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-¡Tierra a la vista!- grité. Bajé corriendo a la cubierta y sentí la brisa del mar acariciándome el rostro. Mi capitán salió del camarote y me dijo: -¡Américo, despierta! ¡Américo!-. Era una voz cálida y suave. Entonces caí en la cuenta de que todo aquello había sido un sueño. Mis ojos se fueron acostumbrando a la tenue luz del amanecer que entraba por la ventana de mi pequeña habitación.

Nosotros, mi padre y yo, vivíamos en una pequeña casa hecha de piedra. Yo me llamo Américo. Soy de estatura media, tengo el pelo castaño, siempre despeinado, los ojos azules y unas pequeñas pecas salpicadas bajo mis ojos. Mi nariz es redondita y mis labios no son ni gruesos ni finísimos. Tengo dos camisas, una es blanca y otra azul. La azul es para los días pares y la blanca para los impares. En cambio, el pantalón siempre es el mismo, un pantalón verde corchera y en los pies nunca llevo calzado pues siempre voy corriendo, pero sí llevo unas vendas en los pies para no clavarme ninguna piedrecilla y para no coger frío.

Mi padre es alto, tiene el pelo negro, sus ojos son de color caramelo y tiene una nariz un poco puntiaguda. Mi padre siempre va muy formal y es muy educado. Él intenta que yo sea con él, pero a mí eso de ser buscador de tierras no es que me interesara mucho. ¡Ah!, por cierto, mi padre se llama Cristóbal Colón, pero todo el mundo le llama Colón.

Me desperté y vi a mi padre que me dijo –Cómo no te des prisa llegarás tarde a la escuela-. Me vestí lo más rápido que pude, cogí un pan me despedí de él y salí corriendo. Cuando llegué a la escuela ya había empezado la clase y al entrar a clase el profesor me dijo muy enfadado –¡Américo!, no puede ser que llegues tan tarde. La próxima vez que vengas así de tarde tendré que hablar con tu padre. Anda, siéntate en la última fila que me tienes muy enfadado.-

Me senté en la última fila y mi maestro prosiguió con sus lecciones. Estaba hablando sobre la Tierra y entonces, se me ocurrió una idea loca y levanté la mano. El maestro me dijo -¿qué quieres, Américo?- Yo, me tragué el miedo que se me había acumulado en la garganta y dije, -¿Y si la Tierra fuera redonda?.

El maestro me miró rojo de ira y mis compañeros se empezaron a reír. Entonces, no aguanté más, me levanté de mi mesa y me fui corriendo mientras oía las carcajadas de mis compañeros y la voz de mi maestro gritando detrás de mí. -¡Inculto! ¡Ven aquí, que yo te voy a dar Tierra redonda!-

Fui corriendo hasta el puerto y noté unas lágrimas corriendo por mi rostro. Siempre había sido el niño extraño de la clase, con esas ropas y sin zapatos, con esa lengua sin refinar. ¡Estaba harto!. Me quería alejar de ese mundo y entonces se me ocurrió una forma loca , pero que permitiría conseguir lo que quería: ¡sería marinero y también descubriría una tierra!.

Entonces me dí de bruces con la realidad. Tenía once años, no tenía dinero ni barco y si volvía a casa mi padre no me perdonaría. Bueno, eso no era seguro, pues mi padre fue quien me inspiró en todo aquello, con ese dibujo en sus apuntes que vi solo un segundo. Pero, mejor no intentarlo, pues mi padre siempre estaba del lado de la autoridad.

Me sentí desesperado, no sabía qué hacer. Oí un grito - ¡Venga, muchachos! ¡Subidlo todo , que vamos muy cargados!. Me di una vuelta y vi tres barcos grandes y preciosos y hombres cargando cajas. Me fijé más para leer sus nombres. Eran: La Pinta, La Niña y la Santa María.

Se me ocurrió una idea atrevida y peligrosa. Si me pillaban seguramente me meterían en el calabozo. Todavía no sé cómo lo hice, pero decidí meterme en el barco más bonito y majestuoso: la Santa María. Notaba como gotas de sudor resbalaban por mi cabeza.

Me metí en una de las cajas que faltaban por cargar. Noté como alguien cogía la caja en la que yo estaba y oí que decía -¡Dios mío! ¡Cuánto pesa!- Oí unos pasos y una voz que decía –A ver, ¿qué tenemos por aquí?-

-¡Oh, no! Era el control. Me dí cuenta de que estaba metido en una caja de mi pieles, así que me puse una encima. Abrieron la caja y el marinero que controlaba dijo: Ummmh, está todo en orden. Déjala en la bodega-

Yo suspiré aliviado, cosa que no debería haber hecho. El marinero que controlaba se alarmó y dijo -¿Qué ha sido eso?- El otro marinero dijo –Habrá sido un animal, no importa-. Escuché como bajaba las escaleras hasta la bodega y me dejó bruscamente en el suelo.

No salí por miedo a que me encontrasen. Me quedé dormido y tuve una horrible pesadilla: el barco se hundía y yo me ahogaba. Me desperté sobresaltado y me di contra la tapa de la caja. En aquel segundo no sabía dónde estaba y me pregunté -¿Dónde está mi padre? ¿Qué hago en un barco?-. Entonces me di cuenta de que estaba perdido. Era un polizón en un barco. Si me pillaban me echarían a los tiburones. No sabía cuánto tiempo había pasado pero sí que tenía hambre, así que imaginé que sería mediodía.

Con muchísimo cuidado abrí la tapa y para mi gran sorpresa no había nadie. Salí de la caja y busqué algo para comer. Encontré unos bollos deliciosos pero por miedo a que notaran la falta, cogí solo uno. Fue la mejor comida que había probado en toda mi vida y cuando terminé me quedé dormido.

Ahhhhhh!- Me desperté sobresaltado. El que acababa de gritar era un marinero. ¡Me habían pillado!. En pocos segundos me ví rodeado por varios de ellos y el más robusto me preguntó -¿Qué haces aquí?- Yo no supe responder. Y él me dijo –Bueno, si no me respondes a mí, seguro que responderás ante el capitán-. Aquello no me daba buena espina, pero no tenía otra elección que seguirles.

Entré en el camarote del capitán y vi una silueta y una voz salió de ella diciendo –Me parece fatal lo que has hecho, Américo-. ¿Cómo sabía mi nombre? Espera, esa voz me sonaba muchísimo. -¿Papá?- La silueta dio un paso adelante para que la luz le descubriese el rostro. Al principio parecía enfadado, pero después los músculos de la cara de mi padre se destensaron. -¿Por qué no me avisaste de lo que te ha pasado? Te podría haber ayudado-. –Tenía miedo y no sabía si me ibas a entender- dije avergonzado. Mi padre me abrazó y me dijo –Tu maestro me contó todo lo ocurrido y me parece fatal que ese canalla haya hecho pasar un mal rato a mi hijo-

Después de contarle mi versión de los hechos, mi padre me dijo que iba a demostrar que la Tierra era redonda.

Pasaron dos meses y la gente ya desesperaba hasta que alguien gritó –¡Tierra a la vista!- Todos se volvieron como locos. Unos gritaban de alegría y otros bailaban. A mi padre le costó mucho que le hicieran caso. Después de desembarcar, registramos la isla y nos encontramos con unos nativos que eran muy simpáticos. Estuvimos unos cuantos días y después volvimos a España.

Pasaron los años, mi padre falleció y me dejó muchos conocimientos. Ahora es hora de enseñarlos. Les expliqué a mis reyes mis estudios sobre porqué la Tierra era redonda y el rey dijo –Américo, has hecho un gran descubrimiento. En tu honor llamaremos América a la tierra que descubrió tu padre-.

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⏰ Última actualización: Jan 08, 2017 ⏰

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¿Y si la tierra fuera redonda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora