FARYD Y EL VELO MÁGICO

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La noche se vestía de fiesta en la ciudad de Line Dirck, pues a la mañana siguiente se casaba la princesa Leeba, hija del rey Jasón.

Los más altos bardos del reino se presentaron en la plaza mayor para entretener al público con sus más hermosas historias y canciones.

Las tabernas, a rebosar, ofrecían por primera vez sus mejores carnes y sus mejores vinos. Mas en el fondo de una de ellas, sentado en un taburete tras una larga fila de jarras vacías se encontraba el joven Faryd, Paladín de la guardia real, siendo su rostro el único triste en todo el reino.

Él y la princesa habían estado juntos desde muy niños, ya que la madre de Faryd era la cuidadora de Leeba, y aunque los demás les veían casi como hermanos, su amor era mucho más profundo, y doloroso, ya que la hermosa Leeba se iba a desposar y el esposo no era él.

Al fin Faryd se levantó del taburete y salió a la calle. Todo estaba blanco por la nevada, y frío, tanto que el joven estuvo tentado de volver adentro y seguir bebiendo hasta caer sin sentido. Pero no quería estar con nadie, deseaba, necesitaba estar solo y pensar, hacerse a la idea de que tendría que seguir adelante sin el amor de Leeba, y acostumbrarse a verla en brazos de otro hombre que no fuera él.

Y pensando y caminando, se introdujo en el bosque sin darse cuenta siquiera, y siguió caminando hasta que al cabo de un buen rato alzó la vista y vio que ya no estaba en la ciudad, de hecho estaba bastante lejos de ella, pero ¿cómo había llegado hasta allí?

Comenzó a buscar el camino de vuelta, y contra más buscaba más se perdía en la profundidad de un bosque que pocos habían pisado hasta el momento. De repente se escuchó un sonido, no sabría decir si un lamento o una melodía, salida de los labios de una extraña dama. Era tan dulce, y tan triste, que el corazón de Faryd se hinchaba de dolor. Intentó llegar hasta el sonido, pero cada vez que creía acercarse, se había alejado más todavía.

Al fin, cansado y perdido cayó de rodillas al suelo y cerró los ojos escuchando el triste lamento, y sin quererlo, aún con los ojos cerrados, se puso en pie y comenzó a caminar dejándose llevar, aunque fuera al mismo infierno. Al rato la melodía cesó. Abrió los ojos y ante él vio una enorme casa de madera con puertas y ventanas cerradas, y humo que salía por la chimenea, la casa estaba a oscuras, así que supuso que el dueño estaría durmiendo. Pero entonces ¿de donde provenía esa melodía, donde estaba la doncella con el alma tan rota como el mismo Faryd? Y entonces calló en la cuenta del pozo que tenía delante, era muy viejo, de piedra, y le llegaba por la cintura. Se iba a acercar a él cuando de detrás salió a toda velocidad una joven que calló bruscamente al suelo al frenarla una gruesa cadena atada a su tobillo izquierdo.

Vestía una vaporosa túnica de oscura transparencia, que dejaba entrever su moldeado cuerpo, y una especie de velo que calló al borde del pozo cuando ésta intentó escapar.

Se aparto el pelo negro como ala de cuervo de la cara dejando su rostro al descubierto. Sus ojos eran grandes y claros, tan brillantes que no sabría decir si eran verdes, azules, marrones o de qué color. Sus labios rojos contrastaban con su pálida piel que parecía perderse con la nieve, que nuevamente comenzaba a caer. Se levantó torpemente agarrándose el tobillo encadenado y miró fijamente a Faryd, el cual había quedado hipnotizado por la belleza de la joven. Ella se acercó lentamente al pozo y recogió su velo colocándoselo de nuevo sobre el pelo, y cubriendo su hermoso rostro con él.

Tras volver en sí, Faryd le preguntó,
-¿Eras tú quien cantaba?
Ella hizo un gesto de afirmación mientras volvía a apartarse el velo, recogiéndolo hacia atrás por encima de su cabeza.
-¿Por qué llevas ese velo?
-A él le gustan las canciones tristes. Este velo lo tejió él mismo y lo hechizó, para que quien se lo ponga vea la cruda realidad tal como la siente. Si estás triste éste velo hace que estés aún más triste, sin poder evadirte a tus propios pensamientos.
-Pero ¿Quién es él y... quién eres tu?
La joven , tras un rato de silencio miró hacia la casa asegurándose de que no había nadie más escuchando, y comenzó a contarle su historia.

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