Te quiero, Iván

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Felicidades a mi niño bello <3

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[Capítulo único]

Había pasado una fría ventisca de nieve cerca de la casa del pequeño Yao. Sus padres no le tenían permitido salir a jugar para que no sufriera un resfriado, pero Yao podía ver por la ventana de su pequeña y acogedora casa el calmado ambiente fuera.

Yao apenas mantenía once años de edad, siendo el niño más mayor de todo el pequeño pueblo de Himaruya. Al principio se le hizo fascinante, pero, con el pasar del tiempo y tener que cuidar de todos los niños de cinco y tres años, se le hizo tedioso.

Escuchó un regaño de su padre al verle apoyado del marco de la ventana a hurtadillas, pero Yao simplemente no logró escucharle, porque, en las afueras, allá afuera de sus cuatro paredes, se encontraba un niño, más grande que él, jugando con la nieve como si fuera la cosa más divertida en el mundo.

Sus ojos brillaron, delatando ese pequeño color ámbar que todo mundo amaba. ¡Un niño grande se acababa de mudar al pueblo! Yao no podía creerlo, y todo era como un reto para el chiquillo de ojos rasgados y largo cabello sujeto a una coleta.

Desde lejos, sacudió su mano buscando saludarle. El otro niño sin embargo no podía verle. Yao bufó, fastidiado al no tener la atención del albino. Entonces se apresuró a buscar una resortera con un pequeño botón; lanzó el objeto en el brazo del otro, y, asustado al verle reaccionar, sólo pudo agitar su brazo para llamar su atención.

Yao noto la incredulidad en los ojos del contrario, incluso el brillante color lavanda en estos. Era extraño, sumamente extraño. Por un momento pensó en alejarse y correr a los pies de su madre, pero, cuando Iván sonrió, todo aparentaba ser diferente.

Su sonrisa parecía crear calidez en todo a su alrededor, incluso si se encontraba terriblemente nevado, era cálido y acogedor. Yao no sabía qué era el sentimiento que creció en él, ni por qué le devolvió la sonrisa, pero se encontraba encantado por tal hermosa risa de aquel niño en medio la nieve.

En la noche, Yao le preguntó a su madre acerca del niño, ésta les respondió con nombres y apellidos. Era Iván Braginski, un recién mudado al frente de su casa. Y, aparentemente, era sordo.

Yao quería hacerle saber que tan especial era para él, pero, si nuestros sentimientos se manifiestan mediante las palabras, ¿cómo le haría saber a Iván lo hermoso que le hizo sentir? Entonces miró a las estrellas, y pidió con ojos cerrados una manera de expresar lo feliz que Iván le hacía con su sonrisa.

Yao tenía una semana antes del cumpleaños de Iván para descubrir una manera de reflejar el amor sin utilizar palabras.

Yao tenía una semana antes del cumpleaños de Iván para descubrir una manera de reflejar el amor sin utilizar palabras

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Inocente Corazón [RoChu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora