Tengo veintidós años y el alma tan cansada como un anciano,
tengo los pies agotados de andar,
el corazón de canas tintado,
no quiero recorrer más caminos, no tengo ganas.
Estoy cansado de actuar,
de sonreír, de luchar.
Quiero que las luces se apaguen,
que se cierre el telón,
que se cancele la función.
Mis manos están astilladas de moverlos hilos,
mi cuerpo, asqueado de bordear barrancos por los filos.
Sólo quiero guardar mi cuerpo convertido en marioneta,
olvidar los trucos que guarda mi maleta.
Es sólo adornar la mierda,
esconder mis ganas de convertirme en tierra.
Son sólo palabras bonitas,
sólo letras que se amontonan,
que salen a borbotones cuando más lo necesito,
es sólo que sangro en cursiva,
es sólo que despego las alas cuando se me cierran las salidas,
cuando se me abren las heridas.
Mi sangre se convierte en tinta,
el dolor, en el ligero rasgar de una pluma contra un papel demasiado manchado,
arrugado, el papel donde guardo mi vida,
que tan sólo quiere ser olvidado.
La ceniza que quedó tras un bello fuego ahora extinto.
Donde antes brillaba la llama
ahora sólo quedan rescoldos,
sólo quedan las quemaduras,
sólo brasas que deterioran sin cesar,
sólo el recuerdo del dolor de que un día pude volar,
de que un día pude enseñar a volar,
sólo el eco distorsionado de tantas alas que ayudé a descubrir.
Pero mi vista, enturbiada, modificada,
por una asqueada botella que siempre me ronda no me deja ver,
no me deja ser, lo que una vez fui.
Sólo un árbol herido por el rayo,
sólo su llanto silenciado,
que se aferra a la vida creciendo,
implorando, que le roce el sol,
que le devuelva el calor.
Sólo un pájaro que con su llanto mojó sus plumas,
que ahora intenta alzar el vuelo en vano.
