En República Dominicana cualquier cosa es motivo de celebración. Raúl, amigo de Carol, acordó hacer un bonche fuera de serie, pero había una condición: después de las 12 de la noche, los presentes debíamos bañarnos en la piscina desnudos. Raquel al principio no tuvo de acuerdo.
Y en verano del 2016 Raúl, había llegado de New York con el propósito de pasarla chévere con nosotras y sus amigos. Fue un sábado cuando Raquel, Carol, y yo, subimos en la BMW de Raúl, camino a su finca. Carol había reprobado por tercera vez la materia Estructura III y hubo que celebrarlo. No es bruta la condenada. El profesor Ñ: de 500 libras, quiere acostarse con ella; él, se la ha puesto en china porque Carol se ha negado, incluso, en dos ocasiones un consejo fantasma de la universidad lo ha suspendido, pero no sabemos con quién demonios está pegado y vuelve a las aulas, digo, a la cama.
Raquel y yo, obtuvimos notas sobresalientes. En realidad, fue un trago amarguísimo tirarse esa bola de sebo. Mi tía dice que el camino malo se pasa rápido y con ojos cerrados. Así lo hice o, mejor dicho: lo hicimos. Fue una puta orgia desagradable: palpando, separando líneas rollizas, traspirando nicotina. ¡Huácala!
Llegamos a la piscina antes del mediodía, casi sorda escuchando merengue y bachata. La piscina queda a pocos minutos de la ciudad de La Vega, en una finca de plátano y yuca. Por primera y última vez estuve allí. Un guachimán moreno y musculoso abrió el portón. Un perro ladraba atado a un flamboyán. El camino estrecho y sembrado alrededor de palmas enanas. Era una vista fabulosa. El cielo sin nubes. La brisa fresca batiendo las hojas. Pasamos próximo a una laguna artificial, según Raúl, con peces de más de cinco libras. Puede ser una exageración. En una jaula cilíndrica: dos guacamayos, en otra, un mono; Raquel afirma que es maniático, marihuanero y bebedor de whisky. Bueno, pues muy parecido a su dueño, pensé y sonreí. A la derecha un trampolín, una terraza cobijada de canas; al frente de la piscina, una pista de baile en construcción. El agua limpia y tranquila sirve de espejo al paisaje. Raúl se estacionó con el baúl abierto de cara a la piscina y subió el volumen de tal manera que el bajo de la música retumbaba en mi pecho.
En el momento que Raúl servía whisky en mi vaso, llegó una Honda CR-V y salieron de ellas dos tipos que nos presentó: Diego Sosa y Nelson Ortiz. Tígueres bacanos de Santiago de los Caballeros, pero quien me sazonó la libido, yo que había roto con mi novio y andaba en búsqueda. En ligue. Un carajo con suéter rojo, corte de pelo a ras, una argolla en la oreja, un tatuaje de la Virgen de Las Mercedes, en el bíceps: Wilson Carpio, me sopló Carol, dizque casado con Líes, hermana de Raúl, una hedionda que hablaba de alhajas, actrices, vehículos de marca como el Mercedes de su hermano, que llegó manejando con un vestido con el culo afuera y unas gafas de sol amarilla. Descalza se echó andar por el cemento. Es flaca y la putería se les ve a kilómetros.
Saludé a Wilson de mano, pero cuando me bañaba con mi cuerpazo de mulata, no apartaba la vista y su flaca desde la terraza en un cheilon, parecía dormida. Wilson fue buscándome el lado. Pensé: este huevo quiere sal. Traté de evadirlo, pero los tragos de alcohol en el agua crean efectos raros, estorbando el sistema de alerta y haciendo perder el miedo, la vergüenza y tantas cosas que deben servir de algo. Nos acercamos poco a poco. Conversamos y hasta bailamos bachata. Quizá mi error, quizá no. Mi error. Porque ¡uy! Con esfuerzo recordé la silueta de la botella de cerveza en mano de la flaca.
***
Señores un abrazo.
No sean tímidos. Comenten. Voten. Agreguen en la biblioteca. Así crecemos.*Siempre estaré actualizando.
Hasta la próxima entrega.
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Será genial
Teen FictionTres amigas emprenden un nuevo estilo de vida refugiándose en la droga, el sexo y el alcohol. Escapar del amor se convierte en un reto.