IV

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Las gotas de lluvia golpeaban con delicadeza las ventanas polarizadas del coche negro

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Las gotas de lluvia golpeaban con delicadeza las ventanas polarizadas del coche negro. Un pequeño niño de tan solo cinco años miraba tristemente a través de la ventana, con su cabello rubio y mojado tapando parte de su cara, y una mueca triste que no desaparecía de su rostro.

El día estaba gris en todos los sentidos. La ceremonia había sido entristecedora, llena de lágrimas, y a pesar de que habían asistido apenas cinco personas al funeral, a los hermanos Britton les había parecido que eran demasiadas.

Kay se había abrazado a la pierna de su hermano mientras los ataúdes descendían. La señora Johnson, una trabajadora de servicios sociales que había estado junto a ellos desde el accidente, hacía apenas cinco días, se acercó a ellos cuando la ceremonia llegaba a su final.

A Kay le parecía de lo más simpática, aunque les dijo a ambos hermanos algo que había hecho enfadar a Ryan y que él no logró entender. Mientras la señora Johnson permanecía tranquila, Ryan gritaba furioso, llamando la atención de todos los asistentes.

- ¡No! ¡Debe haber otra solución, me niego!

- Ryan, por favor, cálmate... -intentaba tranquilizarlo la señora Johnson.

- ¡No, no, no! -llevándose las manos a la cabeza.

- Lo he intentado, de verdad que lo he intentado -se mostraba compasiva, pero seria.

- ¡No lo suficiente! -el adolescente de ojos verde y pelo castaño claro se hallaba fuera de sus cabales. Kay se separó de su hermano, temeroso. Nunca lo había visto tan enfadado- ¡Lo he perdido todo! ¿Entiende? ¡Todo! ¡No puedo perder a Kay también! No puedo...

Se derrumbó en el suelo. Apoyando su cabeza en las rodillas y sollozando sin cesar. Los cinco invitados, que eran el socio y la socia de su padre con sus respectivas parejas y una cercana amiga de su madre, se acercaron para dar el pésame, pensando que lo que había hecho llorar al joven de a penas dieciocho años había sido el final de la ceremonia.

Cuando el cementerio estaba ya prácticamente vacío, Johnson le explicó a Kay lo que había hecho enfurecer a su hermano, y el pequeño entendió porque su hermano lloraba.

Tenían que separarse, le había dicho Johnson. Debido a la corta edad de Kay y a la falta de recursos de Ryan, el juez había decidido que lo más prudente era que el pequeño permaneciera en la casa social, mientras que Ryan, que acababa de cumplir los dieciocho, asistiría a la universidad de Yale, en Connecticut, a más de catorce horas de Atlanta.

Desde el coche, el pequeño veía a su hermano subirse junto a Johnson en su todoterreno marrón. Aunque la lluvia no le permitía ver con claridad, creyó distinguir los labios de su hermano despidiéndose del chico con un "adiós, enano". Las lágrimas se agolparon en sus ojitos castaños. Golpeó el cristal cuando el coche comenzó a moverse, alejándole de la figura de su hermano, que seguía de pie junto al todoterreno, mojándose con la lluvia y mirando hacia el coche sin expresión alguna.

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⏰ Última actualización: May 26, 2017 ⏰

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