– ¡Imbécil! -grité y me quedé sin voz.
Me encontraba sola; más sola de lo que podría haberme sentido nunca en mis apenas veintiún años de edad.
Una de las noches más frías del mes de julio, alrededor de las tres y media de la mañana me encontraba gritándole, mientras lo veía marcharse en su corsa negro, al idiota que alguna vez amé tanto que había sido capaz de entregarle hasta mi alma.
Junté lo que quedaba de mi dignidad y, aún con los ojos húmedos, caminé sola las mismas calles que alguna vez había caminado de su mano.PASADO
Era sábado en la noche. Me encontraba junto a un par de amigos en un bar de zona norte celebrando mi cumpleaños número dieciocho.
La iluminación era tenue y la música sonaba muy alto. Apenas podía escuchar mis pensamientos. También había muchísima gente hablando, mientras sostenían un trago o dos.
El barman nos había alcanzado el menú y había decidido exactamente lo que tomaría: cosecha.
Todo estaba saliendo muy bien. Yo me había arrimado a la barra, estaba por pedir otra mezcla, hasta el preciso instante en el que lo ví ingresar: jóven, de cabello castaño claro, ojos café y perfecta sonrisa; llevaba una remera negra y unos jeans. Me quedé en silencio por unos segundos, lo miré.
- Un campari por favor. -le indicó al barman.
- Disculpame, pero vos sos un desubicado, yo estaba antes. -me dirijí hacia él.
- Esperá, ¿qué te pasa linda? relajate.
- No. -objeté.
A mí me podían molestar una infinidad de cosas, más de las que cualquiera se podría imaginar y justamente me jodía muchísimo que me pidieran que me relajara, porque no me relajaba una mierda y me invitaba a tener una confrontación de la que siempre terminaba ganando yo.
- Un cosecha por favor. -le dije al de la barra y no pude evitar desviar mi mirada hacia el flaco de remera negra. Sus ojos cafés intentaban descifrar los míos.
- Tenés carácter, me gusta. -comentó.
- ¿Y quién te preguntó? -lo desafié.
Sonrió y por un segundo creí que perdía la compostura.
- ¿Cómo te llamás linda? Mirá, yo ahora tengo que irme; vine de pasada no más pero si tenes ganas te paso mi número. -agarró mi celular sin previo aviso y grabó su número allí.
Dejó un par de billetes sobre el mostrador y, de un instante a otro, así como había llegado se ausentó.
Pagué mi trago y después me junté con los chicos.
- Y ese flaco, ¿quién era? -preguntó Thiago.
- No tengo idea. -comenté.
Nos quedamos un rato más jugando al pool. Martín intentó explicarme pero realmente no era un juego para mí.
Débora y Matias estuvieron a los besos. Todos sabíamos que ellos estaban juntos aunque si les preguntaban nunca lo iban a admitir.
Pedimos algo para tomar; hicimos competencia de tragos, el ganador fue Thiago. Carla quebró; llamamos a un remis y Martín se ofreció a acompañarla.
Después fuimos a un boliche que quedaba a unas pocas cuadras de donde nosotros estábamos. Esa vez había llevado cartera, así que tuve que dejar que el personal de seguridad revisara que estuviera todo en orden.
Una vez adentro la música sonaba mucho más alto, estaba llenísimo de gente y casi a los gritos le pedí por favor a Débora que me acompara al baño que estaba en el primer piso. Tenía que pintarme los labios de nuevo porque con lo que tomé antes se me había ido todo, también aproveché para peinarme un poco, no iba a ser cosa que estuviera hecha un desastre.
Nos íbamos a juntar de nuevo con los chicos y digo íbamos porque apareció un flaco que invitó a bailar a Débora y ella accedió.
- Cubrime en esta, por favor. -me dijo y desapareció.
Me acordé de esa vez que teníamos siete años y yo le pegué un chicle en el pelo a una nena que me caía muy mal. Nadie se enteró nunca quién había sido a excepción de Débora que me confesó que me había visto cuando hacía esa travesura. Le pedí por favor que no le dijera a nadie, mucho menos a la maestra y ella guardó el secreto. Así había empezado nuestra amistad.
- No hay problema. -grité.
Estaba cerca de la barra, pedí un trago y me deslicé entre el montón de gente que no dejaba de moverse de un lado a otro. Otra vez lo ví al chico del bar pero creí que era por el alcohol y después lo olvidé.
Ya estaba un poco mareada y creo que por eso me costó más encontrar a Matías y Thiago, pero por suerte ellos me encontraron a mí.
- ¿Y Débora? -preguntó Matias.
- Ella se quedó en el baño. -respondí con seguridad.
Todo a mi alrededor daba muchas vueltas, muchísimas. Me sentía muy mal y lo único que quería en ese momento es no haber tomado tanto alcohol. Las voces se me hacían cada vez más lejanas.
- Pero, ¿está bien? -escuché que dijo.
- Sí, no te preocupes.
- Y vos Alexa, ¿estás bien? -preguntó Thiago.
ESTÁS LEYENDO
Minitah
Romance"Los hechos y/o personajes que aquí aparecen son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia."