Esto sí, lo escribí yo, no como algunos de los otros cortos camren que adapté ahre. Se me ocurrió esta escena cuando me desperté y tenía que dejarla guardada en algún lado. Me gustó, por eso la subo, so, ojalá también les guste ahre.
Nos encontramos con Barbara dentro de la motorhome, buscando dentro de nuestros bolsos, nuestros trajes de baño, para ir al parque acuático. Ya están todos listos y nos dejaron acá, solas, para cambiarnos.
—No quiero usar bikini –manifiesta, quejándose.
—¿Por qué no?
—Porque no, odio mi cuerpo, ya lo sabes –responde, buscando en su bolso.
Me coloco frente al espejo, con el bikini en la mano. Noto que Barbara está sentada, mirando el suyo, con una expresión que no logro descifrar muy bien. Le resto importancia, y me coloco rápidamente el traje de baño, además de un short y una remera, por encima. Guardo mi otra ropa en el bolso, mientras observo que Barbara se levanta, para dirigirse al baño.
—¿Qué haces?
—Me voy a poner esto.
—Pero cambiate acá.
—No, me lo voy a poner en el baño.
—¿Por qué?
—Ya te dije por qué.
—Bar... –insisto, antes de que prácticamente me cierre la puerta en la cara.
Suspiro, sentándome sobre el pequeño sillón de la motorhome. No entiendo, no entiendo como no puede darse cuenta del hermoso cuerpo que tiene. Ojalá pudiera verse con mis ojos durante unos segundos, quizás así entendería todo.
Minutos más tarde, sale ella, con un short y una remera puesta por encima del bikini, al igual que yo. Me levanto y tomo el bolso con nuestras cosas.
—¿Vamos? –me pregunta.
—Igual para meterte en la piscina te vas a tener que sacar eso –le digo, señalando su remera.
—Todavía no entramos, no me la pienso sacar ahora.
Inhalo y exhalo, intentando mantener la calma.
—¿Por qué te pones así?
—Porque doy asco, mi cuerpo da asco.
Furiosa, apretando mis dientes, dejo el bolso bruscamente sobre el sillón, y me acerco a ella, tomando la parte inferior de su remera con ambas manos y jalando hacia arriba, hasta quitársela.
—¡¿Qué haces Micaela?! –exclama, intentando soltarse de mi agarre, mientras cubre su cuerpo con sus manos.
—Veni –le digo, dirigiéndola hacia mi costado y posicionándonos frente al espejo.
Intento hacer que se mire, pero no obtengo resultado alguno.
—¿Qué haces? –insiste, moviéndose bruscamente.
—Mirate –le exijo.
—No, no quiero, dejame.
—Mirate –repito.
—¿Por qué?
—¡Barbara mirate! –la sacudo, por última vez, hasta que ambas nos quedamos frente al espejo, observándonos.
Ella baja su mirada y ambas suspiramos lentamente.
—Sos hermosa –la miro, con calma.
En el medio del silencio, solo se oyen nuestras respiraciones.
—Me sobran kilos –suspira, con decepción.
—No, no te sobran kilos –murmuro, posando mis labios sobre su hombro, y quitándolos suavemente–. Te faltan besos.
