-¡La ha hecho llorar de nuevo, JoJo!- exclamó Kakyoin con la pequeña Jolyne en brazos que se negaba a retirar su rostro lloroso del cuello de su padre. Jotaro se recargó en el marco de la puerta, con su típica actitud despreocupada, bufó cuando los sollozos de Jolyne aumentaron.
Como odiaba y amaba a esa niña.
Lo hacía a propósito, por supuesto, con sus escasos dos años sabía que a base de lágrimas podía obtener casi cualquier cosa, con casi cualquier persona. A Jotaro no le convencían esos ojitos y puchero adorable que Jolyne usaba para conseguir lo que no debía tener.
-¡Es sólo un pastel, Jotaro! ¿Por qué no puede compartirlo con Jolyne?
-Es mío.
-¡Mañana puedo hornear otro!-exclamó Kakyoin, empeñándose en calmar a la niña que se retorcía y lloraba en su hombro.
Jotaro ocultó una mueca. No quería ofender a su esposo, pero cocinar en definitiva no era una de las cualidades del pelirrojo. Ese trozo de pastel era el último de los postres que le había enviado su madre, Holly, y por nada del mundo iba a perder ese pedazo que casi te llevaba al cielo con un mordisco. Amaba de verdad la comida de su madre, aunque no lo dijera en voz alta. Jolyne seguía y seguía llorando, causando que Kakyoin le mirara de mal modo. Y a él no le importaba, porque era SU pastel, exclusivamente para él.
-Jotaro- dijo Kakyoin con un brillo de determinación en los ojos. El mencionado arqueó las cejas, intrigado. - Si usted le obsequia el trozo de pastel a Jolyne yo le daré algo a cambio.
La confusión de Jotaro disminuyó cuando notó las mejillas sonrosadas de Kakyoin. Se refería a "eso". Su esposo siempre había sentido incomodidad referente a esos temas.
-Tsk- Se lo pensó dos veces para responder. Por una parte podía convencer a Kakyoin para hacerlo (pero no obligarlo, jamás en lo que le restará de vida lo obligaría a tal cosa), sin embargo, la proposición era muy tentadora. - Yare Yare...
Caminó hacia el refrigerador para extraer su preciado y delicioso trozo de pastel. Lo tendió a Jolyne que hipaba, tallándose el ojo en un gesto verdaderamente adorable.
-Padre ha decidido compartir esto contigo, JoJo - susurró Kakyoin tomando el manjar. Jolyne se alegro, sólo un poco, o eso fingía. - Gracias - sonrió mirando a su esposo. Para Jotaro no había mejor regalo que la sonrisa de Kakyoin.
-¡Hola! ¡Hola! ¿Hay alguien en casa? - exclamó la enérgica voz de Polnareff, quien había viajado desde Francia para conocer al nuevo miembro de la familia Kujo-Noriaki. - He traído lo que pediste, ¿eh? ¿Kakyoin?
-¡Ya voy, Polnareff! - exclamó el pelirrojo para darse vuelta y salir de la habitación. En ese momento, Jolyne se recargó en su hombro y miró fijamente hacia Jotaro con una mirada de suficiencia, sonriendo triunfante.
-Yare Yare Daze... – susurró inclinando la cabeza.
Esa pequeña embustera...