La Chica del Tren

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Todos los viernes tomo un tren con destino Cádiz, y todos los domingos a Sevilla. Es una pauta que repito todas las semanas desde que inicié mis estudios superiores, siempre a la misma hora, siempre los mismos trenes. Me acostumbraba a sentarme en el decimoquinto asiento, del primer coche, junto a la ventana, en una mesa de cuatro, a cuyos ocupantes no prestaba atención, mirando en su lugar el paisaje desconectando del mundo. Solo cuando venía el revisor, quien me llamaba la atención, o sonaba el aviso de mi estación, era sacado de los recovecos de mi mente.

Posiblemente, por esa razón, al principio no me di cuenta. No sé cuando pasó, pero una chica se sentó a mi lado. No le presté atención, pues en aquel momento para mi no era nada más que otro pasajero. Sin embargo, al cabo de unos trayectos comencé a fijarme en ella. Siempre se sentaba a mi lado, como una silenciosa compañía a mis solitarios viajes.

La muchacha era esbelta, pequeña, pálida, tenía el cabello del color de la miel, brillante, a media melena, y sus ojos grandes y almendrados eran de un tono entre verde y marrones. Calculaba que debía tener más o menos mi edad, aunque en ocasiones parecía más joven. 

Durante los viajes, solo prestaba atención a sus lecturas, que rápidamente por su variedad y calidad despertaron mi curiosidad; Julio Verne, Machado, Unamuno, Manrique... incluso libros de los que nunca oí hablar de Saint-Exupéry. Ciertamente era extraño que no leyera cosas como Los Juegos del Hambre o Harry Potter, como si de alguna forma no los aprobara. Pronto me acostumbré a tratar de averiguar disimuladamente qué lectura la ocuparía en cada trayecto.

Sin embargo, una pared invisible nos separaba a ambos dejándonos como completos desconocidos, como compañeros anónimos de viaje que éramos. Dicha barrera se mantuvo hasta que ella decidió romperla.

-¿Se puede saber por qué siempre me mira de reojo?-preguntó con voz clara y sin ningún indicio de titubeo.

Decir que me sorprendí sería quedarme corto. Literalmente me quedé sin habla.

-¿Qué pasa?¿Le ha comido la lengua el gato?- cuestionó mientras se reía de mi silencio, mirándome por primera vez a los ojos.

Sonreí en respuesta, tratando de restaurar mi maltrecho orgullo. Con unas pocas palabras  me había dejado para el arrastre.

-Veo que le interesa, señor del decimoquinto asiento- comentó con una medio sonrisa y una ceja irónica levantada, al tiempo que alzaba significativamente su ejemplar de Los Miserables.

-Admito que llama mi atención. No es usual ver a alguien de su edad leyendo semejantes títulos. ¿Puedo preguntar la razón?- repliqué usando su mismo tono, mientras agradecía que en esa ocasión no hubiera nadie más en la mesa.

-Puede preguntarlo, otra cuestión será que le conteste. Digamos que es lo más apropiado para alguien como yo- respondió sin dar más explicaciones. Por su rostro habría apostado que no era una pregunta que le gustara que le hicieran.

-Comprendo lo que dice. Ser diferente dista mucho de aburrimiento. Por cierto, soy Daniel, Dani si lo prefieres -añadí mientras me presentaba.

Ella pareció dudar unos momentos, sin saber que hacer. Tampoco la podía culpar dado que no dejaba de ser un completo desconocido. Durante lo que me pareció una eternidad reflexionó su respuesta, hasta que finalmente se decidió a contestarme.

-Melisa, es un placer - dijo tendiéndome su mano, la cual con una sonrisa acepté.

Tal vez fuera casualidad, o simplemente que el aburrimiento sacó lo mejor de los dos, pero a partir de aquella conversación se inició nuestra amistad.

Conforme se sucedían los viajes, Melisa y yo, nos fuimos conociendo.Por un acuerdo tácito siempre cogíamos los mismos asientos para así poder hablar sobre toda clase de temas, estudios, gustos, planes...  Cuanto más nos conocíamos más cortos se me hacían los trayectos y más a menudo me encontraba pensando en el próximo viaje.

Con el tiempo y la confianza llegamos a convertirnos en nuestros confidentes, contándonos nuestros problemas y ofreciendo nuestros consejos. Tratamos en vano de vernos fuera del tren, pero nunca encontrábamos el momento, entre asuntos familiares y exámenes, así que nos conformábamos con ser compañeros de viaje.

Pero todo acaba y tras tres preciados años compartiendo viajes nos llegó la hora de despedirnos. Los dos nos marchábamos para proseguir por el camino que nuestras vidas habían elegido, así que en aquel día gris fue nuestro último viaje juntos. Los dos deprimidos ocupamos nuestros sitios, sin ánimo de hablar. Apenas intercambiamos palabra durante el trayecto, solo para comprobar que nuestros números eran correctos. Sonó el aviso de su estación y ambos nos levantamos. La acompañé hasta la salida.

 Melisa desde el andén y yo desde el tren, cruzamos nuestras miradas, queriendo decir sin palabras lo que sentíamos. Por mi mente pasó todo el tiempo que había compartido con ella y me sentí obligado a dedicarle unas últimas palabras antes de que el tren se marchara.

-Gracias por estos tres años, Melisa. Estoy seguro de que nos volveremos a ver.

Sus ojos se agrandaron de la emoción antes de dedicarme una última triste sonrisa. La puerta se cerró entre los dos y ella agitó su mano en un gesto de despedida, mientras el tren reiniciaba su marcha. Me imaginé su figura sobre el andén empequeñeciéndose conforme me alejaba de la estación, desapareciendo en el horizonte. Sinceramente, estaba seguro que viajar en tren jamás sería lo mismo para mi.


Hola mundo, ha pasado mucho tiempo desde que escribí algo y lo publiqué. Aunque he de admitir que es extraño que lo haga en Wattpad en lugar de Fanfiction, pero al tratarse de un breve relato original esta plataforma se adaptaba mejor (al fin y al cabo Fanfiction es para fanfics).

Esta historia (a diferencia de otras) tenía ganas de publicarla aquí, y en teoría iba a esperar a que la publicaran en una página en la que participo, por esa razón, pese a que lleva meses escrita, no la había subido. Bueno, mejor dejo aquí mis notas antes de aburrir más al personal.

Espero que os haya gustado y si es así comentad, dadle a me gusta o lo que sea que se haga en Wattpad . Sin más dilación me despido.

Hasta la próxima.

La chica del trenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora