelantó.

—No, siempre las uso separadas, no soy idiota —dijo.

—No pienso que seas idiota —mentí—. He conocido a muchos en tu situación, créeme.

Andrés no paraba de mirarme. Le hice la obvia siguiente pregunta.

—¿Por qué consumes?

—Bueno, las noches que no quiero dormir, uso cocaína —dijo mirando al suelo y frotando sus manos—, y las noches que no quiero soñar, uso heroína.

—Perdona, ¿las noches que no quieres dormir usas cocaína? —pregunté, solo para asegurarme.

—Correcto, doctor —dijo, volviendo su mirada hacia mí.

—¿Por qué no quieres dormir, Andrés?

—Porque no quiero ver a Ubloo —respondió (pronunciando «ublu»), registrando mi reacción a esa palabra.

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