Prólogo

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Sesión 01.

13 de noviembre, 2016

Quentin Hirsch.

-Quentin, ¿sabes por qué estás aquí?

-Porque ellos creen que estoy loco.

-No, Quentin, nadie cree eso. Son solo personas que se preocupan por ti.

-¿Qué quiere de mí, doc?

-Quiero que hablemos.

-Ok, hagamos un trato ¿sí? Finjamos que esta es una charla amistosa, donde usted pretenderá que le importa lo que yo le diré, y yo me limitaré a contarle tal cual cómo fueron los hechos, de inicio a final, mientras usted escucha. ¿Qué tal le parece, doc?

-Si eso te hace sentir mejor, estoy de acuerdo.

-Entonces estaba yo, ¿no? Quentin Hirsch, el que supuestamente existe porque tiene un nombre. ¿No es así como funcionamos? "Las cosas existen porque las nombras", pero digamos que yo, yo... Yo no existo. La gente cree conocer a un tal Quentin Hirsch. Oh sí, cualquiera puede preguntar por mí entre los pasillos de la escuela y entonces dirán "Ah, Quentin, sí, es un buen estudiante". Así me conoce la gente, como el Buen Estudiante. De seguro ese será la inscripción en mi lápida. "Fue un buen estudiante".

-Y eso no tiene nada de malo.

-Eh, eh, ¿rompiendo el trato? Yo hablo, usted sólo escucha. Ahí está el inicio. La gente cree conocerme, pero ¿si acaso alguien se ha esforzado en conocerme de verdad? O mejor dicho, ¿he dejado yo que me conozcan? No lo sé, doc. Ese es el asunto. El temor a ser descubierto. Verá, una vez que hablas entre un grupo de personas, pensando "qué genial, diré lo que pienso y todos me escucharán y estarán de acuerdo conmigo y entonces charlaremos" y al final nadie te presta atención, te das cuenta que en verdad no eres relevante en este mundo, comienzas a sentirte cómodo en la sombra de alguien más. No es como si me hubiese importado, para nada, ser el que estaba detrás de las personas, siempre.

>>Todo es más sencillo así, créame doc. Uno no tiene que esforzarse por ser el simpático, el más inteligente o el más chistoso, basta con estar ahí, sin que nadie te note. Pero es una carga demasiado pesada que no muchos aventureros logran sobrellevar, y bueno, digamos que yo fui uno de los débiles que no pudo con tanta sombra.

-Tengo entendido que hubo dos intentos de suicidio.

-Sí, doc, entiende bien. ¿Ya puedo hablar? Ok, y por favor, no me venga a decir que eso sólo era una rabieta, una carga innecesaria de agresión contra el mundo que acabé descargando en mí mismo, como una persona totalmente egoísta. "¡Mírenme, estoy molesto y por eso me voy a suicidar ya que no soy capaz de acuchillarlos a todos ustedes, criaturas nefastas que odio por ignorarme y no esforzarse en conocerme!". Tan sólo no le veía el punto a todo esto, ¿entiende?

>>Vivir, ¿y para qué? ¿Qué ganamos con eso? Es una ecuación tan sencilla como que hay quienes logran resolverla y les va muy bien, y como otros tantos que no son buenos en matemática y le da cero al final, sabe, fracasa en el asunto. Entonces conseguí el atajo más rápido a esa ecuación, utilizando la calculadora. Pero no era una calculadora sino era cloro. Sí, sí, claro, ¡cloro! Y mire usted que lo hice con mucha clase. Maldición, si iba a vivir como un imbécil, al menos moriría con elegancia. Así que una tarde en el que mamá fue a buscar a Margo en el kínder, yo saqué nuestro confiable cloro del armario. Me serví en una copa de champaña. Fui hasta la sala, coloqué la Novena Sinfonía de mi querido amigo Beethoven, me senté en el sofá y me dispuse a tomarme mi copa. Al principio fue un infierno, debo decirle, me refiero a que tomarlo por sorbos era como... como, bueno, un infierno. Así, ¡venga hombre! Directo al esófago, y me lancé todo el contenido de una. Dos copas... tres, luego de la quinta, mi estómago comenzó a gritar pidiendo ayuda mientras mi garganta se quemaba. Comencé a sudar frío y cuando quise tatarear la melodía de la gloriosa música, mi garganta me dolía lo suficiente como para emitir berridos. Uno creería que tomarse copas de cloro acabaría con la vida de cualquier persona en segundos, pero ¡qué va! Si lo mío duró horas. Suficiente tiempo para que mi mamá me encontrase en el piso de la sala, con dificultades para respirar, y un charco de vómito con sangre a mi alrededor.

-Le diste un gran susto a tu madre, Quentin.

-¡Pero qué iba a saber yo que me encontraría todavía consciente! Demonios, y yo que contaba con que hubiera tráfico o se pusiese a hablar con el comité de madres no-sé-qué de la escuelita de Margo. Entonces, hay quienes toman el atajo y les va bien, ¡pero yo ni eso pude hacer bien! Así que... sí, seguí viviendo. Nada que un lavado de estómago y hospitalización no cure, además de sermones y miradas de desaprobación de tus padres. Bastaba con eso como para que yo aprendiera la lección, pero no.

-No aprendiste la lección.

-¡Bingo, doc! Es que usted no entiende la frustración que uno siente cuando quiere llevar a cabo algo y le sale mal. Tiene que seguir intentándolo hasta que por fin lo consigue. ¡Yo tenía que intentarlo! ¿No ve que el "buen estudiante", es por algo? Claro que iba a dejar que el tiempo pasase, mientras planificaba mi próxima estrategia. Necesitaba algo más directo y eficaz, en el que no hubiese oportunidad de un fracaso. Algo que una vez que estaba ejecutado, no había vuelta atrás. Fue así como llegué a la conclusión de que un accidente de carro no estaba para nada mal. Directo, conciso, eficaz. ¡Justo lo que necesitaba!

>>Ya tenía mi sitio planificado. Una vieja carretera que pocos transitaban pero que me tenía por asegurado a unos conductores que iban a toda velocidad, sin importarles mucho las leyes de tráfico porque ¡nunca había nadie por ahí! Escogí un momento de la tarde, para así no arruinarle el comienzo de un hermoso día a cualquiera, pensé que en la noche también pero sabía que mi madre no me dejaría ir, así que el momento indicado fue justo después del mediodía, donde posiblemente le arruinaría la infancia a algún niño que estuviese yendo de vuelta a casa en el coche con su madre.

>>Me fui caminando por la orilla, con algunas bocinas fugaces que me perseguían desde atrás. Cuando por fin me llené de valor para abalanzarme a alguno de esos veloces automóviles, llegó quien diría... a ver, mi salvador.

-Christopher, ¿no? Christopher te salvó.

-Ah sí, Chris... Chris, el grandioso de Chris. El problema, doc, con mi plan, es que no tomé en cuenta que él transitaría por la misma carretera, tomando un paseo en su bicicleta. Chris debió verme y dejarme cometer mi suicidio, pero claro que no, eso hubiese ido en contra de su moral. Así que en cambio él tan sólo saltó de su bicicleta, me empujó del camino hasta llegar al otro extremo, justo en el instante en que mi carro víctima estaba pasando, dejando en su ausencia un insulto y unas bocinas iracundas. Y es que todavía lo recuerdo. Recuerdo cuando Chris me tomó por los hombros, mirándome con tanta angustia como si hubiese sido mi mejor amigo el que me hubiese salvado, preguntándome si todo estaba bien. Ni siquiera me dejó contestarle cuando ya estaba abrazándome con fuerzas.

>>Y dijo: "Que el amor y la bondad de Dios esté contigo". Sí... me salvó un católico. ¿Ahora entiende por qué él no me dejó suicidarme? ¡Porque él cree que la vida es sagrada y un regalo de nuestro Creador!

-¿Qué pasó luego, Quentin?

-Luego doc... el motivo por el cual me internaron aquí.

>>Traté de matar al chico que amaba.

Love, QuentinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora