Últimamente, comienzo a sentir mi vida como un círculo finito; sin embargo, esta expresión no describe en detalle el vacío existencial que anhelo describir en este escrito.
La vida carece de infinitud, por lo que no es acertado equipararla con una figura geométrica cuyas líneas no remarcan un inicio y un final. Tal vez... no sé... una forma más abstracta, quizá un espiral, encaje mejor en el concepto que quiero plantear.
¿Ha escuchado alguna vez el mito de Sísifo? Un hombre que fue castigado por engañar a la muerte en dos ocasiones. He de decir que el castigo es bastante peculiar: debía empujar una roca hasta la cima de una colina sin parar; sin embargo, inevitablemente, esta caía de nuevo, así que su completa eternidad se basaba en empujar una roca y dejarla caer.
Se preguntará también... ¿qué rayos tiene que ver esto con la cuestión del vacío existencial? Temo confesar que, si mucho me pongo a pensar, me siento como Sísifo... pero en otro lugar. Mis dinámicas diarias son diferentes; el peso de la roca que empujo es teóricamente diferente; sin embargo, puedo jurar que a veces se siente igual de inaguantable, como si Atlas hubiera puesto sobre mis hombros todo el peso del cielo.
Empujar la roca durante el día no es lo más difícil; incluso, hasta cierto punto, distrae mis pensamientos hiperactivos y calma un poco su juicio constante. El problema viene cuando llego a la cima y la roca cae al mismo tiempo que el sol cae al atardecer. Lo que se interpretaría como liberación solo se siente como una nueva frustración, una que no tiene fin, que se multiplica infinitamente, agotando cada uno de tus recursos y debilitando cada célula de tu cuerpo y mente. Te deja sin sentido, y no sé si lo tengo merecido.
Afortunadamente... sí, hay un inicio, y claro que habrá un final, pero cada día hay que completar una vez más un pedazo del mismo espiral.
