Ya ni siquiera sentía frío.
Ni Hambre.
Mucho menos sueño.
Lo único que ocupaba su alma era el dolor, el pesar, el sentimiento de ausencia que ella le había dejado en lo más profundo de su pecho desde el momento en que había recibido la llamada. Emily, la niña de sus ojos, la dueña de todas y cada una de sus noches en vela había simplemente tomado la decisión de dejar el mundo, sin explicación alguna.
Aún no entendía porque demonios lo había hecho, porque lo había dejado en este mundo de crueldad, dolor y soledad sabiendo que ella era la única razón por la cuál el se levantaba todas las mañanas y se repetía a si mismo que ese día sería mejor que el anterior, que esta vez las cosas le saldrían como las tenía planeadas, que cuando el sol se asomara por el horizonte, la vida le estaría dando una nueva oportunidad de convertirse en un buen hombre, por ella, solamente por ella.
¿Qué iba a hacer ahora?
La misma preguntaba le rondaba en la cabeza a cada momento del día. Ya habían pasado casi dos meses desde que ella había partido y él aún así se negaba a aceptarlo. Buscaba constantemente una razón por la cuál el amor de su vida había decidido que estar en este mundo no valía la pena. ¿Acaso el amor que el le tenía no era suficiente? ¿Acaso él no era lo suficientemente bueno para ella? No, claro que no lo era. A los ojos de él, ella era un ángel destinado a mostrarle el lado bueno que tiene la vida. Ella era pura alegría, felicidad, esperanza... ¿Porqué lo había hecho? ¿Porqué su "ángel" lo había abandonado? No entendía, no quería entenderlo.
Las primeras semanas fueron las más dolorosas, después de la tercera botella de licor ya ni siquiera recordaba su nombre ni porque estaba llorando ni porque no dejaba de gritar el nombre de Emily al viento como si éste fuera a traerle de vuelta a la mujer que había llenado de color su vida que estaba en escala de grises.
Luego vino la culpa, el remordimiento de saber que si efectivamente ella lo "cuidaba" desde algún punto del cielo, seguramente estaría avergonzada de verlo llorando como un niño menor de 6 años al perder un juguete, pero ¿Qué más podía hacer? Su vida carecía de sentido, ya no tenía a quien mandarle un mensaje de "Buenos días" justo al abrir los ojos ni un "Buenas noches" justo antes de irse a dormir. ¿Qué debía hacer con su vida? Ya ni siquiera sabía a donde huir, el alcohol lo hacía sentir enfermo, esconderse del mundo entero lo hacía sentir un completo inútil, incluso volver a los viejos malos hábitos no era suficiente... ya no le daba la misma satisfacción hacer sus viejas maldades sabiendo que ya no tendría quien lo regañara al llegar a casa, ya no tendría a nadie regañándolo, haciéndole entender que estaba haciendo las cosas mal. Era increíble pero anhelaba escucharla una vez más, no importaba que fuesen palabras de amor o regaños, lo único que quería era escuchar su voz.
Pero ella ya no estaba más, lo único que le quedaba era aprender a vivir con ello. Solamente podía aceptarlo y darse cuenta de que encontrar al "amor de su vida" no significaba que ella siempre estaría ahí, así era la vida. Que ya no tendría esas tardes de Domingo saliendo a caminar con ella o esas madrugadas infinitas al teléfono, hablando y riendo de cualquier cosa... eso había terminado, y ahora, debía aprender a vivir con ello. Así era la vida, lo único que le quedaban eran aquellos recuerdos que atesoraría toda la vida.
Lo siguiente era aprender que se ve más oscuro cuando está a punto de amanecer... Y ahora su razón de vivir era enorgullecerla a ella, convirtiéndose en el hombre que ella siempre soñó, era su turno, era su momento para demostrar que aunque cada atardecer el sol caiga... a la mañana siguiente se alza con más fuerza.
"C'est la vie".
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Seguiré Esperando
Teen FictionExisten personas en nuestras vidas que con el simple de respirar nos cambian la perspectiva de todo lo que tenemos a nuestro alrededor. Siempre soñamos con encontrar a esa "mitad", a la famosa "alma gemela" que nos acompañará el resto de nuestro día...