La muchacha se sentó en la ladera de la colina con un cuaderno maltrecho y un lapiz tan pequeño que de escribir mucho le provocaría calambres en los dedos. Pero se sentó y escribió porque nada le importaba, nada más que silenciar las voces en su cabeza. Abrió el pequeño y deshojado cuaderno y su mano se detuvo, temblorosa, en la esquina izquierda de la hoja en blanco. Sólo un segundo, para luego escribir frenéticamente: "El bosque sigue esperando el otoño como yo sigo esperando por tu amor. Y tal vez suene cursi, triste o desesperado, pero aquí estoy, aquí estaré. Porque soy como el bosque que espera del otoño para que sus árboles alivianen el peso de sus ojas, soy como los osos que esperan el invierno para dormir y comer hasta saciar, soy como el Sol que espera a la Luna para poder ir a dormir, soy como tú quieres que sea, como tú necesites que sea. Porque el amor duele y el dolor transforma, y hoy estoy aquí, y ahora soy lo que soy, solamente por ti." Y sólo se detuvo cuando se dio cuenta de que las gotas sobre las hojas no eran lluvia, sino sus lágrimas. Y no se detuvo hasta que se dio cuenta de que estaba sola.