La Primera Vez

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En ese momento, mi respiración estaba acelerada.

Era tarde, la media noche se acercaba lentamente, no había cocuyos, cigarras, ni mariposas; Miguel y yo solos en medio de la oscuridad, su aliento a hombre iba y venía en un juego placentero, donde el viento acompañaba nuestros suspiros y las miradas se caían con el simple contacto de los ojos..., ese deseo agigantado que me envolvía.

En nuestro universo de pasión y de locura, ya no existe nada más: dos adolescentes, dos amigos, subidos en lo más alto de un árbol; explorándonos, curioseándonos, mirándonos, acariciando nuestros cuerpos en toda su plenitud, haciendo allí lo que no se debe, lo prohibido, traspasando la barrera del tabú, permitiendo que el instinto primario de lujuria, fornicación y deseo nos condujera.

Seré sincero; como las otras veces, solo quería que llegara, se subiera al árbol muy cerca de mí y me hablara de su amor por ella - en ese entonces Miguel tenía novia -. Con tan poco me conformaba, esperaba como las otras veces, como las noches anteriores en lo más alto me sentaba y contaba... nubes, hojas, horas, segundos, ciudades, nombres, letras, números y minutos; la espera parecía infinita, pero él siempre llegaba, entonces aprovechaba la espesura de la noche para contemplar su belleza, admirarle en secreto al otro lado de nuestro confidente silencioso y no ser descubierto por sus ojos grandes y masculinos, por esa mirada de hombre que intoxicaba mi aire, mi alma, mi ser.

Me sonreía con esa luz que iluminaba su rostro, con la misma facilidad con la que solo me miraba y no decía nada más, yo rompía nuestro silencio, me adelantaba a los sucesos y lo incitaba a hablar, y así como los otros días, escuchaba sus largas e interminables cuitas, cuentos de amores, historias de salón, notas en clase, sueños, Iliadas y Homeros...

Esa noche fue distinta, era fría, nublada y más sola que de costumbre, a lo lejos se oían gritos infantiles, cantos de mariachis, la alarma encendida de algún carro, la trompeta de algún niño que silbaba en ella, ¡Oía el reír de mis hermanas!, a lo lejos..., lo recuerdo tan a lo lejos, que en ese silencio escuchaba claramente cada latido de su corazón, cada inhalación que llenaba sus pulmones, cada eslabón del cierre de su pantalón que empezaba a desabrocharse (mi amigo se estaba desnudando ante mis ojos) dejando al descubierto su enorme miembro viril, erecto, grande, venoso, mientras él lo acariciaba, lenta e insinuantemente, generándome un deseo incontrolable.

Sorprendido lo miré a su cara, pero mis ojos se desviaban ocasionalmente para ver la desnudez de su sexo; y de nuevo fijo a su mirada.

De pronto, sin usar una sola palabra me sometió.

Mi mentalidad ingenua de estudiante de secundaria quedó a su merced, mis hormonas progesteronas, testosteronas y demás andrógenos ignoraron en ese instante mi virginidad.

Su cuerpo desnudo, pasión y sexualidad, fueron suficientes esa noche. Quede en shock por varios minutos, el silencio fue infinitamente eterno, él se tocaba de arriba abajo, desde donde nace el pene, hasta la cabeza rosada del glande.

El silencio continuaba menos tenue, porque su propio deseo se escuchaba claramente con su accionar mórbido. Podía oírlo, sentirlo, vivirlo con esa forma de mirarme e intimidarme, con esos movimientos masturbatorios que se aprenden en los videos caseros y que se descargan por internet.

Fue pues cuando hizo lo impensable, me llevó a que yo también tocara su grandioso aparato reproductor; permitió que por cuestión de segundos sintiera entre mis manos su lubricada cabeza, las venas que transportaban su sangre y le mantenían duro como un hierro templado.

"Antonio" Relatos de un Amante GayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora