2.Segundas oportunidades

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Tumbada en la cama con las sábanas cubriéndole hasta la nariz, esperaba el sonido de la alarma

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Tumbada en la cama con las sábanas cubriéndole hasta la nariz, esperaba el sonido de la alarma. Como muchas otras noches, llevaba horas despierta. El chirriar de los cubiertos le informaban de la hora aproximada. En breves, comenzaría su primer día de universidad. Mientras los segundos se consumían, las olas de sus ojos se fijaban en la carita sonriente formada con post-it, pegados en la tabla que sostenía la cama de arriba. Ladeó la cabeza en un gesto aniñado y esbozó una fugaz sonrisa.

Le debía tanto a Gajeel...

De niño, disfrutaba con una habitación para él solo, pues tras marchar su madre supo que nunca tendría el hermanito que esperaba. Al poco, llegó Juvia. Con su entrada, Metalicana compró la litera y aquel inmenso cuarto infantil se transformó en un habitáculo donde dos eran multitud. Además, Gajeel no estaba dispuesto a compartir su espacio con una cría llorona hasta entonces desconocida. Él anhelaba un compañero de juegos, no una princesa rota. Y no fueron pocas las ocasiones en las que se lo hizo saber.

Sin embargo, el destino es caprichoso y une a algunas personas a la fuerza. Más, cuando éstas lo necesitan.

Sin saber cómo, Juvia le enseñó a Gajeel a calmar su ira y enfocarla de forma positiva. Y Gajeel, logró arrancar la primera sonrisa de la peliazul en su nuevo hogar. Fue tras una disputa entre ambos cuando afianzaron sus lazos, con la vajilla de plástico esparcida por el suelo y los restos de comida adornando sus cabellos. Tras ese día, Gajeel escogió la cama de arriba de la litera, desde donde a menudo improvisaba letras de canciones que alegraban a su prima; Juvia la de abajo, porque se le antojaba como una cueva a la que convertir en su cobijo cuando el mundo le aterraba. Con la adolescencia fue necesaria la intimidad, sustituyéndose la litera por una cama individual en habitaciones separadas, convirtiendo el pequeño trastero en un cuarto improvisado para Gajeel.

«El retorno de la litera», pensó oteando su alrededor. El olor a madera nueva impregnaba la instancia. Durante su ausencia, Gajeel trabajó horas extra para ganar lo suficiente y comprar una nueva litera. La escogió de madera, con el color del mar tintando su superficie para aportarle algo de luz a su oscura habitación. El día que Juvia regresó, se encontró una cara sonriente pegada con post-it en la puerta del cuarto y al abrirla vislumbró la sorpresa. Con cuidado los arrancó uno por uno para transportarlos al interior de su pequeña nueva cueva y ver aquella sonrisa al despertar cada día. Las primeras semanas ambos primos coincidieron poco por el trabajo del chico, pero incluso así, se esforzó por hacerla feliz. Juvia halló por toda la casa diversas notas con frases que habían marcado su historia en común. Películas, canciones, series... las reunió todas y dibujó otra rostro feliz que colocó en la parte donde dormía Gajeel con la esperanza de que algún día la sonrisa del chico fuera de verdad.

La alarma sonó, apartándola de sus ansiados anhelos.

Bajó de la cama, dejando caer la sábana a un lado, percibiendo el frío suelo bajo sus pies temblorosos. Se colocó el batín, ocultando su vello erizado y salió por la puerta. Antes de dirigirse al bullicio de la cocina, entró en el cuarto de baño. A penas poseían un retrete y un lavabo, pues la mayor parte del aseo se lo llevaba el enorme plato de ducha. Tras lavarse las manos, se encaminó hacia la cocina, escenario donde su madre discutía con Gajeel.

En el interior de las hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora