Cautiva

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Todos los cuentos comienzan con un "Érase una vez". Pero yo no lo haré. Porque esto no es un cuento. Los cuentos siempre terminan con finales felices y sueños cumplidos. Pero esto es una historia. Esta es mi historia y hoy no puedo imaginar un final feliz.

Todas las personas tienen un camino que recorrer. Hay caminos que se cruzan y personas que se encuentran. A veces esos caminos se separan y, a veces, finalizan juntos. Hay caminos más cortos que otros. A veces la gente puede ver cuando se acaba y otras veces estás tan embobado contemplando el cielo de la felicidad que ni siquiera puedes pensar en el final.

No voy a decir mi nombre, eso carece de importancia. Vivo en Herbeira. Yo soy la protagonista de esta historia, pero no me siento protagonista de nada. Me siento invisible. Nadie me ve. Todo el mundo me mira, pero nadie me ve. Nadie ve lo que me pasa. Y por eso estoy sola.

Mi historia comenzó una preciosa tarde de invierno, en la universidad. Estaba con una amiga paseando entre la niebla, sin ver, hasta que mi vida se cruzó con la de un hombre unos años mayor que yo.

Comenzó como todas las historias, con la locura del comienzo, del amor y una juventud que no te deja ver más allá de tu propia felicidad. Esa persona es maravillosa, no tiene defectos y, sobre todo, jamás te fallará. Nada podría ser más perfecto.

Nuestra historia de amor fue como la de todo el mundo, cuando crees que durará para siempre. Que seréis felices y os iréis a vivir a un castillo en un maravilloso reino encantado, pero todo ello, no son más que simples cuentos. Todavía recuerdo cuando veíamos caer los copos de nieve junto a la ventana con un chocolate caliente entre las manos y creyéndonos invencibles, creyendo que podríamos parar aquella tormenta de nieve y cualquier cosa que pudiera ser de alguna forma un pequeño obstáculo en nuestra exultante felicidad.

Después llegó el pequeño Borja. Todavía recuerdo uno de aquellos felices años en el que juntos me regalaron un corazón partido a la mitad. Me dijeron que a cada uno les encantaría ser una mitad de mi corazón. Ni siquiera les respondí. Simplemente era obvio que así era.

Y, poco tiempo después de que el camino de Borja comenzara, nadie se dio cuenta de que el de la abuela de Borja, mi suegra, estaba finalizando.

Era cáncer, como actualmente suele ser siempre, y a su edad, le dijeron que era terminal, que su viaje se acabaría en dos años.

Fue un año muy complicado para él. Ahí fue cuando las mariposas de colores que me visitaban cada mañana en la ventana volaron para no volver jamás. Ahí fue cuando comenzó mi soledad. Ahí fue cuando empecé a cambiar, tanto física como mentalmente. Ahí es cuando las sombras despertaron y comenzaron a ocultar poco a poco el sol que me iluminaba cada día. Ahí aparecieron las primeras muestras del cambio en mi cara. Todavía puedo recordar la primera vez que mi hijo me tocó la cara desconcertado. Pero nunca preguntó, y yo se lo agradecí de una manera que no puede ni siquiera imaginar.

En ese momento fue cuando empecé a maquillarme, cuando empecé a ocultar cualquier sentimiento e incluso a mí misma. Yo decía que lo hacía por mí, no por la gente que estaba a mi alrededor. Ahí también fue cuando dejé de hablar con la gente porque en realidad, a nadie le importa lo que te pasa, porque creía que la gente sólo estaba contigo por interés, porque eres divertida y puedes hacer que se olviden de sus propios problemas. Así que decidí apartarme de mundo, decidí que todos los que me rodeaban eran malvados y que sólo mi familia podía ayudarme. Sólo que puede que no fuese mi decisión. Sólo que puede que esa no fuese la decisión correcta.

Yo me repetía a mí misma, que sólo era una temporada, que todo ello pasaría y que era cuestión de esperar. Las estaciones pasaban y la sombra cada vez era más grande y a veces me daba la impresión de que cogía mi corazón y lo apretaba hasta que no era capaz de respirar. También decidí no contárselo a nadie, guardar el problema, porque en realidad ni siquiera se podía considerar como tal. Porque si es que había un problema, era mío. Nadie debía enterarse y yo debía ser capaz de solucionarlo por mí misma.

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