“Her name is Noelle”
Harry PoV
-Hermanito, si que has tardado en presentarte.-Escupo todo lo que contiene mi boca de golpe.
-Her...¿Hermanito?-Digo intentando no ahogarme mientras Charlotte me da golpes en la espalda.
-¿Te crees que puedes llamarme pequeña? Dos minutos antes y serías tu el menor.
-Lo siento hermanita-arrastró esa palabra con gusto- ya sabes que estaba intentando recuperar esos viejos libros, tan importantes para ti, que por error se traspasaron de caja cuando la tía nos mandó aquí.
-¿Los has conseguido? ¿Los tienes?- Tartamudea, en menos de dos segundos se le tira al cuello encantada y sonriendo de oreja a oreja. Le llena las mejillas de besos mientras él ríe. Se separa y grita un gran “¡YUJU!” mientras alza las dos manos al aire y hecha la cabeza hacia atrás. Si no hubiese estado dos semanas prácticamente conviviendo con ella pensaría que estaba a punto de llorar de felicidad.-Harry, ¡que los tiene! ¡Los tiene!
-Ya, he podido-me abraza con fuerza y entusiasmo dejándome casi sin respiración riendo contenta- darme cuenta.-Acabo la frase con falta de aire. Cuando por fin me suelta consciente de que está usando excesiva fuerza y empeño sobre mi pobre garganta, el chico ríe.
-Vamos Lott, deja en paz al pobre.-Lott, eso me viene de nuevo y la miro sin comprender.
-Cosas de tener un nombre tan largo.-Se encoge de hombros.-Vamos a dentro.-De un salto se pone de pié y se enfunda en su chaqueta tejana gastada y descolorida. Le sonríe mostrando todos los dientes al chico de la barra y se va dejando dos euros encima del mostrador.
Louis PoV
Sin demasiado entusiasmo mi hermana me arrastra hacia el aula. Minutos después estoy yo sentado sólo, con la mochila encima de la mesa y la cabeza apoyada en ella. Detrás mío Charlotte, en diagonal su amigo, y a mi derecha aún totalmente un misterio.
El profesor empieza a hablar, hablar, y hablar; pero en pocos segundos sus palabras se convierten en un murmullo sordo al que mis sentidos no tienen ganas de prestar atención.
Voy andando con las manos en los bolsillos y la bufanda hasta las orejas, hace un frío espeso. Si, espeso. El típico frío que se te mete en la nariz y la boca, llenándote las entrañas dolorosamente con aire frío, mientras ráfagas de viento juegan contigo cómo si prácticamente fueses una pelota, y tienes que andar intentando no caerte mientras te sientes comprimido por culpa de la cantidad de humedad, niebla y frío que hay a tu alrededor. Esa es mi definición de frío espeso.
Lo que mas me fastidia es que el sol está allí arriba reluciente, dándoselas de importante cuando no cumple su función de calentar. Está allí solo, frío, cómo una gran tubo fluorescente que alumbra las habitaciones vacías y tristes de un psiquiátrico.
Me encojo de hombros y sigo andando de forma apresurada.
De prisa, entro en un local con unas letras de neón colgadas en la entrada, que brillan débilmente, en las que se puede leer “PU” y se intuye una tercera “B”. El sitio es simple; una barra de madera con mármol de color burdeos que la recubre, el cual reluce bajo la escasa luz; unos taburetes junto a ella; unas mesas redondas con cuatro sillas y un escenario que ocupa la mitad de la estancia con dos altavoces gigantescos, un teclado y una batería simple. Hay un micrófono en el centro y dos amplificadores de guitarra eléctrica y acústica a su derecha e izquierda respectivamente.
Un chico habla con el hombre de la barra. Lleva en la espalda una funda acolchada y ancha “Fender”, por lo cual supongo que dentro contiene una guitarra acústica. Me siento en uno de los taburetes y lo observo curioso. Tiene la piel fina, la nariz centrada y mientras habla sus labios dejan ver sus blancos dientes. Sus ojos parecen un caleidoscopio con cristales azules y verdes variopintos que juegan a moverse según de donde sea la luz, tan llamativos e hipnotizares que se comen el color de todo lo que tiene a su alrededor. Lleva el pelo metido dentro de un gorro gris aún que de él se escapan algunos rizos del flequillo y los costados, son color del chocolate con leche. Viste una parca cruda y unos pantalones arrapados marrones, en sus pies unas converse blancas sucias. Oigo sus últimas palabras.