La ciudad se levanta con sus venas repletas de un torrencial de gente. No son aún las 7 de la mañana cuando visitantes de muchos sitios de la esfera coinciden en la sede intelectual de la nación de Nicaragua. El autobús realiza su última estación en el mercado y preguntas cómo llegar a la Catedral; una señora sonriente, meliflua te dice que está como a 5 cuadras y un zapatero te recuerda -a manera de broma- que una calle de León tiene por extensión un cuarto de kilómetro. El padre Sol despierta e ilumina las calles, una de ellas parece tener incrustadas pelotas simétricas hechas de piedra, orgulloso el leonés que nos transporta - a mi amado novio y a mí- nos dice: "esta es una calle original, testigo de la fundación de León sobre estas tierras" puede verse en el rostro cómo se acrecienta el espíritu.Aunque hemos programado primero una visita al Museo Archivo Rubén Darío la tentación de sentir por vez primera el cúmulo de sensaciones que despierta un recuerdo tan añejo de nuestro continente es demasiado grande. Cinco naves, diez tramos abovedados, torres, la parroquia, el sagrario, espacio amplio con iluminación natural, su estructura no posee ningún tipo de metal; sus paredes, hechas de una mezcla de claras de huevo, avena y cal reposada por tres meses y mezclada luego con piedras de gran tamaño; más de 30 metros de altura. Es hermosa, se nos quita lo profano de tanta belleza. Arquitectónicamente, una maravilla.
Después de esa primera impresión partimos con dirección al Museo, antigua casa de Rubén Darío. En exposición se encuentran las que en vida fueran las pertenencias del poeta: el crucifijo que lo acompañó en la muerte, su cama, las primeras ediciones de sus libros, algunos manuscritos, su traje de diplomático, la máscara mortuoria. Todo envuelto en un ambiente dual, lo extraño y formidable que es dar pasos donde estuvieron sus pies, o imaginar las algarabías que tenían lugar en las afueras de su casa, y el grupo de literatos y artistas que se reunían por las noches en presencia del futuro poeta aún en su etapa infante.A continuación de un merecido almuerzo y de un paseo por algunas calles nos disponemos a realizar un tour completo por la Catedral. Una de las guías, con completo donaire, nos invita a conocer el nombre completo de la Basílica; ella dice: "Insigne y Real Basílica Catedral de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María" y llena de brío agrega: "Repitan conmigo", las risas repercuten dentro de las amplias naves.
Luego de una breve introducción de la historia de la Catedral otro guía llega por nosotros y nos da orientaciones para subir a la Gran Mole. "Subir descalzos, solo marcar paso en zonas indicadas, no subirse a las cúpulas - a menos que desee desplomarse con parte de ella-, no acercarse demasiado a los Atlantes". Al llegar a las alturas la vista asombra, más de 10 volcanes pueden verse a lo lejos,el vértigo sorprende mientras el claro cielo azul se tiñe de negras nubes, nos cae una llovizna y buscamos apresurados las angostas escaleras cuando el guía llama para bajar a los sótanos.
León se oscurece y llora, la Catedral naturalmente se ilumina. Parecida a las salas de las abuelas, sin luces de techo encendidas, con solo unas pequeñas luminarias de sala que alumbran el techo y el suelo inmediato dejando en el centro una oscuridad suave y grata a la vista: así se vistió de luz y sombra la inmensa edificación.
Lanzar la mirada al parque vacío, todos refugiados en el " kiosco" o en los comercios, algunos niños brincando sobre las aguas; el cielo oscuro y detrás de las nubes, relámpagos. La guía dirige su camino hacia los sótanos, para los altos dice: "resguardad sus cabezas". En la primera sala descansan los restos del famoso sacerdote Marcelino, muy popular en la ciudad. En la segunda sala guardan reliquias valiosas para la religión católica y una escultura de madera que representa la última cena. Además, los restos del ilustre poeta Alfonso Cortés, aquel de inmensos ojos de cielo, aquel que llamaron loco; aquel que conoció la gracia de Dios.
En la tercera sala del sótano están enterrados los restos del poeta Salomón de la Selva, la guía explica que él pidió que su placa llevara cinco estrellas y las águilas. Las primeras por los continentes donde estuvo y las águilas por considerar que representaban a totalidad su vasta obra poética.
Para finalizar la experiencia nos llevan al pie de la tumba de Rubencho y hacen desfilar encantados muchas historias que rodean la muerte del poeta. La guía nos cuenta: " estando en cama pide a su buen amigo Navas una botella de licor, el escultor corre angustiado en busca del obispo Simeón Pereira para contarle el acontecimiento; el religioso envía una botella con licor mezclada con tragos de agua bendita. Daría al probarlo lo escupe y vocifera al pensar que "para colmo" lo querían envenenar -¡vaya paladar! Piensas mientras lo imaginas.
Heme aquí.
Dicen que Darío preguntaba a Navas: ¿Qué harás para recordarme cuando yo esté muerto? Navas respondía: "Haré un León triste que llora, lo pondré sobre tu tumba, porque la ciudad será siempre un León triste que llora por la muerte del poeta".
Lorena A. Cruz