Acostada de cabeza en el sillón, con el celular sobrecalentado por tanto usar.
Las redes sociales pueden no ser tan importunas a ratos, pienso de vez en cuando, solo hasta ese momento lo confirmé.
No recuerdo quien de los dos tuvó la iniciativa, quién fue aquel que se decidió, pero yo ya estaba platicando con él. Él chico que en mi infancia tuvó lugar.
Y si, escribo en mi infancia, porque éramos apenas unos niños cuando corriamos a escondernos bajo las escaleras de la escuela después de haber echo alguna travesura.
Lo conocí recién entré a tercero de primaria, yo era foránea y él era el típico hijo del director de la escuela, solo que él no era común, él era diferente. Un niño chistoso y cacheton. Yo era... casi lo mismo pero con pies chuecos y dientes que sobresaltaban, algo casi patético.
Me mude a Libres con mi tía, hace casi 10 años, mis papás estaban a la mitad de una requerida separación. Y bueno, esta es la parte de la historia donde resulta que mi familia y la del niño gracioso se conocen, y de verdad que lo hacen. Su familia es muy cercana a la de mi tía, desde hace tiempo.
Viví un año en ese lugar, y a ser sincera fue el mejor año de todos mis pocos recuerdos de pequeña.
Yo era esa clase de niña ruda que jugaba con niños, corría, y traía las mejillas rojas de tanto asolearse, más sin embargo una matada al final, cinco bimestres, cinco reconocimientos.
Mis mejores memorias son de ese lugar, aire fresco, tranquilidad, libertad (la necesaria para una niña de ocho años, claro), la tierra, el cielo azul, lo estrellado de la noche, el naranja de los atardeceres, el olor a hogar, el sentimiento cálido y él. Más que todo él, él hizo la diferencia entre lo común y lo único.
Es poco, ya lo dije, no recuerdo mucho, pero sobre todo lo recordaba a él.