Después de que su padre lo había abandonado un día antes de nacer, Enrique Nadal —junto con su madre y sus hermanos— emigró hacia el solitario sur en busca de una mejor vida. Su madre decidió emprender este viaje ya que estaba desilusionada y hastiada del estilo de vida que se llevaba acabo en la ciudad. La gente de la metrópolis vivía muy ajetreada y distraída. Los noticiarios envenenaban a las personas desde la mañana y desde el helicóptero. Los programas de televisión arropaban a la audiencia con su lengua venenosa. La vida social se había convertido en un gran espectáculo. Por esta y otras razones fue que Mónica —la madre de Nadal— prefirió apartarse de ese bullicio teatral.
Mientras caminaban como nómadas de pueblo en pueblo hacia Tierra de la Luz, uno de los hermanos de Enrique —que tenía por nombre Tales— se cayó por un pozo por estar mirando las estrellas. Algunos dicen que no se cayó por estar en las nubes, sino que bajó al pozo para utilizarlo de telescopio. Así pudo reducir el campo óptico para poder enfocar su mirada hacia el firmamento. Tales era un niño muy curioso y amante de los planetas. Diría que estaba obsesionado con los planetas. A pesar de su corta edad ya conocía todo el Sistema Solar. Se pasaba mencionando el orden de los planetas: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Después recitaba los nombres de los planetas enanos: Plutón, Haumea, Makemake, Eris.
Si Tales tenía una predisposición por la astronomía, George —el hermano mayor de Enrique— la tenía por la filosofía. Siempre se pasaba preguntando el porqué de las cosas; y su madre que era una sabia de la escuela de la vida, siempre le tenía una respuesta para todo. En una ocasión George le preguntó:
—Madre, ¿por qué los demás niños tienen una casa y nosotros no?
—Los demás niños son pobres porque solo tiene una casa; nosotros somos ricos porque Dios nos ha dado un mundo para caminar.
Después que Tales terminó de apreciar las estrellas con su ingenioso telescopio, retomaron el camino hasta llegar al desierto Pies Grandes. Para poder acceder a Tierra de la Luz había que cruzar primero el desierto. En esta época el desierto era muy frío y pocas personas lograban salir de él con vida. De hecho, en la frontera del desierto había un letrero con una frase de La Divina Comedia de Dante Alighieri que decía: «Oh ustedes los que entran, abandonen toda esperanza».
A medida que penetraban en el nevado desierto, las condiciones climatológicas se iban intensificando. El clima era templado-frío con las temperaturas que descendían a medida que la latitud sur aumentaba.
Abrigados y sedientos, los cuatro se desplegaban uno detrás del otro sin desviarse del camino. Su sendero estaba guiado por la Ruta Provisional —un atajo por donde los peregrinos pasaban en sus viajes religiosos—. Ellos fueron quienes fundaron la estación La Reforma. La estación era un lugar de reposo donde los viajeros recobraban fuerzas para continuar con su peregrinación.