Capítulo 1: Presentimiento

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El sol se estaba poniendo y una brisa ligeramente fría recorría a los transeúntes que se encontraban en la estación principal de la capital. Allen se acomodó el sombrero en un intento de evitar el aire gélido y las miradas asombradas de los curiosos. Su apariencia no era la mejor para pasar desapercibida.

Se encontraba mirando el mapa que había junto a la boletería, lugares con nombres nuevos y desconocidos. Estaba decidido, la próxima vez que viera a su Maestro le partiría la cara con algo, un martillo era una buena opción.

Luego de que ese bastardo huyera de sus obligaciones, dejándole una carta de recomendación que había olvidado enviar, un chichón y a Timcampy. Había tenido que ir a visitar a Madre, para que le diera una ubicación concreta. Pero lo único que consiguió fue que la anciana estirara sus mejillas de forma dolorosa y la reprendiera por su aspecto.

Después de pensarlo un momento, eligió una ciudad al azar y fue a comprar el boleto, se quedaría sin ahorros pronto, tendría que encontrar un trabajo de medio tiempo o en el peor de los casos, apostar en los bares y bandas callejeras.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Buenas tardes, un boleto de clase media a Paris, por favor.

La encargada la miro fijamente un momento antes de intercambiar el boleto por el dinero. Allen se sentó en un banco a esperar el tren. Al cabo de hora y media, el ferrocarril hizo presencia.

Ya dentro de su camarote se permitió relajarse, cuando se quitaba el sombrero recordó al pequeño golem.

—Tim, ya puedes salir.

Una pequeña esfera dorada con alas y una cola salió velozmente del bolsillo delantero de su saco, sabía que no le gustaba estar ahí, pero en una ocasión un niño había llorado al verlo, era mejor no causar problemas.

Observo al golem planear por el espacio, investigándolo. Dirigió su vista a la ventana, su reflejo le devolvió la mirada. Inconscientemente recorrió la cicatriz que cruzaba su ojo para acabar en la mejilla izquierda. Podría ser una marca cualquiera, pero el pentágono en su frente y el color rojo de esta la delataban, algunos la habían acusado de brujería, aunque el origen de la herida era una maldición. O al menos eso le había contestado su Maestro cuando le pregunto.

Una maldición que dejo su cabello completamente blanco y una cicatriz que le permitía ver e identificar el alma de los infectados por la materia oscura. Ojala pudiera saber quién y por qué la maldijo, su cabeza era un revuelto de recuerdos incompletos hasta que Cross la acogió como su aprendiz. De vez en cuando flashes aparecen en su memoria, aunque en su mayoría no los comprendía.

Cross Marian era un Exorcista, alguien capaz de manipular la energía positiva llamada Inocencia para eliminar a los infectados o Akumas, con materia oscura. Allen apretó la mano izquierda, su Maestro portaba su Inocencia en armas, pero la suya siempre estaba con ella.

Desde pequeña aprendió a controlarla, y ahora que Cross le había dado el visto bueno, podía considerarse una Exorcista con toda la palabra. Bueno, casi, aún tenía que presentarse ante la Orden Oscura, una de las organizaciones de Exorcistas.

Y sola, exceptuando a Timcampy, ya que su Maestro, a pesar de ser uno de los Generales, le había propinado un martillazo antes de huir, ya que según él odiaba ese lugar. Bastardo.

El sonido de su estómago rugiendo la saco de sus pensamientos, con todo eso del viaje había olvidado comer algo. Lanzo un gemido de frustración, tendría que esperar hasta llegar a Paris.

Antes de recostarse en el asiento se acomodó la venda del pecho, que le permitía ser casi plana como un hombre. Desde joven estaba acostumbrada a tener apariencia un poco más masculina, con cabello corto y ropa del género contrario. Nada de vestidos y cintas para el pelo, con el tiempo se había dado cuenta que la molestaban menos y la trataban con un poco más de respeto si lucia como un chico.

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⏰ Última actualización: Jan 12, 2017 ⏰

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