Sin embargo, siempre estarán esos recuerdos que se quedarán presente día tras día, que aunque se olviden por un tiempo, vuelven a asomarse, riéndose en silencio por todo lo que te hacen sentir.
Porque los recuerdos te hacían saltar el corazón.
Katsuki lo había dicho con claridad, sin rodeos y sin desperdiciar un solo momento. Y él no necesitó más palabras.
Se consideraba una persona inteligente, que contaba con la suficiente experiencia conociendo al mayor como para entender que, si Kacchan decía algo con esa expresión sumamente seria, era porque era importante, y porque debía hacer caso a sus palabras sin importar qué sucediera.
En parte, comprendía a la perfección por qué lo decía. Claro está que la gente no podía enterarse, no después de años de odio y temor, no después de haber pasado tanto en compañía del otro, que si bien no era reconfortante para ninguno de los dos, era casi inevitable. Después de todo, ambos estaban al tanto de que parecían estar condenados a estar de por vida juntos, de buena o mala manera; venía siendo así desde niños y se seguía manteniendo hasta la actualidad.
Tal vez era que él lo seguía, o al revés. O quizás ambos.
—Esto no volverá a suceder, ¿me has oído, idiota?
Algunos de sus recuerdos son confusos, se mezclan con otros como delgadas telarañas, brillan con el resplandor de las sonrisas recibidas, mueven nubes grises con las lágrimas solitarias. Más de alguno le asalta la mente en momentos perdidos, como si llegasen a su cabeza solo porque así se quiso. Uno que otro se olvidan detrás de palabras vacías, y se quedan sumergidos en la oscuridad. Sin embargo, siempre están esos que se quedarán presente día tras día, que aunque se olviden por un tiempo, vuelven a asomarse, riéndose en silencio por todo lo que te hacen sentir.
Porque los recuerdos te hacían saltar el corazón.
—Está bien.
Se sorprende entonces de que su voz salga de manera normal, y se pregunta: ¿Cómo era posible siquiera? Su cuerpo temblaba como si fuese un pequeño pedazo de gelatina, una gelatina llorosa e incrédula.
Sus labios duelen, palpitan al ritmo de sus propios latidos. Sabe sin necesidad de verse en un espejo que están rojos e hinchados, y claro que lo estarán, puesto que jamás había sido besado tan rudamente. En realidad, jamás había sido besado.
La experiencia le sabe amarga, pero curiosamente dulce. Le recuerda al chocolate, a esas barras marrón oscuro que tanto le encantaba saborear. Pero no eran todas, por supuesto que no. Habían muchos tipos de chocolate, desde el más dulce, que bailaba en tu boca con un baile divino, hasta el más amargo que te hacía sacudir la cabeza. Y era ese, el mismo que te hacía desear no haberlo comido, el que más se parecía a Bakugou. Lo raro reparaba en que sus labios no te hacían querer sacudir la cabeza, por el contrario, te hacían querer probarlo aún más.
Pero Katsuki había declarado que eso no volvería a pasar, y se resignó a que sería cierto. Y en efecto lo fue, eso hasta que el corazón le saltó de forma curiosa una vez más.
No negaría que su espalda en contra del metal de las taquillas no le significó una punzada de dolor, sobretodo considerando la fuerza con la que fue empujada. Aunque no tuvo tiempo para pensar demasiado sobre ello, no tuvo tiempo para nada más que para corresponder al feroz deseo que se demandaba cumplir hace meses atrás. Y a pesar de eso, sentía que no había tiempo para absolutamente nada, no cuando los labios del mayor eran demasiado rápido en contra de los suyos y menos aún cuando sus manos recorrían su cuerpo como si estuviese apunto de desvanecerse en el aire, cuando lo cierto era que desaparecer era lo que menos quería Deku.
Se aferró entonces con fuerza a la espalda más ancha, fascinado por el movimiento que hacían sus músculos, maravillado por el uso de fuerza que tenía que ver con su persona, absorto al vaivén de sus caderas.
—Ni una palabra de esto a nadie, Deku.
Nota una nueva punzada, y al contrario de la anterior, no duele de la misma manera. Duele un poco más y en un lugar diferente. Se observa el pecho mientras siente como Katsuki se hunde aún más en él, y se desconcierta porque no hay nada ahí que pueda hacerle sentir aquel dolor extraño, y le perturba que no haya algo que lo provoque. Y así, abrumado por el nuevo sentimiento, le ruega en silencio, sin interrumpir los gemidos y los gruñidos, al más alto que convierta real el dolor.
Se mira en el espejo y sabe que el dolor desapareció, y que ya no le abrumaría sentirlo de nuevo, porque sabría que sería a causa de esa pequeña equimosis marcada en su pecho, ahí donde iba su corazón, ese que provocaba el calor confuso en sus mejillas.
No entiende por qué lo vuelve a sentir si la marca ya no está en su piel.
— ¿Amor? —la risa susurrante le hiela la sangre, pero le eriza la piel—. Tan malditamente imbécil y gracioso.
Y ya no le puede rogar una marca nueva, comprende que ya no habrán más de esas sin importar qué tanto las desee. También comprende, quizás poco a poco, que ya no podrá volver a culpar al hematoma en su piel. Que en realidad el dolor siempre estuvo en el interior, y que lo de afuera solo era su parche favorito, ese que no hacía nada más que darle una felicidad temporal.
La marca es su desesperación transformada en faceta, una horrible donde los recuerdos lo atacan como alguna vez lo hicieron unos labios, como también lo hicieron unas manos. Entonces la horrible sensación se acaba por flotantes minutos, y sueña con las gotas frías que lo arropan en sus helados brazos, con la intención de darle calidez. Sin embargo, la fingida calidez se esfuma tan pronto como llega, llega para acumularse ahí donde ya no existe un sello que cubra su herida.
—Dilo una vez más, Deku.
Las mordidas en su cuello traen consigo un ardiente dolor, pero suelta suspiros repletos de melodiosa alegría, una alegría que escapará de sus manos antes de que se dé cuenta de ello, pero de la que se aferrará cuando todo termine, de la que se sostendrá cuando la marca en su cuello le haga saltar el corazón, cuando le recuerde que la herida todavía no desaparece de su alma.
— ¡Dilo, maldita sea!
Y lo sabe, y él también lo sabe. Sabe que la herida se hace más grande, más profunda y dolorosa, que un poco más y ya no tendrá un camino por el que volver.
— ¡Te amo!
Pero Deku ya no quiere volver, porque Katsuki es el único camino que anhela seguir.
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¡Hola!
Bueno, seré sincera: No sé qué es esto, salió de mi cabeza de la nada y quedé re plop cuando lo acabé, pero de alguna forma me gustó (?) Juro que yo antes era buena con los diálogos, lo juro
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