Déjame entrar

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Una página en blanco jamás ha sido impedimento, si bien con el paso de los años he desarrollado un cierto temor al vacio que representa falta de ideas; una mente muerta.  Nada más satisfactorio que danzar mis manos sobre el teclado permitiendo que una a una las letras cobren vida, hundiéndome en mi mundo interno; aquel ilógico y retorcido, oscuro y lleno de pasajes que jamás dejaran de sorprenderme. Hace ya un tiempo que el exterior perdió color, degradándose a un juego de sombras evanescentes y resumiendo sus sonidos a zumbidos lejanos sin ningún significado para mí. A veces recuerdo mi niñez; mirando hacia atrás como una simple espectadora, sin sentirme siquiera dueña de aquellas imágenes que se proyectan en mi cabeza en medio de un remolino que encuentro tan perturbador que suelo simplemente sonreírme cuando aparece el rostro de aquella niña pálida para hacerme compañía, a falta de una mejor forma de externar la corriente de sensaciones que recorre mi espina dorsal con cada borrosa visión.

Ella, sonriente y vivaz, representa frente a mí una realidad muy lejana a la propia. Mas sin embargo el sacrificio no ha sido en vano. Los días negros  y los rostros ya olvidados  han sido a cambio de la posibilidad de mirar más allá, donde los ojos sanos no tienen alcance, convirtiéndose  los míos muertos no en una tragedia, si no en un regalo.  La pérdida constante de mi propia esencia se ha convertido en parte de esta nueva vida y con el paso de los años mi identidad se ha visto moldeada a capricho de las personas que me rodean, impregnando sin notarlo  un poco de cada una de ellas dentro de mí. Así que  yo ya no soy puramente yo. Hace mucho tiempo que me levanto sin saber  certeramente quien se supone que debiera ser y mientras cae el día sigo sin descubrirlo.  Pero no importa, se quien es ella;  la de mis memorias, y se llama Eva. Su vida ha cambiado, ella también lo sabe, aunque a la vez le resulta casi imposible recordar aquellos tiempos en que las cosas eran diferentes, dado que intentó una y otra vez borrar cada recuerdo de su memoria, hasta lograr, no borrarlos, pero percibirlos tan lejanos como si se tratasen de los recuerdos de alguien más. Como si Eva fuese solo una observadora de su antigua vida.

Han pasado 5 años desde que ella perdió la vista por completo, y desde ese día; siendo entonces una niña de 12 años afrontando en toda su inocencia la idea de  no volver a ver el rostro de sus seres queridos nunca más, ha vivido entre la realidad y fantasías, perdida en alguna parte de  la delgada línea que las divide y que cruza casi incontrolablemente en un acto que se ha vuelto completamente rutinario. Las horas pasan, los minutos mueren, pero los recuerdos de cada una de las mentes que visita se van prendando de ella empapándola con una lluvia de pensamientos que su mente ha terminado por adoptar como propios.

La primera experiencia de Eva, cuando aun se disputaban un lugar en su cabeza sus ilusiones infantiles, fue la de Miranda. El único recuerdo que guardaba de esos días vacios era el deseo de volver a los tiempos de la infancia, con todos aquellos sentimientos perdidos en la batalla contra todo lo que entonces  ya sabía, de manera que pudiera creerlo todo y en realidad no tener la certeza de nada. Sin mentiras, sin decepciones, sin todo el dolor que aparecía con el paso de del tiempo tomando a fuerza el lugar de la más pura inocencia.  A pesar de ello,  se aferraba a su vida junto a Miranda. Ellas más que un par de primas como cualquier otro, eran mejores amigas. Para Eva, estar a su lado representaba seguridad y fuerza. Tomada de su mano se sentía invencible. En ese tiempo, Miranda se abría camino en medio de la plenitud de su adolescencia. Vivaz y de espíritu libre, no parecía haber en su mundo un obstáculo que fuese lo suficientemente duro para empeñar su eterna felicidad y sus ojos verdes, parcialmente cubiertos por mechones asimétricos y desordenados de su cabellera negra, reflejaban sin pudor alguno su inquebrantable pasión por vivir. Esa mañana amaneció soleada. Aprovechando el poco usual buen clima, ambas habían salido al jardín y yacían tumbadas en el pasto con la vista perdida en la infinidad del cielo. Sus rostros pálidos estaban cubiertos por los cálidos rayos del sol  y sus cabelleras oscuras se ondulaban despreocupadas al ritmo del viento de verano.

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⏰ Última actualización: Jan 10, 2014 ⏰

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