El juego

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Nunca había podido entender el verdadero motivo de que todos los años tuvieran que participar en una celebración tan absurda de parte de la escuela. Siempre le había parecido una perdida de tiempo, pero para todos los adultos era una fecha muy relevante, parecía que esperaban que algo sucediera...

Corría el año de 1945 y el tenía tan solo trece y medio años de edad. Su nombre, como muchos niños de padres que querían ser gringos, era Roger.

Asistía al colegio actualmente olvidado St. George, que a pesar de ser una institución mexicana, querían imitar a los grandes colegios ingleses y a pesar de tener algo de prestigio, tenia un sistema un tanto extraño; Estaban los pobres, en su mayoría hijos de obreros, que eran educados para ser mano de obra barata. Vestían un tipo de bata gris.

También habían hijos de trabajadores, a los cuales les enseñaban un poco de cada materia, pero su futuro difícilmente seria más que trabajar para algún explotador de una empresa transnacional. Estos utilizaban un sutil saco azul marino, pantalones cortos, zapatos negros y corbata.

Y al final, o al principio, mejor dicho estaban los hijos de empresarios, los futuros perros de las grandes transnacionales. De los cuales Roger era el más importante, por ser el hijo del dueño de una gran empresa mexicana que aún sobrevivía y la cual aportaba mucho dinero a la academia.

Estos estudiantes se destacaban por portar un saco carmesí, corbata, pantalones cortos, zapatos brillantes de charol y sobre todo un ridículo sombrero de paja.

Un día antes del gran evento, Roger se encontraba escondido en la azotea del viejo edificio escolar. Era su lugar favorito en el mundo, pues ahí gozaba de total libertad y nadie lo buscaba en ese sitio -por lo menos hasta entonces no lo habían hecho-. Podía hablar en voz alta sin que nadie lo creyera loco, ya que para él no había mejor persona con quien platicar que sí mismo, sabia de tantos temas que muchos, le era imposible conversar de ellos con sus compañeros de clase, y los adultos siempre le habían dado desconfianza –todos los adultos mienten y traicionan- se decía muy a menudo. De modo que todo lo que aprendía prefería discutirlo consigo mismo desde todos los puntos de vista posibles.

Ese día al verse obligado a bajar a la fastidiosa clase de historia se encontró con un niño de clase inferior, que fue castigado por el simple hecho de no apartarse de Roger cuando caminaban por el mismo pasillo, por lo que nuestro joven Roger se sintió un poco apenado por la situación en la que dispuso al proletario muchacho.

Cuando llegó a su salón de clases se reunió con sus amistades impuestas y comenzó a charlar casualmente con ellos.

Carlos-o charles- un joven de baja estatura y de cabello rubio comenzó a protestar del acontecimiento que tendría lugar al día siguiente.

Pero Sebastián-o Sebastian- comentó que era mejor acudir a quedarse en esa prisión.

-no es mejor estar jugando escondidas como mocosos- Intervino Luis- solo Luis- golpeando a Sebastián.

-Bueno, no importa, hay que tratar de aprovechar la situación- Dijo un joven gallardo de cabello castaño y ojos azules con el nombre de David.

Luis entendió a que se refería e hizo una expresión picara tan común en un pubescente –vas a ir con Sara ¿no?-.

-¡Pues claro!- contestó frotando sus manos.

En ese momento todos voltearon a ver a una linda chica de cabellos cobrizos, sonrisa dulce y resplandecientes ojos color esmeralda, que platicaba despreocupadamente con sus amigas.

Roger se sentía atraído por Sara desde que la conoció en segundo año de primaria, pero desde hace mucho se había resignado con sus sentimientos, puesto que para él era imposible conquistar a una niña tan linda con David como adversario.

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