Little Red Riding Hood

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Grandes ojos azules y alertas se internaron en el bosque. La niebla, espesa y helada, lo rodeaba, haciendo complicado poder ver aunque fuera un metro por delante de su nariz. Seguramente, lo único que cualquiera podría apreciar, sería la gran caperuza rojo brillante que cubría su delgado cuerpo. La abuela de Louis se la había obsequiado hace un tiempo, alegando que así no se perdería en el bosque. La anciana señora había pasado un largo tiempo haciendo la prenda, por lo que Louis no pudo negarse a conservarla.

-Gracias Nana- le dijo, antes de darle un beso.

Las arrugas en el rostro de la dama se habían acrecentado cuando una enorme sonrisa asaltó su rostro. En verdad, nadie podía decirle que no.

Ahora, su adorada abuela había caído enferma, en cama, y su madre le había ordenado ir a visitarla.

Claro que para Louis era un placer pasar tiempo con su abuela, comer sus deliciosos bísquets y escuchar las mismas historias que ella le contaba cuando era un pequeño. El inconveniente radicaba en que, entre la pintoresca aldea en la que él vivía y la apartada casa de su abuela, se imponía un bosque. Para él, no era cualquier montón de árboles, sino el lugar de sus miedos.

Louis, cuando niño, al ser el más pequeño entre sus hermano, primos y amigos, siempre era foco de burlas y abusos. Cientos de veces era atacado con aterradoras historias de hombres lobo que transmutaban en medio del bosque, atacando a cualquiera que tuvieran al alcance. Claro que el pequeño de ojos azules, aterrado, corría hasta los brazos de su madre y lloraba en su pecho, intentando que los demás niños no se dieran cuenta y lo atacaran con más sobrenombres desagradables.

En algún momento había madurado, entendiendo que no era más que un bosque, o al menos convenciéndose de ello, pues su madre, siempre atareada atendiendo a sus hermanos menores, no tenía tiempo de ir a ver a la anciana abuela, por lo que enviaba al mayor de sus hijos en su lugar. Y ese, por desgracia, era Louis.

Varias veces había ya tenido que atravesar el bosque, con cierta paranoia, escuchando sonidos asechadores, miradas que se clavaban en él desde la maleza y entre los árboles, sintiendo aterradoras presencias cercanas. Sin embargo, cuando finalmente llegaba a la casa de su abuela, la sonrisa de la anciana al recibirlo hacía que todo valiera la pena.

Hoy, de nueva cuenta, se hallaba recorriendo el sendero que, a estas alturas, se sabía de memoria. Llevaba ya unos metros dentro del bosque, cuando escuchó ese sonido, el mismo que lo asechaba desde la primera ocasión en la que recorrió la arboleda. Podría compararlo con un animal grande y pesado que aplastaba los arbustos a su paso.

Reforzó el agarre en la canasta que lo acompañaba, en la que llevaba panes y frutas para compartir con su abuela. Respiró hondo tres veces, convenciéndose a sí mismo, como muchas otras veces, que era producto de su imaginación. Se concentró en el sendero, y siguió avanzando. Tenía que llegar antes de que el sol comenzara a caer, nunca había pasada un segundo más tarde en el bosque.

Se distrajo por el mismo sonido, ahora detrás de él, giró su rostro rápidamente, suspirando cuando no vio nada. Sin embargo, tropezó por una raíz crecida que salía de la tierra, logrando caer sobre su trasero y casi volcando su cesto.

Se quedó helado cuando levantó la mirada, y unos verdes orbes lo miraban desde la oscuridad, penetrantes y brillantes, clamando temor y precaución. La creatura se movió un centímetro hacia el frente, lo suficiente para que Louis reaccionara, se pusiera de pie y comenzara a correr lejos del animal. Salió del sendero sin percatarse de ello, pues corría como si se tratara de salvar su vida, y tal vez así fuera.

El siseo de las hojas detrás de él lo alertaron de que estaba siendo perseguido, su corazón latía como un tambor desbocado dentro de su pecho, parecía que intentaba salir mientras el chico seguía corriendo. Sintió que era su final cuando la amada caperuza brillante como la grana se atoró en una rama, impidiéndole avanzar. Sus manos, temblorosas por el miedo y la adrenalina que lo recorrían, no eran capaces de coordinarse para desenredar el  lío de hilachos en el que se había enredado. Se quedó quieto, escuchando temeroso una suave respiración detrás de él.

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⏰ Última actualización: Feb 11, 2017 ⏰

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