Aquí me encuentro, frente a esta tumba. Los jóvenes no deberían morir, al menos no los niños. Tantas vidas y esperanzas se pierden dentro de la eternidad, del pensamiento seco de una efímera existencia. Las ilusiones de su futuro se perdieron hace 3 meses y se concretó la perdida de la joya de la vida debajo de 3 metros de tierra, el símbolo de la muerte, de mi carne y sangre, de su futuro y el mío.
El cementerio está cerrando, ya no me importa. En realidad nada me importa. Perdí mi razón de ser, mi guía de camino, mi único lineamiento para el futuro. Casi poética es la vista de las tumbas cubiertas de tierra y flores. Nunca podrá verse bien un lugar que recibe tanto dolor y, a veces, también hipocresía. ¿Qué clase de lógica dicta esta abominación humana de un padre visitando la tumba de su hijo? ¿Cuál es la razón de esto, si siempre pensé que él era la razón para mí?
Desde hace tiempo que no cuido de mí mismo, rasco mi cara a través de la espesa barba de más de un mes, simula una coraza sobre mi corazón. Se asegura que ya nadie entrará en mi interior. Me siento para descansar mis piernas cansadas del tiempo que he estado aquí parado mirando la lápida como un espejo de odio y vergüenza.
No tengo más palabras, solo pensamientos al azar de momentos vividos, tratando de justificar mi aún existente ser, mi ahora incompleto ser… El cielo está oscureciendo y toma un color rojizo, adecuado en todo. Adecuado en tiempo y lugar. Como ya dije… casi poético.
-Disculpe señor, no debería estar acá a esta hora- dijo un niño que apareció a mi lado derecho. De aspecto pálido y mal cuidado, delgado a más no poder y con una enorme mirada de tristeza dirigida alternadamente a cada uno de mis ojos.
-Lo sé, necesito unos minutos más- solo alcancé a replicar
El tiempo transcurre y de a poco está oscureciendo. El niño sigue a mi lado, hace más de media hora que está aquí conmigo, de forma extraña me siento acompañado.
-¿Cómo te llamás?- Le pregunté
-¿Cómo?- Me preguntó cómo sorprendido por mi interés
-¿Qué cómo te llamás, cuál es tu nombre?- le repetí
-Yo ya no tengo nombre- El niño miró unos segundos al cielo, me pareció ver un gesto de dolor en su rostro antes de contestar
-¡Pero si lo tuve! Me llamé Joaquín- Dijo bastante más animado, como buscando rectificarse.
Siento correr un escalofrío por mi espalda, creo que es normal ante tan extraña respuesta. Sabía que cada palabra que dijera me haría meterme más y más en este extraño suceso o estúpida broma. Pero decidí continuar, como tantas veces lo hice y terminé por arrepentirme.
-¿Dónde están tus padres?- Le pregunté como para sacar de mi mente tan extraña respuesta anterior
-Allí estaban- dijo señalando hacía una cabañita humilde cruzando transversalmente el cementerio.
Su respuesta me tranquilizó, lógicamente era hijo del sereno que cuidaba el cementerio, por eso había venido a avisarme de la hora, tal vez por mandato de su padre. Ya todo tenía sentido no necesitaba preguntar más, mi mente inquieta ya se había dormido un poco y de a poco volvía a la melancolía, dejando atrás el miedo y también la esperanza de volver a ver a mi hijo.
-Vení, te acompaño hasta tu casa- ya me había encariñado con tan peculiar personaje, además me había acompañado durante casi una hora. Me pareció correcto acompañarlo y si se daba la ocasión, hablar bien de él con sus padres
-yo ya no tengo casa- respondió sorprendido, como si esperara que ya supiera porqué
-¿cómo que no tenés casa? Cuando te pregunte donde estaban tus padres, me dijiste que estaban allá- Le pregunté de forma algo exaltada