#SECUELA 1: REYES#

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Allí estaba yo, estirando el brazo lo máximo posible para intentar apagar la alarma del móvil, como hacía de costumbre. Aún trataba de escapar de aquel inexistente universo onírico en el que me encontraba cada mañana tras escuchar el horrible pitido que mi teléfono móvil emitía con insistencia, el cual, finalmente logré posponer unos minutos.

   -Genial.- pensé.-6 de Enero.

El día de Reyes estaba presente esa mañana. Odiaba aquel murmullo que las paredes y techos permitían penetrar en mi habitación, de aquellas personas felices con sus hijos en ese día, y estos abriendo sus regalos hallados bajo el árbol, con impaciencia.

Evacué mis pensamientos con rapidez, ya que, otro irritante pitido invadió de nuevo la habitación en la que me hallaba. Pulsé con torpeza el botón que decía: ''Terminar'', y de un salto, abandoné mi desordenada cama.

   -¡Sara, levántate! ¡Ya son las diez!- la voz de Geta, mi más reciente cuidadora, era inconfundible. Tenía aquel tono de madre protectora, y a la vez, de fría criatura del mal.-¡Vámos arriba!

Invadió mi habitación velozmente, obligándome a salir de esta para desayunar antes de que se marchara con su novio, Jose, que acababa de aparecer en mi casa. Y aunque Geta tuviera aproximadamente 50 años, sí, tenía novio.

   Cuando procedí a evacuar mi habitación, una idea extremadamente estúpida me rondó por la cabeza. Me dirigí hacia el árbol de Navidad para examinar la falta de regalos debajo de este, ya que mi padre me los habia entregado personalmente dos días antes. No podía quejarme, ya que me había regalado unas zapatillas de invierno para estar por casa, un tapete de mi grupo de música favorito, y unas entradas para acudir al concierto de este, One Direction.

   Desayuné lentamente, mis típicos cereales de chocolate con leche caliente, mientras Geta y su novio fumaban un cigarrillo en la terraza de la cocina. Ellos hablaban sobre los hijos, ya mayores de Jose, y de sus nietos, que deberían tener entre 2 y 8 años. Cuando terminé de desayunar, me dirigí hacia el salón y comencé a leer un libro de francés que debía haberme leído mucho tiempo antes, pero, que como estábamos en vacaciones, y lo único que solía hacer yo era dormir o salir a patinar, no lo había hecho.

Geta y Jose atravesaron la puerta de casa, llevándose con ellos, mi casita de muñecas reciéntemente desmontada, la que iban a ofrecer a la pequeña nieta de Jose. Cuando extrajeron las tres bolsas completamente llenas de muñecas, madera, tornillos y muebles pertenecientes al conjunto, comencé, en el sofá, mi lectura francesa. Mis ojos se cerraban más con cada palabra por la que pasaba la mirada. Aquel libro me aburría, no entendía ni la mitad de las palabras que aparecían en este, así que, aunque el libro no llegaba al centímetro de ancho, lo abandoné a mitad del segundo capítulo. No  tenía nada que hacer a parte de leer o aburrirme, por lo que, comencé a aturdir mi cabeza con pensamientos e imaginaciones sobre como lo estarían pasando mis compañeros de clase, con su familia, la mañana de Reyes.

Tras minutos y minutos de pensamientos oscuros y negativos, uno en concreto me penetró de lleno.

   -Mamá...- susurré.

Hoy sería el 48 cumpleaños de mi madre, según mis ''increíbles'' calculos matemáticos. Este era uno de los motivos por los que, una pequeña parte de mi subconsciente, odiaba la Navidad. Todo lo que había sucedido solo dos años atrás, estaba aferrado a mis entrañas con pegamento ultra-fuerte. Comencé a recordar todo lo sucedido en aquel tiempo en el que aún era una niña de 11 años con una madre enferma de cáncer terminal.

De un segundo a otro, me encontraba sentada en el sofá, llorando y suplicándole a mi madre en voz baja que emitiera alguna señal si podía escucharme, donde fuera que estuviese. Mis intentos de contactar con ella a través del llanto no funcionaron, por lo que, ignoré mis lágrimas y me privé de continuar absorviendo bocanadas de aire.

   -Feliz cumpleaños mamá. Te quiero.- fue lo único que fuí capaz de pronunciar.

Cuando una pequeña parte de mí ya se hubo calmado, examiné el teléfono móvil en busca de algún mensaje recibido.

   <<Hola. ¿Que tal? ¿Puedes pasarme los dos numeros de la lotería de los abuelos? La lotería empieza a las 12:00 en el canal 1, por si quieres verla.>>

Era mi padre. Comenzaba a mandarme mensajes a las 11:53 de la mañana, aunque era lógico, ya que yo no me solía despertar hasta las 12:00, como muy pronto, si no había nada que hacer durante el día. Le escribí los números a mi padre y no respondí nada más, ya que estaba desanimada y no tenía demasiadas ganas de hablar.

   <<A ver si hay suerte. ¿Has desayunado? Te he preguntado que qué tal estás. ¡Ya empieza la lotería!>>

Continué sin ofrecerle respuesta alguna, aunque, apenas un minuto después, recibí otro mensaje, y aunque aún no conocía su portador, supuse en seguida que sería mi padre insistiendo nuevamente.

   <<Holaa. Tía, mira lo que me han traído los Reyes.>>

Recibí una imagen cinco segundos más tarde, de un gran estuche de maquillaje con absolutamente todos los colores existentes. Recapacité. No podía ser mi padre, mi padre no usaba maquillaje, que yo supiera, claro. Con gran intriga, me dispuse a leer el nombre de la persona a la que pertenecía aquel divertido mensaje.

''Campa Esther''.

Aquella era la persona que me había mandado el último mensaje recibido, así que la contesté rápidamente, ya que la quería, más que a una amiga, la quería como a una hermana, a pesar de haberla conocido ese mismo verano en un campamento.

   <<Joder. Que pedazo de estuche. Yo tenía uno así antes.>> la respondí envidiosa.

   <<Me han regalado eso y una bufanda :D.>> dijo finalizando la frase con una carita sonriente.

   <<Me alegro mucho :).>> correspondí a su gesto divertido.

Después de contarnos que nos habían traído los Reyes Magos a cada una de nosotras, comenzamos una conversación sin sentido, que continuó con que Esther había pasado la noche anterior, enferma con fiebre y dolor de tripa, y que acabó en una invitación a comer y pasar la tarde con ella en su casa, pero no pude aceptar la invitación ya que no me gustaban ese tipo de cosas a las que yo denominaba como ''aprovecharse de la gente'', aunque Esther aclaró con gusto que no me estaría aprovechando en ningún momento.

Cuando finalizamos la conversación, llegaron las 14:00 y aunque aún denegada la agradecida invitación, otro mensaje invadió mi teléfono móvil por completo.

    <<¿Estás bien?>> mi padre volvía a insistir en que le respondiera, y como pensé que ya habría sufrido un poco debido a mi ausencia mensajera, decidí darle una pequeña respuesta afirmativa, que le tranquilizaría, al menos, por unas horas.

El Destino de la Muerte #SECUELAS#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora