Hablar de aquella pocilga me enloquece, me destruye por dentro, aniquilando los pocos vestigios de cordura que aún quedan en mi ya destrozada mentalidad, gracias a la que hoy estoy aquí, en este lugar frío y oscuro, de tonos de grises varios que no podría describir con exactitud sus variaciones ni la opresión que provocaban en mí. Odio ese puto color. Quiero pedirles la más sincera disculpa a todos aquellos que espero lean algún día este fragmento escrito en unos trozos de papeles brindados por Sadul, nombre en código del prisionero más astuto de la carcel, el que solo me pidió un par de monedas que de manera muy fácil robé a los guardias. Pero eso no es lo que nos compete hoy. No tengo mucho tiempo, así que trataré de ser breve y no arriesgarme a que me descubran en pleno acto, o como suele decirse, con las manos en la masa. Hablemos de la pocilga. Cuando me refiero a la palabra pocilga, la utilizo más como un adjetivo propiamente dicho, mezclado y mixtificado con el sustantivo que concierne a la estructura, por lo que, para que suene mejor, y todo sea interpretado claramente, hablemos de la cabaña que era una pocilga. Todo sucedió cuando me encontraba rondando los bosques en busca del niño desaparecido hacía unas horas en Mountainville. Había salido de su casa a la medianoche, según los habitantes del pueblo, que a esa hora aproximadamente habían escuchado ladridos, maullidos, mugidos y demás sonidos que nos llegan a los oídos por animales, que seguramente habrían advertido de la escapada del niño de 14 años hacia los bosques. Sus padres se levantaron temprano, y levantaron a todo el pueblo con sus desesperados gritos y sus llantos. Salí de mi hogar. Fuera estaban Todd y Teddy, los niños de la familia Chapen, descendientes a su vez de un para nada adinerado francés que había cambiado su apellido a uno completamente americano para adaptarse aún más a lo que sería su vivienda; estaban además Moxy, Fred, Julieta, Jud y Atenas, los cinco hermanos conviviendo juntos, ahora soñolientos y refregándose las lagañas que se habían formado en sus iguales y marrones ojos
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La pocilga
HorrorEscribir en computadora es una mierda, no me permite explayarme en cuanto al horror que sé soy capaz de transmitir. Lo intentaré de igual manera.