LOS TRES REYES DE ORIENTE

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Es la Nochebuena de 1916; una noche glacial, obscura y lúgubre, sin villancicos ni serenatas, sin risas ni crótalos, sin panderetas ni albogues. En el silencio de la tierra triste sólo se escucha, de tarde en tarde, un zumbido lejano, un ronco tremor que se extiende con aciaga pesadumbre en el aire gélido y sonoro.

Por un camino, en la desierta llanura, viene de Oriente una caravana. Bajo el cielo adusto, huérfano de sus claros luminares, sólo se ven o se adivinan las siluetas: unos caballos vigorosos, unos dromedarios de robusta joroba, tres jinetes, unos bultos informes arrebozados en las tinieblas.

Llegando a cierto lugar donde se juntan otros caminos, la caravana vacila y se detiene. El cielo parece de ébano; la tierra, de bronce; el aire, un afilado puñal; y es el silencio tan hondo, que se oye el latir del corazón en las entrañas.

Una luz, verde y cruda, rasga de súbito el horizonte lejano, cunde como una centella, se abre al modo de una rosa, y cae deshecha en lágrimas sobre el manto sombrío de la noche. A esta luz, siguen muchas semejantes, y a las luces, unos retumbos pavorosos que hacen temblar la tierra, y a los retumbos, el silencio otra vez.

Y, entonces, la caravana sigue su ruta en las tinieblas...

* * *

Un fuerte resplandor alumbra todo el cielo en Occidente; la llanura se tiñe de roja claridad; los ámbitos se pueblan de voces y tronidos. Es la guerra que cabalga en su negro corcel por los campos europeos; es la Muerte, que, en plena Navidad cristiana, viene a arrullar las cunas con el bárbaro son del hierro y de la pólvora, a encender sus infames hogueras en la noche, en la bendita Noche en que se dijo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad...»

Y arden las casas de los hombres, como antorchas de Luzbel, bajo los rayos de la implacable artillería; a la luz de los incendios, pasan las muchedumbres de soldados con un fragor de tempestad. Son legiones innumerables de todas las razas y banderas: aquí, la cruz, allí la media luna, acá las lises, más allá las águilas y, juntos en la hueste, el casco y el turbante, el capote y el alquicel, los rostros de ébano y de nieve, todos estremecidos por la misma cólera infernal.

Y al paso de estas ciegas multitudes se abren los senos de la tierra, se conmueven las montañas, crujen los bosques, enrojecen los ríos, flamean los aires y caen las vidas de los hombres como las mieses al golpe de la hoz.

* * *

La caravana que venía de Oriente, para otra vez ante el desfile trágico. Rojas lenguas de fuego tiemblan al borde del camino. Una ciudad arde en la noche.

A su siniestro fulgor, se descubre la calidad y riqueza de los tres peregrinos viajeros.

Son tres Reyes. El uno es persa: venerable la figura, verdes los ojos, la barba de nieve, majestuosa la actitud. Viste una túnica de púrpura y de oro; ciñe un alfanje, con un topacio sobre el puño, y trae sobre la túnica un rico manto de armiño.

El otro Rey es árabe: tiene la barba negra y ensortijada, los labios gruesos, la nariz de fino dibujo, los ojos negros, grandes y hermosos, en figura de almendra. El sayo es bermejo, bordado con áureas labores; rojo también el turbante; preciosa la espada, con puño de oro y de rubíes; el manto, azul.

Y el otro Rey, etíope. Es negra su tez como la endrina, pero elegante el cuerpo y nobles las facciones, alta la frente, aguileña la nariz, muy rojos los labios, puntiaguda la barba, muy blancos los ojos y los dientes, rizo y menudo el cabello, como granos de pimienta. Ciñe un vestido blanco, de graciosos pliegues, y es nevada también la xema o toga que luce, con tornasoles de oro. Trae al cuello desnudo una sarta de corales, y a la cintura, en el verde tahalí, un cuchillo con el puño de oro y esmeraldas.

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⏰ Última actualización: Dec 30, 2016 ⏰

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