No se puede hablar de la verdad sin explicar concretamente a que nos referimos, puesto que la verdad puede ser vista de distintas formas. La primera definición de verdad que solemos pensar -a pesar de ser la más difícil de entender- es la de verdad como aquello que es, es decir, aquello que realmente se corresponde con la realidad absoluta, podamos demostrarlo o no. Por ejemplo, supongamos que Dios existiese y alguien dijese la oración: “Dios existe”, no podría demostrarlo, no podría estar seguro de ello, pero esa afirmación sería verdadera aunque ni él ni el resto de personas pudiesen saberlo. Por tanto, “Dios existe” sería una verdad absoluta.
La segunda definición de verdad surge del problema que encontramos -debido a las limitaciones humanas- en la primera: ¿cómo podemos saber que algo es verdad? Demostrándolo. Por tanto todo aquello que no sea demostrable, aunque realmente fuese verdad, queda fuera de lo que nosotros consideraríamos verdadero, surgiendo así la verdad como aquello que se demuestra que es. Siguiendo con el primer ejemplo y dado que la existencia de Dios -por ahora- no es demostrable, la oración: “Dios existe” no sería considerada verdadera, independientemente de que Dios exista o no.
La tercera definición, de nuevo, sale del problema que surge -también debido a las limitaciones de nuestro conocimiento- de la segunda. Y es que ¿acaso podemos estar 100% seguros de que una afirmación está totalmente demostrada? ¿o siempre -o al menos en la mayoría de las situaciones- existe un margen de error que, por pequeño que sea, abre la puerta a la duda de la veracidad de la afirmación? En la Edad Media, por ejemplo, se creía a ciencia cierta en la veracidad de la afirmación: “La Tierra es plana”. Dicha afirmación estaba “demostrada” dentro de las limitaciones de la época. A día de hoy, sin embargo, decimos que es falsa dado que el aumento de nuestra capacidad de conocimiento ha permitido nuevos caminos para averiguar la forma de nuestro planeta y ha quedado “demostrado” que es redondo y achatado en sus polos. De esta forma vemos que no todo lo que se “demuestra” como verdadero es realmente verdadero ni, por supuesto, todo lo que no se demuestra como verdadero es necesariamente falso. Así llegamos a la verdad como aquello que se interpreta que es, es decir, aquello que en un lugar e instante determinados es considerado a causa de una demostración fiable como verdadero. De esta forma la oración: “El universo actual surgió del Big Bang” se considera hoy en día verdadera, pues tiene como demostración la radiación de fondo y el desplazamiento al rojo, sin embargo nadie niega que en un futuro -cuando obtengamos mayor información sobre nuestro universo- se pueda demostrar como falsa.
Frente a la definición de verdad como aquello que es, surgen aquellas afirmaciones que se adecúan a una realidad personal y no solo a una realidad absoluta. Así pues si vemos un objeto de un color determinado será verdad la afirmación de que nosotros, y solo nosotros, vemos dicho objeto de ese color, aunque ni siquiera podamos dar un nombre concreto al color mencionado. En este tipo de afirmaciones no necesitamos ninguna demostración dado que no se refieren a algo objetivo que debe ver todo el mundo -como en la primera definición de verdad- sino a algo subjetivo que se restringe a nuestra forma de ver las cosas.
Así pues los humanos solo podemos limitarnos al conocimiento de verdades personales -que no opiniones-, que no pueden considerarse absolutas debido a que solo se cumplen en una realidad subjetiva y al conocimiento de verdades provisionales, que no se basan en si se corresponden con la realidad, sino en si en un momento y lugar determinados pueden demostrarse como verdaderas.