Avanza

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En su penthouse entre Calle Taiga y Avenida Lionhearth, en los lindes entre el Centro y Tundratown, Samuel se encontraba en su estudio, tratando ayudar a Lupa con lo de conseguir alguna información sobre su hermano. Sin embargo, eso no era lo único que lo tenía absorto, también tenía que seguir de cerca los movimientos de los tres animales que están bajo su cuidado: Atha, un lobo; Ren, una jaguar; y Jeannette, que era lo más parecido una hija que tenía.

Bufó molesto. De esos pendientes que tenía, ninguno de ellos parecía arrojar algo positivo; Atha y Ren seguían en el anonimato con sus nuevas identidades, más no le decían qué hacían y en qué posibles líos se metían, Jeannette literalmente desapareció del mapa y cada fin de semana le mandaba un mísero mensaje con un «Estoy bien», y Rómulo, el hermano de Lupa, pareciera que se lo tragó la tierra.

Dejó los papeles que tenía de cada uno de ellos sobre el escritorio, se levantó y caminó hacia la ventana. Con la mirada perdida observó abajo, la ajetreada ciudad, el cómo todos los animales, sin excepción de especie, tamaño o peso, pululaban en las calles, haciendo sus cosas. Con eso bastaba siempre para levantarle el ánimo ya que él al trabajar como investigador privado, podía hacer lo que le plazca, las veces que le plazca y sin rendirle cuentas a nadie.

Sin embargo, hoy no era de los días que ver el cómo la ciudad se comía a esos animales le levantaba el ánimo. Sacudió su cabeza y salió de su estudio, rumbo a la cocina. «Nada que la comida no arregle». Una vez en ella buscó la caja de pizza que había dejado ayer, abrió la nevera, sacó cuatro trozos y los calentó en el microondas; al cerrar la nevera su reflejo apareció en la pulida superficie de esta. Suspiró al verse; sus ojos oscuros tenían inicios de ojeras por el trabajo en exceso y su pelaje grisáceo estaba como recién salido de una pelea callejera, tenía mechones en todas las direcciones posibles y su aguda vista le permitió ver que en algunos lugares cerca de sus pómulos el pelaje no era de su gris natural.

—Me estoy volviendo viejo —murmuró para sí.

El pitido del microondas lo sacó de sus pensamientos, sacó el plato con los humeantes trozos de pizza y se tumbó en el sofá de la sala, junto a la portátil que estaba allí. La abrió y continuó con tratar de dar con el paradero de la hiena y el lobo hermano de Lupa. No pasaron ni cinco minutos cuando la voz de Lupa resonó en el lugar.

—¡Samuel! —dijo ella, él alzó la mirada de la portátil; sin querer su vista terminó en la mancha que tenía alrededor de un ojo, que asemejaba un monóculo.

—¿Qué? —repuso este, con desgana.

—Estás demacrado.

—Tienes alma de motivadora, Lupa —comentó, y le dio una mordida a uno de los trozos; lo menos que necesitaba ahora era que le recordaran lo cansado que estaba.

—No, enserio, estás mal —insistió—. ¿Dormiste acaso?

—Dos horas —contestó—, estoy tratando de dar con Rómulo.

Lupa suspiró resignada.

—Déjalo; con suerte no volverá a molestar más... espero.

—Entonces solo me queda Jeannette.

—Ella siempre te avisa que está bien.

—Pero necesito saber dónde está, Lupa.—Hizo una pausa—. Le prometí a su madre que la cuidaría.

Apartó la mirada y la enfocó de nuevo en la laptop, momentos después esta desapareció de su posesión; Lupa se la había quitado. Ella sonrió, esas sonrisas de cuando planeaba algo, y él suspiró sabiendo lo que le venía. Nunca la podía hacer cambiar de opinión una vez que se le metía una idea en la cabeza.

Avanza (SEPT 2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora