One Shot 2

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Los primeros rayos de un cálido amanecer abordaron a Hillwood. Una melena cobriza y dorada, contrastaba con las abrazadoras luces. Un par de fatigados adolescentes, se apresuraban por llegar a sus hogares y jugaban una carrera; a toda velocidad, contra el tiempo. Cada segundo que se restaban a los minutos, contaban como momentos valiosos. En los cuales, por cada minuto que pasaban, lanzaban un suspiro o un bufido con pesadez.

-¡Ya casi llegamos!- Ed, el mayor del grupo, mencionó casi sin perder el aliento.

Avanzaron unos metros más hacia una puerta . Subieron unas baldosas de los agrietados escalones y se despidieron de la niña.

-Adiós, prima.- Max, el hermano menor del mayor, se acercó y la abrazó de forma fraternal- Cuídate y cuéntanos que tal te regañaron.

-Suerte para ustedes también. Los tíos son más fáciles de tratar que mi madre.- Anabelle, con resignación, giró el pomo de la puerta e ingresó directo hacia su alcoba.

Tratando de no hacer ruido, subió las escaleras, que resultaban eternas al subirlas de manera cautelosa. Al estar en la segunda planta, los latidos de su corazón acelerado, se normalizaron y siguió su rumbo hasta su habitación. Cuando estaba por acostarse en su cama, una luz molestosa, se encendió en dicha parte de la vivienda. Anabelle se dio cuenta de que había sido pillada infraganti.

-¿Por qué se tardaron tanto?

Su madre estaba sentada cerca del interruptor, muy cómoda en un sofá, esperando a que su única hija se dignara a regresar a altas horas de la madrugada, teniendo como compañía a unos inexpertos primos que no sabían; igual que ella, nada de la vida.

-Mami, me asustaste.- se llevó una mano al pecho- pensé que dormías, vete a tu alcoba.

La mujer rubia, con el ceño fruncido, se levantó de inmediato al captar la intención de su hija. No estaba para ser, otra vez, manipulada por una menor. Debía imponer sus reglas y educar de una manera correcta a su descendencia.

-Anabelle, debo admitir que estás dejando de ser una niña y te encuentras en plena pubertad, pero me preocupas con estas salidas.- se arrimó a ella y le rodeó, con un brazo, los hombros para poder transmitirle su ternura.

Su hija escuchó, atentamente, sin perder palabra alguna de la conversación. Sabía, por experiencia propia, que hablar con su madre era uno de los regalos más grandes que le podía brindar la vida. La sabiduría, amabilidad y ternura de ella era algo que con facilidad aceptaba.

-Es muy difícil crecer- confesó en un tono inaudible- pero te tengo a ti, mi madre... que me apoya y me reconforta.- se abrazó más hacia su progenitora.- aprendo del amor que se profesan tú y... en estos momentos, adormilado padre.

Helga, sonrío de vuelta en la noche, después de haber tenido una aventura maravillosa con su esposo en la sala, teniendo como testigo al crepitar del fuego. Al recordarlo, el color rojo tiñó su bello rostro. Miró por la ventana y vio los primeros rayos del sol, se decidió a arropar a su niña, para así poder continuar durmiendo al lado de su esposo.

-Bueno, ya se está haciendo de día. Ahora hay que dormir.- la arropó en las sabanas y le dio un beso en la frente- te quiero, descansa mi amor.

-Adiós, mamá. Disculpa la demora, te quiero.- diciendo eso último se quedó dormida.

Al ser ya casi de noche en la ciudad, el horizonte se estaba tiñendo, otra vez de rojo con un poco de naranja en el fondo. Una familia pacífica, se hallaba en el muelle observando el ocaso. La pareja, como siempre, muy acurrucados entre sí; y una niña de unos doce años, a su lado los contemplaba muy orgullosa. A la vez, no se decidía si seguir observándolos o sí continuar admirando la despedida del sol en el oeste.

-La gente en la escuela se quejan de que son muy acaramelados- Anabelle, trató de entablar conversación.

-¿Es eso, algo negativo?- su padre quería atrapar los dulces labios de su amada, pero se contenía por la presencia de su pequeña.

-No, pero las burlas cansan.- todo esos meses, agotaron su poca paciencia y no podía seguir tolerando esa situación.

-Cariño, sólo ignóralos y sí continúan hablaremos con ellos.- Helga necesitaba estar a solas con su esposo. La pasión la estaba, otra vez, abordando.

Anabelle entendiendo lo sucedido, contestó:

-¡Me voy a la casa de los tíos Gerald y Phoebe!- comenzó a alejarse, pero se dio vuelta una última vez- ¡Adiós y sean precavidos!

-¡No vuelvas a llegar tarde!- regañó su madre.

Les dedicó una sonrisa y se encaminó directo a casa de sus familiares. La vida daba vueltas; y ella en esos instantes, no quería ser un mal tercio. Eran unas de las desventajas de ser hija única y cuando sus padres necesitaban, con urgencias, estar solos. Ella, por sí misma, tenía que alejarse a veces sin dar excusa.

-El hermano tan esperado, no llegará.- miró una última vez hacia el cielo.


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⏰ Última actualización: Feb 12, 2017 ⏰

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