"La vida sigue". CAPITULO 3

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La madre de Guillermo lo tomo por el brazo y le abrazó ofreciéndole un calor y ternura, intentaba no llorar y sucumbir a la desesperación, sabía que tenía que mantener el control para poder ayudar a su pequeño...Guillermo le abrazó fuerte, buscaba desahogarse, sacar todo su dolor con lagrimas, con gritos, sus ojos no hacían más que derramar gotas agrias, llenas de un inmenso vacío, un vacío que yacía en su corazón...
Veronica, la madre de Guillermo lo guió a la habitación sin soltarse de su abrazo y con dificultad tomo la maleta que anteriormente intentaba hacer. Se separó de Guillermo y vio sus ojos aguados y llorosos como le pedían una explicación, una explicación que ella iba a conseguir en cuanto tuviese tiempo.
Termino ambas maletas y guardaron todo lo que pudieron del resto de la casa, ya que no tenían mucho, no les costó tiempo.
Caminaron a la puerta con pasó inseguro, intentando no mirar el cuerpo sin vida de aquel pobre hombre, de aquel hombre que tantas alegrías y esfuerzos había traído al mundo de ambos.

-M-ma...- una rasposa y casi irreconocible voz, salió de la lastimada garganta de Guillermo

-no-no podemos dejarlo ahí...- cada palabra que decía era compensada con miles de lágrimas en su rostro totalmente triste.

-llamare a la policía desde un numero público, Pero es mejor sacarte de aquí, no sabemos si decidan volver.- Las palabras inseguras de veronica no hicieron más que inquietar a Guillermo, quien lo veía con sus pequeños ojos y solo podía soltar hipidos como respuesta.

Salieron de la casa y caminaron algunas cuadradas, dejando atrás su hogar, su pequeño y humilde hogar.
Se detuvieron delante de un teléfono y al disponerse a marcar a la policía con un nudo en la garganta y una gran astilla clavada en el corazón de esa desgastada madre, un auto salió de la nada, tenía vidrios polarizados, era bastante alto y de un color obscuro como la noche, esa obscuridad que ahora le dolía tanto, paro en seco, a lado de ellos, dejando al pobre chico sin aire y con los ojos como plato. Veronica tomó la mano de su hijo con fuerza, esperando lo peor, uno de los vidrios de ese lujoso carro, el cual era lo doble de Guillermo, fue bajando lento y tortuosamente, como si la otra persona no tuviera la más mínima prisa por lo que iba a decir, o hacer...
Observaron a un elegante hombre con traje, un peinado bastante arreglado, rostro sin emociones y unos lentes negros al igual que su auto.

-¿Verónica Díaz?, ¿Guillermo Díaz?- su voz era ronca, intimidante y les miraba sobre los lentes obscuros con la misma expresión de un principio, sin emociones.

-s-si...- miraron ambos al hombre y vacilaron un momento. Aunque quizá...Veronica tenía una idea de que estaba ocurriendo, al ver a ese hombre, esa camioneta, y esos sentimientos...

-acompáñenme...- soltó con su voz fría y áspera sin despegarles la mirada.

-te-tenemos que llamar a la policía...m-mi papá...- Guillermo intentaba que su voz sonara segura, pero solo recibía balbuceos de su intimidada boca.
El señor alzo una ceja incrédulo y les fulminó con la mirada a ambos.

-vamos hijo...- susurró la mujer y ambos subieron al carro con aspecto sospechoso.
Durante todo el camino verónica no dejaba de ver al hombre, pero no era una mirada de amor, ni de miedo, si no de rencor, de odio. Ella en ese momento comenzaba a unir piezas. Tomaba con fuerza la mano de su hijo, temiendo a que pudieran apartarlo de ella.

Llegaron a una gran mansión, una casa gigante, con muchas puertas de colores brillosos, con un inmenso jardín el cual contaba con diversas flores de todos los colores, entre ellas se encontraban los hermosos tulipanes, la flor preferida de Guillermo, y de su padre...
Llegaron a una reja que les separaba del "paraíso", a los ojos de Guillermo, el cual sus mirada se había quedado fijos en esas flores, esas flores en su mayoría amarillas.
El hombre de negro, le dio un código al de la entrada, el cual tenía pinta de ser un sirviente ya que usaba un traje y una boina como de policía.
El señor de la boina abrió la reja y dejo pasar al gigantesco carro con sus dos acompañantes dentro.
Al llegar a la gran casa, Guillermo no dejaba de sorprenderse, veía una fuente grande y majestuosa de una sirena, con algunos peces de cemento a su lado y agua corriendo por todos lados.
El auto Volvió a detenerse y el señor marco un número.

-si...ya están aquí. ¿Como?, vale, vale- Veronica intentaba respirar hondo, no sabía lo que le esperaba en esa casa, pero sabía perfectamente de quién era...

Les abrieron la puerta dos personas idénticas a la de la reja en cuanto a vestimenta. Ellos bajaron y se quedaron en absoluto silencio, no sabían que hacer, como responder a ello, donde ir...

-Vengan...- dijo cortante el elegante hombre y les guió hacia el interior de la mansión.

Guillermo miraba con sus rojos y vidriosos ojos todo a su alrededor y aspiraba un hermoso olor a limpio y perfume caro.
Entraron a una habitación que parecía una oficina y la señora de ojos verdes se puso a la altura de Guillermo.

-Espérame aquí, no rompas nada y no hables con nadie, ya regreso- beso su frente en modo de protección y le dedico un muy ligera y rota sonrisa.
Guillermo asintió y miro como su madre entraba a aquella oficina con puertas de roble y paredes de color vino.

El chico de 10 años se encontraba jugando con sus manos mientras se sentaba en una silla que estaba en un rincón de aquel gran pasillo. Sus ojos no dejaban de lagrimear y los recuerdos no le daban tregua, todo era tan reciente, tan real, tan doloroso...

Escucho gritos desesperados por una de las habitaciones de ese pasillo y decidió ir a ayudar a quien fuera que estuviese Gritando.
Abrió la enorme puerta de una habitación especialmente blanca y pura, con una gran puerta de roble brillante y pretensiosa, poso sus manitas en el picaporte vacilante y la abrió de un rápido jalón cerrando los ojos y dejando escapar un chillido nervioso. Abrió lentamente un ojo y se llevó la imagen de un chico tirado en el suelo, abrazado a si mismo y con muchos sirvientes intentando consolarlo y solo recibiendo gritos y lágrimas en respuesta, Guillermo miro al chico sin entender nada, se podía notar que era mayor pero no alcanzaba a descifrar su edad, solo notaba un sentimiento de dolor puro.

-¡¿PORQUE NO LE AYUDARON?!- gritaba y se ponía de pie para tirar una de las finísimas esculturas.

-¡LA DEJARON MORIR!- sus ojos no dejaban de soltar lágrimas y su respiración mostraba la desesperación en persona.
Guillermo decidió salir de ahí intentando no ser visto por nadie de la habitación...pero al parecer era demasiado tarde, aquel chico de pelo castaño y ojos inyectados en sangre le había visto, y no de una forma amistosa...

//HOLA! ¡Espero que les haya gustado este capítulo!, Últimamente estoy teniendo inspiración, pero no me atrevo a decir que me esté quedando del todo bien, ya que soy nueva en esto pero igual hago mi mayor esfuerzo en traerles una buena historia :3 HASTA LA PRÓXIMA//

VACÍO. "WIGETTA" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora