1- Tormenta eléctrica

18 2 0
                                    

Cuando despertó el viento helado le golpeo la cara como una gélida cuchilla. No recordaba el momento de la noche anterior en el que se había quedado dormida con la ventana abierta. Al intentar tragar noto su garganta hinchada y áspera. Era una maravilla ponerse mala el primer día de clases. El gato que su tia Hannah le había regalado por su décimo cumpleaños, Byron, un gato de pelaje gris y ojos azul oscuro, estaba hecho un ovillo encima de la ropa sucia que ella había olvidado recoger ayer. "Bosque de Noruega", así era como su tia había dicho que se llamaba la raza de Byron. No era un gato juguetón al que le gustase rasgar cortinas, hacer del papel higiénico su propio ovillo de lana o tirar las bolas decorativas del árbol del salón en Navidad. Era mas bien tranquilo, elegante, andaba por la casa como si fuese el rey del mundo y dependiendo de su humor (que no solía ser muy agradable) dejaba que lo acariciases o no. Cada vez que lo veía andar, con el rabo sobre el lomo y la cabeza bien alta se preguntaba «¿No será este el rey de algún reino gatuno que mi tía ha robado?». A veces se lo preguntaba mientras hacia sus tareas y él estaba a su lado sentado, con ojos presuntuosos que parecían querer que levantase el culo de la silla para que lo siguiese a través de una puerta mágica. Le gustaba asomarse al balcón de su habitación y subirse sobre la cornisa para ver a la gente pasar y a las palomas volar, todo eso parecía darle una sensación de paz interior. Al principio le daba miedo, pero después de ver como trepaba hasta el tejado se me pasó. Byron era el único amigo que tenía, no le gustaba mucho la gente y en su anterior colegio se sentía totalmente fuera de lugar. Tenía una mísera gota de esperanza de que no le pasase lo mismo en el colegio al que iría en una cuantas horas.

No tuvo mucho tiempo de hacer nuevos amigos en el colegio, una semana después sus padres estaban muertos y su tía la había llevado lejos de Londres.

5 años después

La sensación del viento en la cara me hacía sentir libre, y la forma de mi draquem debajo me hacía sentir segura. Con el sol a las espaldas ocultandose tras el horizonte nos dirigíamos de vuelta a la Academia donde el director nos esperaba, orgulloso de haber salido ilesos de una misión de clase C. Las misiones consistían en ir ha ayudar a aldeanos y campesinos de islas cercanas que estaban atemorizados o sufrían el acoso de algún monstruo de bajo nivel. Había cinco clases de misiones: las de rango E estaban hechas para los novatos que acababan de llegar y solían consistir en cosas simples y fáciles como ayudar a los campesinos a transportar cargas pesadas o llevar medicamentos a las aldeas lejanas. Las de clase D consistían en el apaciguamiento de fieras como hipógrifos o pegasos desbocados. En las de clase C ya empezabas a enfrentarte a males mayores como pequeños enanos (que aunque sean pequeños son jodidos) que molestan aldeas o hadas demonizadas que convierten en árbol todo lo que ven. Las misiones A y B eran de rango superior pocas eran las personas que conseguían volver ilesas, o con vida. Eran en pueblos lejanos donde la sangre de los lugareños era mitad humana y mitad magia de hada, enano o trasgo. Monstruos de diferentes categorías atacaban los pueblos ya bien fuese buscando venganza, alimento o pura atención.

La misión que hoy se nos había asignado consistía en dar una lección de principios básicos sobre lo que está bien y lo que está mal a los tragos. Ya sabes, esos seres pequeñitos verdes y regordetes, pueden parecer inofensivos pero procura que no te den un bocado y sobre todo no enfadarlos, en el caso de que cometas ese grave error dale miel... y si no tienes yo que tu echaría a correr.

Tras volver de la misión teníamos pensado algo como salir de fiesta o algo así pero mientras volvíamos, cuando teníamos la Academia a una media hora de camino una tormento se cruzó entre nosotros y nuestro objetivo. Las tormentas de las islas flotantes eran bastante peligrosas y sobre todo si empezaba a oscurecer pues en las islas flotantes no hay ningún faro que te ayude a llegar a tu destino. Metimos prisa a nuestros draquems intentando que la tormenta nos pillase de pasada pero no hubo forma. La teníamos detrás nuestra pegada a los talones. El viento que se habia levantado no ayudaba ya que nos daba en la espalda, empujando cada vez mas rápido la tormenta que llevábamos detrás. La Academia tenía unas rigurosas normas sobre no salir a misiones cuando hubiése tormenta pero cuando nosotros la habíamos abandonado el sol brillaba en lo alto de nuestras cabezas sin ninguna nube en el cielo. En el caso de que ocurriese lo que a nosotros nos pasaba en aquellos momentos había dos normas que todo aquel que tuviese dos dedos de frente y quisiese seguir vivo debía obedecer: 1) No separarte de tu cuadrilla. 2) No intentar llegar a tu destino. Pongamos la situación (que no era la nuestra) de que te alcanza una tormenta pero vas a cruzar por más islas antes de llegar a tu destino. Lo que tienes que hacer es acampar en una de las islas por las que pases y esperar allí hasta que esta amaine.

El Castillo de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora