La doncella, el explorador y el mar.

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Existe en un lugar desconocido y secreto, en tierras lejanas y misteriosas, una pequeña isla rodeada de interminables océanos cuya agua es cristalina como ninguna, cálida y agradable al tacto, repleta de arena suave y firme, y con un hermoso cielo color crepuscular y gigantescas nubes encima de estos. La isla se encontraba resguardada por docenas y docenas de enormes montañas repartidas alrededor.

Yo era un navegante en tiempos pasados, fascinado por la aventura y el hallazgo... Una vez, en uno de mis viajes, mi navío fue devorado por una implacable tormenta... Mi cuerpo débil fue arrojado violentamente hacia el caótico mar. Y así fue como llegue a la isla... La isla Táipingyang.

Desperté sobre arena caliente, agotado y confundido. Un par de hombres me dieron la bienvenida y me llevaron a sus aposentos.

Llegue a un hermoso templo con enormes aleros sobresaliendo de la estructura color rubí, dentro había un sinfín de pórticos gigantescos que conducían a diferentes habitaciones y se podía sentir en el lugar aires enigmáticos y misteriosos. Llegamos al pórtico más grande que estaba situado en el fondo del templo, cruce las enormes puertas de la habitación y entre temeroso y asombrado en ella. Dentro había docenas de maravillosas pinturas decorando la habitación, del techo colgaban hermosas lámparas con una luz tenue y suave y los suelos de esta, se encontraban tapizados con telas extraordinarias y bastantes almohadas tiradas en toda dirección; sobre las almohadas se encontraba una doncella.

-Bienvenido a Táipingyang, extraño, soy la emperatriz Mei de la dinastía de los Wu- dijo la mujer. Yo estaba estupefacto... Para empezar la belleza de la emperatriz era interminable... Su tez era blanca como las nubes, sus ojos color otoño, brillaban como si llevara la luna en la mirada, su sonrisa era majestuosa y sus labios, rosados y apetitosos... Pero había algo más en Mei que me dejo alucinado... Había una especie de sentir que la emperatriz llevaba consigo, una especie de paz interior que se contagiaba y un amor inmensurable que se podía oír en los latidos de su corazón... Cuando habló fue como si un rio corriendo a través de un bosque atravesara mi alma... su ser entero me llevaron a un sinfín de amor y tranquilidad. –Alex Winters, su majestad- dije mientras me arrodillaba para besar su mano –Es un placer- terminé. La emperatriz Mei me llenó con cientos de preguntas y por horas, hablamos del mundo de donde provengo, de la tormenta implacable y de mi navío y mis marinos destrozados por esta...

-¿Qué hay de usted emperatriz Mei?- Pregunté. Ella sonrió y me conto la vasta historia de la isla, de cómo los señores del mar y del cielo la hicieron surgir de entre el abismo y de cómo los hombres y mujeres de épocas pasadas hicieron de Táipingyang el lugar más hermoso, bondadoso y pacifico del universo entero; cuando trate de indagar en la vida de Mei, ella bostezó y dejo la historia a la deriva. En aquel punto, mi corazón latía más fuerte que cualquier ola por la emperatriz.

Me brindaron comida, bebida y aposento en el glorioso templo de Táipingyang. Pase el resto de la noche pensando en la majestuosidad de la emperatriz. La mañana siguiente me dirigí a la habitación de Mei, pero quede asombrado al ver una fila enorme que venía desde la playa hasta la puerta de su habitación, la fila la conformaban docenas y docenas de hombres, todos muy arreglados y con regalos impresionantes acompañándolos, desde animales de los más exóticos hasta las prendas más finas y hermosas; mi intento de ver a Mei fue en vano pues al parecer todos esos hombres estaban formados para pedir su mano. Me retire del templo extasiado.

Estaba en las orillas del mar, contemplando un rosado atardecer... Me parecía muy lógico que los habitantes de Táipingyang amaran con locura a su emperatriz pero eso solo me dejaba como otro hombre más en aquella fila... Esperando para entregar su corazón y sin absolutamente nada para ofrecer. Cuando volví al templo, por fin pude encontrarme con Mei –Alex, ¿Cómo has estado? Disculpa no haberte visitado más temprano, justo me dirigía a tus aposentos- Me dijo. –No se preocupe su majestad, estoy seguro que como gobernante de esta maravillosa isla, tiene un sinfín de quehaceres- Repliqué. –Mis labores como gobernante son pocos realmente, Sr. Winters, esta isla ha aprendido a cuidarse por sí misma... Lo que me quita mi tiempo son numerosos hombres incesantes y ansiosos por amor- -¿A qué se refiere su majestad?- Pregunté. –Veras Alex... Cada mañana desde que el sol se asoma entre las montañas, una extensa línea de hombres me espera fuera de mi habitación, todos buscando conquistar mi corazón- La emperatriz calló unos segundos y un silencio melancólico lleno sus labios; yo interrumpí –Pero su majestad, su belleza es inmensurable, es inevitable no llamar la atención siendo tan magnifica como usted- Ella prosiguió –Me halaga Sr. Winters, pero no es eso lo que me aqueja... Todos esos hombres llegan con majestuoso obsequios, Alex, con joyas resplandecientes y flores bellísimas, pero eso no es amor... Yo los recibo porque son mi gente y por eso los quiero, pero no puedo entregar mi corazón a simples ilusiones románticas... ¿Lo entiendes, Alex? No son reales- Mei hizo una pausa y continuo –Si me disculpa, Sr. Winters, estoy agotada y debo descansar-. La emperatriz salió de la habitación con su habitual sutileza.

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⏰ Última actualización: Jan 12, 2017 ⏰

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