Noche de pasión

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La noche llegó a la tranquila ciudad de Hillwood. Una joven pareja se encontraba caminando en la fría acera. Sus pies contrarrestaban con el cemento haciendo ruido y así manchando de mugre las suelas de sus zapatos. Habían esperado cinco horas para llegar a esto, el joven mantenía a su chica a su lado sin querer dejarla partir.

-¿Te dijo a qué hora llega?- la rubia se apegó más a él.

Sin dudas, si continuaban así sus corazones iban a escaparse de sus cuerpos. Pasó un brazo sobre su espalda y la acercó hacia su pecho. Besó la coronilla de su cabeza e inspiró para sus adentros el olor a vainilla que se desprendían de sus hebras doradas.

-Dijo que iba a venir con sus primos- juntó sus labios con los de ella- ya sabes como son Ed y Max.

-Tendré que telefonearle a Phoebe- su indignación era notoria- esos chicos la llevan a todos lados.

Llegaron frente a su vivienda. El musculoso hombre abrió la puerta y le dio el paso a su amada.

-Primero las damas- hiso alarde de su galantería.

Antes de ingresar por la puerta le jaló de la corbata y lo acercó hasta su rostro.

-Entremos juntos, Arnold.

Se agachó hasta sus piernas y la levantó como una delicada pluma. Esa joven, con todos sus defectos y virtudes, era su perdición. Entraron en la vivienda con la adrenalina recorriéndole la piel.

-Vamos, Helga. Anabelle ya llegara.

-Ahora quiero que tarde- se notaba el fuego en su mirada, dando paso a la llamarada que se encendía cada roce - enciende la chimenea- un hilo de aliento se desprendió de su boca.

La dejó sobre la aterciopelada alfombra y se acercó a colocar la leña que se encontraba amontonada a un costado de la sala. Ya terminada su tarea y con el crepitar del fuego como acompañante. Arnold se arrimó a su esposa.

-¿Nos quedamos aquí?- preguntó posicionándose sobre sus rodillas.

-Aquí, no más. Cuando llegue nuestra hija recuérdame castigarla- mencionó Helga.

Arnold no aguantando más la charla. La tomo entre sus brazos y le plantó un beso con ferocidad, dejando a la joven mujer impactada. Le mordió el labio inferior haciendo que su acompañante abriera su cavidad bucal para así poder introducir su afilada lengua. Al hacerlo, le recorrió cada centímetro. Le gustaba escucharla gemir, emitir sonidos guturales y que le rodease el cuello con sus brazos.

-Esta noche es nuestra- emitió un gruñido.

Cada vez que lo hacía, significaba que le gustaba tomar el control. La recostó sobre la alfombra, posicionándose él arriba. Antes de comenzar a recorrerle el cuerpo con sus húmedos besos. Se dedicó a observarla, pasando desde sus labios hasta su mirada para después relamerse la boca y hacer hincapié en los moldeados senos que desde la preparatoria lo volvían loco.

-Son enormes- los acarició y los chupó sobre la tela.

Incomodo con sus ropas comenzó a desgarrar la fina tela de la blusa femenina. Su sonido al desarmarse lo incitaba a continuar con su acción. Estaban traspasando los límites de la cordura para inclinarse hacia los brazos de la locura.

Cuando ya se hallaron sin sus molestosas prendas. Arnold la rodeó con sus musculosos brazos y la posicionó encima de él.

-¿Me permites?

Helga tomó, entre sus manos, su palpitante miembro y se lo introdujo en su húmeda propiedad. Al tenerlo ya dentro, sus fluidos vaginales, lo rodearon haciendo sentir al alborotado joven un cosquilleo esparciéndose por el tronco de su virilidad.

Helga comenzó a cabalgar sobre su pene y el muchacho al contemplar como sus pechos rosados se balanceaban de un lado a otro, de arriba hacia abajo hasta tocar los cielos, pensó que iba a desfallecerse allí mismo.

-¡OHHH, Helga!- empezó a llenarla con su liquido seminal- Te amo, hermosa.

-Arnoldd, continúa y no te detengas- anunció autoritaria la rubia.

-Esa es mi chica- siguiendo sus ordenes aumentó la velocidad.

De inmediato, los invadió un frenesí tremendo haciéndoles a ambos alcanzar el tan esperado clímax.

-¡AHHHHH! Arnold, eres asombroso- inclinó la cabeza y lo besó con prisa.

-Helga, me dejas rendido- el hombre intentó recuperar el aliento.

Al terminar con su fogosa actividad los cubrió con una acobijada frazada. Helga apoyó su cabeza sobre su fornido pecho. Acarició sus bellos dorados y antes de cerrar los ojos se despidió de su amado.

-Adiós, Arnold- cayó en un profundo sueño.

-Buenas noches, preciosa- la abrazó con ternura- no te preocupes por Anabelle. Es joven y está comenzando a vivir la vida.

Y así, el fatigado muchacho se dispuso a dormir. Confiaba en sus sobrinos de que iban a mantener a salvo a su pequeño retoño.


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