Forget what I once said

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(Jueves, 24 de enero. 21:09 P.M)

Era ya tarde. El cielo tenía unos colores oscuros que avisaban la llegada de la noche, la llegada de las estrellas. Las calles estaban vacías, ningún ser vivo caminaba a través de ellas. El viento cantaba, bailando al ritmo de las cortinas que se movían delicadamente. Una triste melodía de campanas se repetía una y otra vez de puerta en puerta. Una luna dominaba los cielos, abrazando las estrellas para cubrirlas con su fría manta de buenas noches. Lo único que iluminaba esas tristes calles eran los grandes faroles que con sueño dejaban que el viento hiciese de las suyas. 

Todos dormían, acunados por la melodía de unos grillos que paseaban siempre a la misma hora. Mirando todas las ventanas apagadas, el viento pudo notar como una de esas pantallas de cristal mostraba una habitación con una débil luz saliendo de ella. Se apresuró a visitarla y en silencio se asomó, descubriendo el rostro de un niño. 

El chico era increíblemente joven, debía tener como máximo 7 años. Tenía una piel rosada, sus ojos como violetas de cristal, unos labios finos y pálidos y el pelo negro carboncillo. Estaba de rodillas frente a su ventana, apoyando sus codos en el borde de esta mientras sus brazos sostenían su cabeza. Su pijama a rayas era bicolor: celeste y blanco. El niño tenía una extraña mirada, sus ojos brillando como si esperase algo. 

(21:23 P.M)

El viento, que miraba con atención al muchacho empezó a preocuparse por él. Después de todo, era ya muy tarde y el niño aun no se apartaba de la ventana. Estaba completamente pegado a ella, esperando a algo o a alguien. El viento cantó con más fuerza, e hizo que la música de la noche  le acompañase en su tarea de mandar al infante a dormir. Pero por mucho que mejorara su canto, el niño no cerraba sus ojos, los mantenía abiertos sin ni siquiera quejarse. 

El viento acalló su canto, preocupado voló por las calles de nuevo y atrajo a los grillos para que le cantaran al niño. Juntó sus manos en silencio y miró al chico desde la calle de enfrente. Respiró profundamente y empezó a cantar de nuevo junto a los grillos. El canto de la noche era encantador, cualquiera se dormiría con tal dulce voz iluminando las calles. Cualquiera, menos ese chico de ojos púrpura.

(21:45 P.M) 

Los grillos, ya cansados, cesaron su canto cuando el viento les dio las gracias, avergonzado de no haber completado la única tarea que se le había mandado. Voló hasta quedar frente al chico. Desesperado, observó con atención el reloj en la pared esmeralda del niño y miró la hora con manos que temblaban. Buscó por los alrededores algo para llamar la atención del infante, pero las calles estaban limpias. Decidió, entonces, despertar a un cuervo que dormía plácidamente en la rama de un árbol. Cuando el ave lo miró de reojo con algo de molestia, el viento le sopló una canción explicándole la historia del niño que no quería irse a la cama y le dijo la hora. El cuervo, impresionado, le siguió cuando el viento voló hasta quedar en frente de la ventana y observó con atención a como el muchacho lo miraba divertido.

El cuervo, preocupado, picoteó en silencio la ventana del niño, y le cantó una canción. El niño se rió, apoyando su mano sobre el vidrio. El ave no supo lo que quería aquel infante, y así, miró al viento para negarle con la cabeza, indicándole que aquel ser humano no se dormiría incluso si la melodía más bella resonara por las silenciosas calles de la ciudad. 

El cuervo se marchó para volver a conciliar el sueño, dejando al viento atrás, que con preocupación miraba al niño el cual apartaba la mano del cristal para volver a sostener su cabeza con ésta. 

(21:58 P.M)

El viento se rindió, y voló lejos de la única ventana que emanaba luz en la ciudad. Se marchó lejos y acabó sentándose en una fuente que se encontraba en la plaza principal de la ciudad. Ahí, miró con confusión al cielo, para luego mirar desconsolado al reloj cerca de la catedral, el cual apuntaba las 21:59 P.M. 

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