Greg Lestrade jamás se interesó en la música clásica. Desde pequeño, su espíritu inquieto lo había acercado al rock and roll, al descontrol y la furia. A la edad de 12 años, pidió que le compraran un bajo, y desde allí en adelante, sólo pudo enamorarse más y más del punk. Para la edad de 18, ya había formado su propia banda junto a algunos compañeros del Conservatorio Santa Cecilia, al cual tuvo que asistir para conformar a sus padres, pero en el cual había logrado perfeccionar su técnica. Ahora, a los 25 años, su banda Soul On Fire gozaba de los privilegios de la fama mundial. Si bien había tenido que ceder en cuanto al estilo de la banda, juntos lograron un sonido especial. Cada uno de los integrantes había llevado una idea diferente, generando una mixtura exclusiva que los llevó hacia la cima en poco tiempo; una fusión de punk, funk y metal que nadie creía fuera a funcionar. Ellos lograron revolucionar el mundo de la música con su primer demo, y no tardaron en llegar a los primeros puestos con su disco debut.
Odiaba la refinación de la música clásica. Odiaba los límites que los pentagramas imponían, y la falta de adrenalina que implicaba tener que atarse a lo que estaba escrito y no poder improvisar. Mucho tiempo antes de formar la banda, su madre le había insinuado que debía tomar clases de contrabajo para poder ingresar en una orquesta y así tener un trabajo fijo que le permitiera codearse con músicos de renombre mundial. ¿Qué podía hacer él con un contrabajo? No, claro que no. Jamás cedería sus saltos y piruetas sobre el escenario. Amaba escuchar los gritos de la multitud cada vez que los estribillos explotaban y él hacía sus pasos de baile, tan reconocidos. Y ahora, él, que era fuego y locura, se encontraba en el Donmar Warehouse por una tonta apuesta que hizo con Anderson, el baterista de la banda, a punto de escuchar un dúo de piano y violín, que de seguro lo haría dormirse de inmediato. Se sentía incómodo en aquel sitio, vistiendo su camiseta de The Clash y pantalones de cuero, además de los incontables accesorios y el delineador que llevaba en los ojos. Las personas a su alrededor parecían mirarlo con asco, lo cual sólo aumentaba su odio por aquella situación. Los estereotipos le molestaban terriblemente y no quería ser juzgado sólo por su forma de vestir. Ya había tenido demasiada de esa porquería cuando era un adolescente. Malditos hipócritas con corbata, ninguno de ellos era realmente feliz.
Negó con la cabeza al recordar la apuesta; ¿cómo había sido tan tonto como para creer que esa preciosa rubia con la que se había acostado la semana anterior iba a mantener la boca cerrada? Él le pidió su móvil e intercambiaron algunas fotos eróticas después de su primer encuentro, y ahora esas fotos estaban en todas partes. Philip le había apostado que ella lo haría público, y él decidió confiar en la dulce sonrisa de la señorita que terminó convirtiéndose en un lobo con piel de cordero. Si él ganaba, le pagaría un hotel de lujo para poder llevarla y poder disfrutar de otra noche alocada a su lado. Pero claro, era un idiota de primera que confiaba demasiado en las personas. No sólo tenía que soportar los comentarios sobre su polla en todos los foros y páginas de fans, sino también en su Instagram personal. No es que estuviera decepcionado con lo que portaba entre las piernas, pero tampoco había deseado que todo el mundo lo supiera. Era una de las pocas cosas que odiaba de la fama: la falta completa de privacidad. Joder, que sólo tenía 25 años y quería jugar todas sus cartas en ésta vida. Tendría mucho tiempo para arrepentirse cuando su piel comenzara a arrugarse y ya no pudiera tirarse a nadie.
Por suerte, las luces se apagaron antes de que él pudiera seguir recibiendo miradas incómodas. Todos fingieron un repentino interés, acomodándose en sus asientos y agitando los programas de mano. Greg ni siquiera se había interesado en tomar uno; sabía de antemano que iba a escuchar sonatas de Beethoven y Mozart, porque Anderson se lo había comentado. Puso los ojos en blanco cuando ambos concertistas entraron, arrancando una ovación del público. ¡Vamos, que tan sólo eran dos críos! El pianista parecía de su edad, y el violinista apenas si tenía 15 años. Escribió una nota mental sobre asesinar a Anderson apenas saliera de ahí y se cruzó de piernas mientras ambos jóvenes se dirigían a sus respectivos instrumentos, alistándose a tocar. Cuando los primeros acordes llegaron a sus oídos, tuvo que reacomodarse en su asiento. Ambos estaban muy confiados y ejecutaban la pieza a la perfección, contemplando cada uno de los momentos establecidos en la obra, respetando el tempo y los matices. El más pequeño de los dos tenía unos dedos larguísimos que recorrían el mango del instrumento con maestría, y aplicaba una suave presión a las cuerdas con el arco, medida a consciencia. Tenía los ojos cerrados y se mecía poco a poco a medida que la canción avanzaba, dejando que su cuerpo fuera una extensión de la música que brotaba de él.
Por el contrario, el muchacho del piano parecía más medido. Greg tiró su cabello hacia atrás para que sus ojos pudieran captarlo mejor; no parecía estar disfrutando del concierto como su compañero, ya que tenía el ceño fruncido y una mueca de inconformidad en los labios.
Greg ladeó la cabeza, aprehendiendo más y más esa imagen dentro de sus retinas. ¿Quién era ese muchacho y por qué parecía tan triste? Pero más importante aún, ¿por qué no podía quitarle los ojos de encima? ¿Qué tenía, que era tan mágico? Porque a pesar de ese rictus tan amargo, su rostro le llamaba mucho la atención. Tenía una mata de cabello pelirrojo que culminaba con un precioso rizo en la frente, haciéndolo lucir como un niño adorable. Su nariz era particular, en el buen sentido de la palabra. Greg no recordaba haber visto otra nariz así en su vida, lo que le encantaba; la gente con rasgos exclusivos siempre lo dejaba prendido. Y vaya que ése chico los tenía. Su boca era pequeña, de finos labios que no podía dejar de observar, relamiéndose. Sus hombros eran anchos pero delicados, y el traje los marcaba a la perfección. Debía de estar hecho a su medida, como un guante que vestía su elegante torso. Perdió la noción de la música y se dedicó exclusivamente a admirar sus gestos y a grabarlos en su mente, embobado como hacía mucho tiempo no le pasaba. Parecía que el mundo se había detenido, y que sólo existían ellos dos. A medida que las melodías iban cambiando, así también lo hacía el rostro del pelirrojo. Greg podía leer la desesperación, la pasión, la fuerza en cada rincón de sus expresiones. Sólo pudo salir de su ensueño cuando la burbuja se rompió debido a los aplausos. Por fin Greg podía verlo con los ojos abiertos, disfrutando del premio que recibía de su público. Conoció al verdadero azul en ese momento; eran dos preciosas piedras color zafiro que encendieron un sublime fuego en su interior. Y sintió la imperiosa necesidad de ponerse de pie, unirse a la multitud que vociferaba palabras de felicitación y aliento. Aplaudió con todas sus fuerzas, intentando desesperadamente sobresalir por encima de la multitud de trajeados que lo rodeaban, deseando con todo su ser que ese increíble azul se posara sobre él y lo volviera más humano, más liviano que el aire; que lo llenara con la calma que gobernaba sus sentidos y le permitía ser tan sublime sobre el escenario.
Su corazón dio un fuerte sacudón de frustración cuando vio que ambos se retiraban, con sendas sonrisas cinceladas en sus perfectos rostros de querubines. ¿Por qué se sentía así? No sabía nada de ese muchacho, pero realmente quería llegar a él. Suspiró y observó a su alrededor. La sala comenzaba a vaciarse lentamente; a ese paso jamás podría llegar a la salida de los artistas a tiempo. Tomó coraje y comenzó a saltar entre las filas de asientos, ante la mirada desaprobatoria de todos aquellos que, por accidente o por torpeza, golpeaba al pasar. La adrenalina se agolpaba dentro de su cuerpo, haciéndole correr cada vez más rápido una vez que pudo encontrar el camino. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Esperarlo? ¿Qué tenía él, el tonto y bruto Greg Lestrade, para decirle a tan brillante criatura? Ni siquiera sabía su nombre, era una idea estúpida.
Cuando estaba a punto de darse topetazos contra la pared por haber sido tan ridículo, se quedó helado. Ambos músicos salían desde un iluminado rincón, vistiendo largos tapados que llegaban hasta sus pies. Detrás de ellos, dos adultos reían y negaban con la cabeza. Dos adultos terriblemente parecidos a ambos jóvenes.
- Mycroft improvisó en la quinta sonata, madre –se quejaba el moreno, que caminaba velozmente con los brazos cruzados sobre el pecho, cargando su violín en la espalda- ¡Pudo haber arruinado todo el concierto!
Greg tragó saliva. Nunca había escuchado el nombre 'Mycroft', pero parecía ser el correcto para el pelirrojo. Y al parecer, era hermano del talentoso violinista. Definitivamente ésta era la situación más incómoda a la que se había enfrentado.
Carraspeó cuando pasaron a su lado, para hacersenotar. Apenas los perfectos ojos de Mycroft se posaron en él, sintió unadescarga eléctrica. Éste era el momento, su ahora o nunca.
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The Prettiest Star
FanfictionGreg Lestrade es la estrella punk más grande del momento. Mycroft Holmes es el futuro de la música clásica. ¿Podrán el agua y el aceite unirse, después de todo? Dedicado a MiraHerondale, espero sea un bonito regalo de cumpleaños ❤