Introducción.

9 1 1
                                    

Clavé la fina aguja de aquella jeringuilla reutilizada a saber cuántas veces en la vena de mi brazo izquierdo, mirando un punto fijo en la pared mientras la presionaba lentamente sintiendo el líquido extenderse por todo mi brazo y poco a poco por en cuerpo.
Entorno levemente los ojos al percibir una figura humana, aunque a decir verdad no muy nítida. Poco a poco deja verse cada vez más hasta ver su largo pelo, su sonrisa; esa que me hacía perder la cabeza a cada dos por tres. O sus ojos. Dios. Esos preciosos ojos color miel en los que tantas veces había navegado hasta quedarme dormido. Era realmente preciosa, y parecia tan real...
Agito mi cabeza, y con lo que me quedaba de cordura, volviendo a a acordarme que ya no estaba aquí; que sólo era un espejismo. Un sueño. Se me cristalizan inevitablemente los ojos y deslizo la jeringuilla entre mis sucios dedos hasta vaciarla, mientras siento cómo cada vez mis pulsaciones son más lentas y el corazón me late con más dificultad.

                               •

— No sabemos qué hacer ya con él, señor Benzer. Ya es la tercera sobredosis que lo trae a la clínica y no mejora por mucha metadona que le demos; sigue siendo un maldito toxicómano.
Hemos intentado llegar a la raiz del problema pero se niega a hablar con los psicólogos, hemos intentado quedarlo unos dias aquí pero acaba por marcharse y volver a las mismas. Y encima cada vez aumenta su agresividad. Me temo que si vuelve a darle otra sobredosis no sobrevivirá.—Escuché que decía una voz a lo lejos, pero que a medida que iba pronunciando cada una de las palabras -que supongo que hablarían de mi-  se acercaba, hasta sentirla. bastante cerca.
Con lo que me quedaba de fuerza conseguí abrir poco a poco mis ojos y obvservar la habitacion cochambrosa de hospital, que por desgraciado que suene, me era muy familiar.

Normal, te pasas todos los días aqui metido.

Vi cómo la puerta se abria lentamente y me dejaba a la vista dos figuras masculinas con batas blancas.

— Hombre, señor Benzer, cuánto tiempo sin verle.—Dije irónico, con un matiz de amargura en mi tono.

— No estamos para bromas, Styles. Parece que no entiendes la gravedad del asunto: Si vuelve a darte una sobredosis de cualquiera de las mierdas que te inyectas, esnifas, tragas, bebes, o lo que sea que hagas con ellas, estás muerto.— Espetó el señor Benzer mientras colocaba la tablilla, en la que sujetaba papeles, bajo su brazo. Con expresión seria y dura.

¿A quién pollas quiere asustar?

— Te internaremos en el Centro de Rehabilitación a Toxicómanos I.D.C a ver si vemos un cambio.— Continuó en el mismo tono y misma posición.

— Ni de coña vais a meterme en ese psiquiátrico para gilipollas mentales. Yo estoy perfectamente y no soy toxicómano. Si quiero puedo dejarlo ahora mismo.— Repliqué sabiendo que no era cierto; nunca podría dejarlo.— No podéis obligarme.

                                •

Caminé mientras arrastraba los pies por los pasillos del Centro de Rehabilitación. O mejor dicho: la cárcel para gilipollas.

Al parecer sí que podían internarme a la fuerza, y bueno, pues fue lo que pasó.
Tengo fuerza -aunque cada vez menos- pero no puedo con siete hombres cogiendome para meterme en una jodida furgoneta con asientos en los que podían atarte. Así que aquí estaba, en un cuchitril pintado de blanco, con goteras por las esquinas y gente sin dientes, o con ellos podridos, tabiques destrozados, mangas largas, etc, por doquier.

Que alguien me pegue un tiro en el cráneo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 21, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

havoc |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora