Tal vez haya sido el destino

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Regina se preguntaba cómo había llegado a aquel punto, nada tenía sentido, o tal vez tuviera más de lo que ella pudiera imaginar. Miraba para Emma, todavía echada a su lado, en un sueño profundo, la respiración pausada, los labios entre abiertos, la piel blanca, desnuda, cubierta parcialmente por la sábana. Viendo a la rubia de esa manera, un cierto desespero tomaba el control del cuerpo de la alcaldesa, las lágrimas comenzaron a correr por el rostro cuando se puso a pensar qué hacer después de la noche pasada con la señorita Swan.

Desde el día en que Emma había traído a Marian a Storybrooke, Regina había evitado encontrarse con Robin, así como también hablaba lo imprescindible con la sheriff, que todavía insistía en pedir perdón siempre que tenía oportunidad. Ya había pasado una semana de lo ocurrido y la alcaldesa sabía que, tarde o temprano, tendría que hablar con el arquero e intentaría ser más cordial con la otra madre de su hijo. No quería que se la viera más como la Reina Malvada, no quería venganza, pero a pesar de todo, sentía una tristeza profunda al constatar que, una vez más, el amor se le escapaba, y por más que quisiera olvidar, pasar por encima de todo, no conseguía dejar de pensar en cómo la familia "Charming", incluso sin querer, destrozaba su vida, se entrometían y acababan arruinándolo todo.

¿Sería posible que Regina nunca alcanzara la felicidad mientras estuviese cerca de la familia? Queriéndolo o no, la reina tenía ahora un lazo eterno con ellos, jamás abandonaría a Henry y él jamás abandonaría a su familia. Y así fue como aquella tarde, mientras la alcaldesa leía en su despacho, todo se puso cabeza abajo. De repente fue interrumpida de su lectura por insistentes golpes en la puerta, se levantó irritada y se dio de cara con Emma.

«Regina, necesito hablar contigo» dijo la rubia de forma apresurada. Llevaba su habitual chaqueta roja, una blusa negra, unos pantalones ajustados e, increíblemente, calzaba botas de tacón.

La morena pensó en cantarle las cuarenta a la mujer que tenía delante, ¿quién era ella para armar ese escándalo en la puerta de su casa? Pero, luego la imagen de Henry vino a su mente, ¿le habría pasado algo a su hijo?

«¿Señorita Swan? ¿Algún problema? ¿Le ha pasado algo a Henry?» preguntó «¡Responde!» dijo seria cuando observó la tardanza de la otra

«No, Regina» dijo con más calma «Henry está bien, no tiene nada que ver con eso, yo...yo...yo»

«¿Tú qué, Swan?» ya estaba irritada «Vienes hasta mi casa, llamas a la puerta como una loca, me quieres decir algo, pero no consigues formular una frase»

«Bueno, ¿puedo al menos entrar?» dijo «Para que podamos conversar mejor» sonrió desconcertada, aquella misma sonrisa que tenía el día en que se vieron por primera vez, cuando Henry le había dicho que había encontrado a su verdadera madre. Era gracioso cómo aquella imagen seguía viva en la mente de la reina.

Regina bajó lentamente la cabeza, y su mano derecha se alzó para masajear su sien, suspiró, dio dos pasos hacia atrás dejando la entrada libre para que Emma entrara. Las dos caminaron hasta el despacho, la alcaldesa se sentó tras la gran mesa y con una señal indicó a la otra que tomara asiento frente a ella.

«Puedes hablar» dijo «Te escucho»

«Regina, yo...yo...yo» tartamudeó

«¿Vamos a volver a lo mismo?»

«No, Regina, solo déjame hablar» sonrió débilmente «He venido a pedirte perdón» dijo finalmente

«Si no mal recuerdo te has pasado toda la semana insistiendo en que te perdonase. No te perdono y ...»

«Pero Regina...»

«No he acabado de hablar, sin interrupciones, ¿vale?» la rubia asintió y la reina continuó «No te perdono, porque no hay nada que perdonar, sé que no fue a propósito, sin embargo tienes el increíble don de meterte en mi camino y arrasar con todo, solo déjame en paz»

Tal vez haya sido el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora