Prólogo.

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— ¡Te lo repetiré una vez más niña, dame tus poderes o le cortaré el cuello! — Cogiéndolos de sorpresa, Mason había sacado un cuchillo que ahora sostenía sobre el cuello de Elian. Maya cayó de rodillas, haciendo caso omiso al tenaz dolor de la herida de su abdomen, no estaba en condiciones de pelear, además, sabía que después de darle lo que quería él acabaría con ellos, pero no podía dejar que lo matara, nunca podría perdonárselo.

— ¡Maya, no seas estúpida! — Gritó el chico, ella se negó a mirarle a la cara mientras Mason profundizaba el corte y un largo hilo de sangre empezaba a brotar desde su cuello hasta esconderse bajo su camiseta ya empapada de sangre.

— Está bien, te la daré, pero por favor, deja que se vaya. – Rogó, y una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de Mason. — Lleváoslo. — Ordenó mientras dejo caer a Elian al suelo, inmóvil. — Con suerte morirá desangrado antes de poder verla morir.

— Te dije que no le hicieras nada. — Gruñó en respuesta, resistiendo el impulso de correr hacia él.

— Y no lo haré, en cuanto te mate me iré de aquí lo más pronto posible, acepte dejarlo vivir, pero nunca dije nada de salvarlo. — Maya juró que podía haber escuchado a su corazón romperse en mil pedazos cuando Elian la miró por última vez, con nada más que suplica y vacío en su mirada. Perdóname. Fue lo último que pudo susurrarle antes de que se desmayara. Luego dos hombres vinieron a por él, supo enseguida que trabajaban para Mason por la marca en el lateral de su cuello y los siguió con la mirada hasta que desaparecieron por la puerta.

— Y bien, es hora de cumplir tu parte del trato. —  Anunció, Maya se obligó a si misma a no llorar, no delante de él. Recordó a Elian regañándola la primera que entrenaron juntos. Nunca les des la satisfacción de verte llorar. Le había dicho, por ese entonces ella aún era débil y torpe, aunque no sabía si las cosas habían mejorado, ahora se sentía como un arma de doble filo, haciendo daño a aquellos a quienes quería sin poder detenerlo.

Como un acto involuntario su mano se movió hasta su bolsillo, donde había guardado el colgante que Elian le había regalado en su último encuentro, pero en vez de eso se topó con lo que parecía un frasco de cristal.

Maya. —  La había llamado Ren. — Confío en que vuelvas sana y salva, pero si algo sale mal, me gustaría que tuvieras esto. — Dijo, tendiéndole un pequeño frasco de cristal relleno de un líquido azul. — Si Mason logra atraparte, tómalo, baja la actividad de tus órganos vitales durante un tiempo, lo que hace parecer que estés muerta, solo que aún no he perfeccionado sus efectos secundarios, podría matarte de verdad, así que tómalo como una última opción ¿Sí? — Sonrió.

Oh Ren, espero que esto funcione. Pensó.

— Una pena, Mason, pero ya deberías de saber que yo nunca juego limpio. — Respondió y abrió el pequeño frasco, Mason corrió hacia ella para atraparlo, pero era demasiado tarde, ella ya lo había tomado. Sus párpados ya empezaban a pesar cuando sintió como su corazón dejaba de latir lentamente, cayendo en un sueño profundo.

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