La llegada

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(2015)

La energía me llenaba el cuerpo. Estaba profundamente emocionada con las ilusiones a flor de piel. Después de meses hablando de cursilerías, soñando con él, intercambiando pensamientos y fotografías, estaba más que emocionada de volver a ver esas cejas pobladas y oscuras como dos arbustos a las ocho de la noche. Sin embargo, en mi estómago, podía sentir una pesadez, como algo que me arrastraba de vuelta a la silla 13A del avión. Pero las cargas eléctricas que seguía sintiendo por todo el cuerpo ocultaba cualquier rastro de duda.

Debí haberlo predicho. Casi una semana antes había tenido una especie de pesadilla donde yo estaba con una bata blanca y larga, como aquellas que usaban las hermanas Bennet de Orgullo y prejuicio al dormir, y estaba parada en las calles de Bogotá, cerca de la fabrica de chocolate, sintiendo el frío recorrer por debajo de la tela tan fina y el olor del chocolate que llenaba mi cabeza. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué no estaba en Cúcuta? Me sentía perdida, pero de pronto, todo el miedo acumulado de estar allí sola y casi desnuda se calmó al verlo parado ahí, tan tranquilo y seguro de sí mismo. Lentamente se fue acercando a mí, mirándome, estudiándome, sintiendo con sus dedos cada parte de mi rostro. Me sentía aturdida, sofocada y al mismo tiempo, encantada. Recuerdo que me susurró algo al oído, y luego osadamente me paré en puntitas, casi alcanzando su boca con mi nariz y sentí su respiración en mi cara mientras lentamente me besaba, con ternura y pasión, como si pudiera romperme en mil pedazos con algún movimiento malintencionado. Me sentía como Colón descubriendo América; un país ya habitado y muy ingenuamente sentí que era la primera persona en pisar aquella tierra firme. De pronto, Esteban clava un cuchillo en mi espalda, y todo se convirtió en nada. Me había despertado tranquilamente aquella noche, abrí despacio mis ojos y lentamente fui cayendo en el hecho de que todo había sido un sueño. Sonreí levemente y me volví a quedar dormida. Nunca supe que significaba aquel sueño, simplemente lo dejé pasar.

Me encontraba en Bogotá, era comienzos de Febrero, y Bogotá había dejado de ser la capital fría conocida como "La nevera" y por esta época sus cambios climáticos eran más bien frustrantes; en la mañana era un aire gélido y brusco, al medio día el sol reinaba en lo alto del cielo y casi no se percibían nubes, y en la tarde llovía o se mantenía el cielo nublado. Cogí un taxi desde el aeropuerto hasta la casa de uno de mis mejores amigos de toda la vida, Andrés, quien también había sido mi ex novio pero que tiempo después se dio cuenta que en realidad era gay. Mis planes en la capital eran sacar la Visa para irme de intercambio a Europa y claramente, pasar tiempo con Esteban.

Esteban, hasta donde yo lo conocía, era un tipo considerado bastante atractivo por la mayoría de las niñas, estudiaba economía en una universidad prestigiosa, medía uno ochenta y cuatro, tenía cejas gruesas, cabello castaño oscuro y una sonrisa casi perfecta, que si no fuera por aquél diente que se montaba encima del otro, nunca hubiera sido mi Esteban. Lo había visto un par de veces en Cúcuta. En una de ellas me miró cuando estaba sentada en la parte trasera de una camioneta y estuve a punto de preguntarle si me le parecía a la mamá, pero me contuve, más por educación que por pena.

La otra fue cuando Andrés llegó de Australia y el combito de ellos llegó a la casa de él, los saludé a todos de beso en la mejilla y salí corriendo a acompañar a mi hermano y a su eterno amor, Camila, a comprar chicles en un restaurante conocido por todo el mundo llamado Morettos. Luego me lo encontré en el cumpleaños de mi amiga y cómplice de nuestro romance, Lorna. Me senté al lado de él pero poco sabía de su existencia. Y la última vez que me lo encontré fue la vez que hizo que todo comenzara.

Yo había peleado con mi eterno amor fallido, Alberto, a quien todo el mundo le decía Beto, menos yo. Yo le decía Alberto y sólo recurría al Beto cuando estaba molesta con él. Debo decir que es un niño, en todo el sentido de la palabra. No es que yo me creyera mucha mujer ni mucho menos –aunque lo era – sino que veía las cosas desde una perspectiva bastante inmadura y usualmente siempre la embarraba. Nunca funcionaron las cosas y esa noche que peleamos me fui a una tomata donde las hermanas Jiménez y ahí estaba Esteban, con sus amigotes.

Para completar todo, me había peleado con mi mejor amigo del alma, Leo, pues no es que tuviera la mejor relación de la vida con Alberto y me odiaba por estar con él. Al cabo de unas horas me cansé de estar en medio de tanta gritería y me fui con las gemelas Camila –el eterno amor de mi hermano – y Sara. Al entrar al ascensor, entraron Esteban y sus amigos y yo quedé en la esquina arrinconada mientras todos hablaban como si fueran amigos de toda la vida, y quizás lo eran, aunque hasta donde yo sabía Paola y uno de ellos tenían su historia, pero incluso si la supiera, no tendría jamás el poder de contarla.

Cuando llegamos al primer piso todos bajaron menos Esteban y, quien me aguantaría mil y un lagrimas más adelante, Nicolás. Esteban se apartó para dejarme salir, como todo un caballero cortejando a su enamorada, aunque a diferencia de las épocas anteriores no sonreí ni me sonrojé al posar mi mirada sobre la de él, simplemente salí corriendo apenas me dieron paso. Fue mas bien gracioso. Me monté al taxi y al cabo de una semana, cuando todo ya había quedado en el olvido de una vergonzosa salida, me llegó un mensaje de Esteban Mora. Desde entonces habíamos hablado todos los días, y aquél día de Febrero nos veríamos de nuevo después de tanto tiempo.

Cuando llegué a la casa de Andrés y empezamos a hablar. Le conté cada detalle de mis conversaciones con Mora, las fotos, las preguntas, la habladuría de la gente en Cúcuta y mi constante pelea fantasma con su ex Jimena. Fantasma porque en realidad yo no sabía que estaba peleando con ella, y jamás llegamos a cruzar palabras.

Jimena era una niña uno o dos años menor que yo, y Esteban ya me llevaba a mí cuatro años, por lo que muchas veces fue criticado por no poder "levantarse una vieja de la edad de él". A mí me incomodaba más el hecho de que tenían un muy buen pasado y que siempre había escuchado a la gente decir que el que duerme con niños amanece cagado, y yo no quería un triángulo amoroso con Jimena y mucho menos un desastre en la cama.

Seguía hablando con Andrés en la sala de su casa, sentados en el comedor me madera redondo que se hallaba rodeado de cuadros, estantes de libros y fotografías tomadas por Andy. Andrés era un bastante talentoso, estudiaba Artes Visuales y era muy conocido por su excelente trabajo como fotógrafo. Su apartamento lo compartía con una de sus hermanas, Claudia, quien parecía bastante bipolar ya que tenía cambios de estado de ánimo bastante incomprensibles. Su otra hermana –y una de mis mejores amigas –Adelaida, acababa de entrar a once y también era bastante bohemia. A decir verdad esa familia era extraña, pero podían llegar a ser excelente compañía y unos amigos incondicionales. Fernando era el mediano e ilógicamente el consentido. Claudia era la mayor y había sido adoptada ya que Mónica, su madre, no podía quedar embarazada en aquél entonces. Aunque, para no ser de la misma sangre, Claudia se parecía mucho a sus hermanos físicamente. Las personas dicen que cuando uno pasa mucho tiempo con alguien tiende a coger rasgos físicos de esa persona. Recuerdo que una vez mi mamá al escuchar eso y ver que el hijo de una de las vecinas pasaba mucho tiempo con su niñera, empezó a notar rasgos en el bebé de la niñera que antes no había visto. Yo lo seguía viendo igual.

Mientras Andrés y Claudia hablaban sobre si harían almuerzo o mejor irían a donde la tía y no gastar el mercado, Esteban me habló para invitarme a desayunar.

"Estoy con Nicolás en el apartamento, ¿no quieres venir?, te hago desayuno" me escribió por WhatsApp.

-Andy, –dije mientras pensaba en qué responder ­– Esteban me está preguntando si desayuno con él en el apartamento.

-¿Está loca mija? ¿En el apartamento de él? –Me dijo mientras me abría los ojos como si le fuera a echar gotas.

-Ala, pero está con Nicolás –Dije riéndome –no creo que pase nada, igual no lo voy a dejar.

-Sí, hágase desear –Dijo manoteando al aire comosiempre lo hacía, y levantándose de la silla que parecía demasiado chica debajode él. Andrés era un tipo alto y delgaducho, pero con un estilo que nadie podíanunca tener. A excepción de los modelos de pasarela, claramente. –¿Y qué se vaa poner? ¿Trajo la chaqueta roja que le dije? –La noche anterior Andy me habíaayudado a hacer maleta por FaceTime. Sus gustos eran increíbles y nunca teníapelos en la boca para decir si uno se veía feo o gordo. Últimamente me decíaque estaba acabada, y lo estaba.   

Queen SquareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora