La vi, subió como si el mundo fuera suyo. Por un momento, como una ráfaga de viento se instaló en mí su olor, su esencia y me miró también. Quien diría que precisamente yo, tan común y tan callado, sería capaz de encontrar en sus ojos los vestigios de una amante eterna y enamorada.
Ya no estaba ni el bus, ni las personas, ni los vendedores ambulantes que abundan en un país golpeado por la crisis.
De pronto solo era yo, rodeado de papas, granos y carne seca bien conservada. Ligia, la cocinera me había ayudado a subir por la escalera, las tablas rechinaban a mi paso. Los patrones esperaban visitas, algo acerca de guerra y conquistas. Las cosas se ponían difíciles, las batallas se volvían más violentas y los pueblos quedaban más pobres. La libertad sabía a muerte.
La cena fue natural, la gente acomodada comía con una elegancia enloquecedora e incómoda. La marquesa no participó en la conversación, acostumbrada a hablar de espejos franceses y tejidos orientales. Su marido, el general Delgado por fin había decidido ir a la batalla, el grito libertario se aproximaba, era cuestión de tiempo para que los criollos declarasen su victoria sobre el virreinato de Nueva Granada.
Cuando el patrón se marchó, se me encomendó la tarea de cuidar a la patrona. Quien diría que tras esa frivolidad inquietante existía un ser frágil y necesitado de amor. Así pasaron días, semanas y meses, cada noche cerca de las diez me dedicaba a admirarla, descubría nuevas facetas de su sensualidad y la amaba despacio, como un jardinero a su flor. Y ella me amó también, estoy seguro.
Al 28 de mayo, regresó el patrón. La victoria de los criollos se difundía, los departamentos cercanos se escandalizaban. Y yo solo podía pensar en la mujer a la que había amado en noches frías. Esa tarde tras un largo tiempo la vi besando a otro, la vi abrazándolo fuerte, la vi tan feliz, tan viva que comprendí que aunque yo la amaba profundamente, este no era el momento, ni la vida.
Desperté de mi letargo y ahí estaba parada, aferrándose a la baranda, su cabello caía sobre sus hombros y rozaba su cintura. Como nunca antes en la vida, decidí hablarle, iniciar una charla casual sobre su día. Pero como una escena ya vivida, lo vi llegar mientras me moría. La abrazó, la besó despacio y le susurró al oído, mientras ella, bueno ella reía.
Y yo solo reí también, porque habían pasado tantas vidas y la historia triste se repetía. Ella tan frívola y distante había logrado una vez más su acometido, me tenía entre sus manos como amante perdido.
Volví a sonreír mientras ella tan vibrante y enamorada, abrazaba a otro pero me tenía a mí.
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Abrazaba a otro
RandomY yo solo reí también, porque habían pasado tantas vidas y la historia triste se repetía. Historia creada para el concurso de escritores.