Olor a lluvia

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- ¿Pusiste la mesa, Hiyo?

- Sí, niichan - el morocho le sonrió.

- Perfecto. Supongo que no tardan en llegar, a no ser que ese imbécil se haya demorado al alistarse.

- Tú y tu desagradable tendencia a tratar mal a Onodera-chan... Perdón - Kirishima guiñó el ojo con complicidad a su hija de catorce años - Takano-niichan, ¿verdad, amor?

- Sí, papá. ¡Oh, esos deben ser ellos! - corrió hacia la puerta al escuchar el timbre.

- Por favor, intenta ser amable. Ahora que Hiroshi se ha unido a la familia creo que es necesario que dejes de lado tus celos... - Kirishima empleó un tono de voz triste, provocando que Yokozawa se sintiera culpable - Los niños sienten cuándo las personas no son agradables con sus padres... y él es muy inteligente. No me gustaría que te despreciara por tratarlo de manera impropia... - caminó rumbo a la sala, desde la cual se oían las risas infantiles.

- Oi - pero no pudo avanzar más allá de dos pasos. El otro lo tomó de la mano, jalándolo hacia él. Los cabellos rubios se desacomodaron, pero ni siquiera le dio tiempo a procesar lo que ocurría, ya que, rojo como un tomate, Takafumi lo beso - Eres... eres imposible... Ya te he dicho que te... te amo, ¿no? Sólo hablo así de Onodera para no perder la costumbre...

- Hum... creo que de vez en cuando fingir que me pongo triste por tu comportamiento será de utilidad... - anticipándose a su intento de huida, lo tomó de las caderas y lo aprisionó contra la pared - Porque cuando te pones así... despiertas mis más bajos instintos...

- Z... Zen... deja de decir... - los labios que tan bien desempeñaban su papel en esas circunstancias se fueron acercando a los suyos, quienes se olvidaron de protestar. Es que habían desarrollado una traicionera adicción, que, era difícil de eludir...

- Ejem...

...a menos que, como en ese momento, hubiese testigos...

- Maldita sea... - Takafumi deseó que se lo tragara la tierra. Onodera, Takano, Hiyori, y muy especialmente, el pequeño hijo adoptivo de la otra pareja, de trece años, estaban viéndolos, y riéndose, claro está, de él y su intenso sonrojo. Kirishima por su parte lo abrazó aún más fuerte, riendo también - Conociéndote... debo suponer que sabías que ya nos estaban viendo...

- Cachorrito - el niño lanzó una carcajada estridente que contagió al resto - el amor hay que compartirlo con los seres queridos que nos aprecian, ¿verdad, Hiroshi-kun?

- ¡Sí, tío Zen, como mis papás! - el pobre Ritsu se sonrojó y sutilmente se alejó de su esposo, para no darle oportunidad de imitar al novio de su mejor amigo.

- Tienes razón, hijo. Mamá y yo siempre estamos demostrándonos amor ante el mundo entero - el comentario de Takano-san logró poner aún más rojo a Onodera, mientras los otros reían, incluyendo a Yokozawa, aunque éste, en su calidad de uke, se solidarizó con su congénere y sólo lanzó una risita disimulada. El ojiverde fulminó con la mirada a Takano, pero la lasciva expresión del mayor lo cohibió por completo.

Desde su mullido y acogedor lugar en el sofá, unos ojitos verdes los seguían a todos con atención casi humana, y si le hubieran prestado la debida atención, hasta habrían descubierto una especie de sonrisa. Amo y señor de esa casa, el centro de atención eterno de los Kirishima, Sorata no podía evitar pensar (si es que los gatos piensan), que tanto Taka-kun como Yoko-kun habían crecido para bien, transformándose en dos hombres muy apuestos... y felizmente enamorados.

Olor a lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora