1. La elección.

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Al fin había llegado el día, diez armas para diez clases. Me encontraba en una sala de paredes de madera en la que tenía que tomar una decisión que me iba a cambiar la vida.

A los 15 años, aquellos que queríamos podíamos elegir una clase para salir a luchar contra los enemigos que había más allá de las murallas de mi ciudad, Velika. No recuerdo el momento en el que lo había decidido, pero siempre había deseado salir de esa rutina de despertar cada día para ir a clase y leer cómo nuestros enemigos seguían matando.

Mi ciudad era de las más grandes y mejor protegidas de todo Arborea, por lo que nunca había tenido oportunidad de ver a ningún Invasor de colmillos rojos con el que poder enfrentarme. Mi madre odiaba la idea de que siguiera los pasos de mi hermano mayor, que ya llevaba tres años fuera y no le habíamos visto desde entonces.

Estaba nerviosa, el arma que eligiera determinaría mi clase durante el resto de mi vida.

Un precioso arco para arquera, una majestuosa hacha para berserker, lanza y escudo para lancera, un bastón con piedras brillantes incrustadas para sacerdote, un cetro para místico, una espada a dos manos de gran tamaño para asesino, un disco místico para hechicero y un shuriken gigante para ninja.

Di un paso hacia el arco, me fascinaba ese brillo mate de la madera, pero giré mi cabeza hacia el shuriken, esas cuatro hojas gigantes de acero plateado con ciertos toques azules. Me parecía un arma muy limpia y con estilo. Me acerqué a él y acaricié su brillante filo.

Arthur tosió y recordé su presencia, era mi profesor de lucha y también el encargado de entregar las armas y el equipo a los nuevos luchadores. Me di cuenta de que ya debía llevar unos quince minutos observando cada una de las armas. Él nunca daba prisa ya que era una decisión muy importante, pero imaginaba que no debía ser especialmente divertido mirar durante unos veinte minutos a jóvenes mirando armas en silencio.

Decidí hacernos un favor a ambos y elegir mi arma de una vez, así que alargué mi brazo, cogí el shuriken y me giré.

-Me quedo con esto. -Dije.

Arthur sonrió.

-Ninja, buena elección.

Esa  noche me la pasé practicando movimientos con mi nueva arma, puesto a que las clases de lucha solían ser con todos los tipos para que la experiencia no influyera en la posterior elección. Cada uno debía elegir el arma con el que se sintiera más a gusto y luchara mejor.

Al día siguiente me levanté muy temprano, por fin podría salir de las murallas.

Me encontré con Arthur en la entrada de la sala de entreno y me entregó mi armadura. Le seguí hasta una pequeña sala y me dejó sola para cambiarme.

Tengo que admitir que me quedó muy bien, el equipo constaba de una pieza de tirantes negra ajustada que llegaba hasta las ingles, una camisa blanca de manga larga que cubría medio cuerpo y que tenía un enorme lazo rojo en el cuello. También había unos guantes largos y unas medias por encima de las rodillas, todo negro. Cómodo y bonito para luchar como una ninja, era perfecto.

Una vez completamente preparada, con mi arma y una pequeña mochila en la espalda, me dirigí a las puertas de la muralla acompañada de Arthur y mi madre, que sabía que se estaba aguantando las lágrimas.

Al llegar le dediqué una sonrisa y me abrazó.

-Prométeme que volverás. -Tenía la voz entrecortada.

-Lo prometo. -En parte mentí, era posible que muriera ahí fuera luchando, pero eso ella ya lo sabía y no era lo que necesitaba oír.

-Mándame cartas de vez en cuando, y si tienes noticias de tu hermano no tardes en avisarme, por favor, cúidate mucho.

-Lo haré, adiós mamá.

Miré a Arthur, que también me abrazó.

-Buena suerte, lucha con conocimiento y no olvides todo lo que te he enseñado.

No pude evitar sonrojarme.

Crucé la muralla, una joven Elin sin más experiencia en la lucha que la que había practicado con Arthur y sus maniquíes.

El Sendero Trascendental [TERA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora