Agazapado contra el murete de una azotea, miro hacia abajo, hacia la caída que me esperaría si no controlara mi cuerpo de la forma en que lo hago, el suelo bajo las ocho plantas de éste edificio me mira burlón, esperando que falle, que me resbale y que me destroce contra él, pero no pasará, le devuelvo una sonrisa sarcástica y me pongo de pie, comienzo a andar sigiloso, en equilibrio sobre el fino muro, ahora soy yo el que se burla. Veo pronto el final, comienzo a acelerar mis pasos hasta convertirlos en una alocada carrera, siento como mi cuerpo surca el aire, llevo hacia delante los brazos, agarro con fuerza el bordillo y amortiguo el golpe contra la fachada de un nuevo edificio, hago acopio de la fuerza de mis músculos y subo mi cuerpo hasta quedar de pie, vuelvo la vista atrás, pienso un momento en cómo hubiera acabado si algo hubiera salido mal, si me tropezara antes de alzar el vuelo, si calculara mal la distancia, recuerdo las palabras de mi madre antes de taparlas con fuerte música electrónica en mis auriculares. Pero nada ha pasado y a salvo estoy, aún queda camino por delante. Me ajusto la capucha y reanudo mi carrera sobre gravilla. Llego al extremo de este edificio, paro, calculo la distancia hasta el siguiente pero es demasiada, sé que no puedo llegar, conozco mis límites, así que dirijo mi vista hacia abajo en el fachada, veo una terraza cercana, a la que podría saltar sin lastimarme demasiado, poco veo más allá, pero aún así siempre sigo adelante, retrocedo un par de pasos, tomo algo de carrera, despego mis pies del suelo y me preparo para la caída. “Para un caída que nunca llega, de pronto todo se vuelve negro a mi alrededor, me siento en medio de la nada pero no cayendo, quizás tenga los ojos cerrados, pero no, los tengo bien abiertos, de par de en par además, miro hacia donde creo que sería abajo y nada hay, miro arriba de donde he saltado pero la azotea ya no está, ni el edificio, ni la ciudad, sólo yo. Me siento más entretenido, curioso que miedoso, al contrario, una buena sensación se apodera de mi, soy liviano, acabo de darme cuenta que puedo dirigir mi cuerpo sin moverlo, tan sólo mentalmente dirigiendo la vista hacía donde quiero desplazarme. Algo se escucha en la lejanía, sonidos rotos, distorsionados, de sintetizador, pongo rumbo hacia ellos y gradualmente todo se va aclarando a mi alrededor, estoy entre nubes, a mi alrededor bandadas de pájaros me acompañan, atravieso por un grupo de grises nubes amenazadoras, portadoras de tormenta, siento la humedad pegada a mi piel.- ¡Esto es real!- Alejo de mi todo pensamiento, todo intento de razonar esto que está pasando y simplemente dejo que ocurra, me dejo disfrutarlo ya que me siento libre al fin. No paro de mirar alrededor, entre las nubes, entre remolinos de plumas, gracias a los brillos del sol noto ciertas similitudes en mi camino, como una guía, un canal que inconscientemente sigo, distingo finas líneas que atraviesan nubes, de un tono más claro sobre el fondo, las nubes se van disipando, el cielo se va aclarando mientras desciendo, mi camino me lleva a algo que cada vez vislumbro con más claridad, una puerta, que me resulta brutalmente conocida, es la puerta de mi casa, la decepción me devuelve a la triste realidad, a mis responsabilidades.
Tomo carrera, salto, agarro la ventana del primer piso, fuerzo los brazos y de un tirón me apoyo en el quicio, me muevo entre los barrotes hasta llegar al balcón, subo al tejadillo y de un salto llego a mi ventana, abierta como de costumbre, me desvisto y me meto en la cama, justo mientras el sol sale. A la hora prevista.
Cierro los ojos y me dejo vencer por el sueño. Escucho las voces de mi madre gritándome desde el salón, me parece como si sólo hubiera estado durmiendo unos minutos, pero fui yo quien eligió ésta vida, no puedo quejarme ahora. Me levanto, me pongo unos vaqueros negros, unas deportivas y una sudadera, negra también, pintada por un buen amigo. Salgo de mi cuarto, ya sabiendo lo que me espera, me voy a la cocina, tomo un tazón en mis manos y vierto leche fría, cojo el paquete de cereales y me echo los pocos que quedan, voy al salón y me siento a la mesa para desayunar. Tengo la mirada en la televisión, la mente en mis caminos celestiales y los oídos ocupados con la retaíla de mi madre, siempre dice lo mismo, otra vez con tus escapadas, otra noche sin dormir, eso no es vida. Termino de desayunar sin mediar palabra, desde el dormitorio de mis padres oigo las voces de mi padre llamándome. –Otra noche de borrachera.- Pienso para mis adentros. Voy aunque sea tan sólo para que cese con sus gritos. Aún sigue en la cama, sin poder levantarse, le agarro por detrás de su espalda y de un tirón consigo poner en pie su pesado cuerpo, le ayudo a llevarle al baño y de nuevo los gritos de mi madre diciendo que llego tarde a clase. –¿Que importan las clases ahora?-. Cojo mi mochila sin saber que libros llevo, sin saber que asignaturas tengo.
Salgo al frío de la mañana y cruzo la esquina de la calle, andando, por la acera, como cualquier persona normal. Veo el autobús en la parada, corro en vano, ya que el conductor prefiere pasar de mí. –Otro día llegando tarde a clase…- Aunque aún tengo una oportunidad, mi camino entre nubes, el me dará un ruta. Miro al cielo, me concentro y mis piernas comienzan a correr, guiadas por impulsos ajenos a mi propio cuerpo, salto bancos, subo paredes, bajo muros hasta llegar al instituto, aún es pronto y las puertas no han abierto. Rodeo el edificio, subo al techo del gimnasio, corro en toda su largura hasta llegar al borde, despego los pies del suelo, preparo las manos para la recepción contra el muro, amortiguo contra el muro y escalo hasta llegar a la azotea, mis pies tocan la gravilla que recubre el suelo, hago rodar mi cuerpo y me tumbo en el suelo, dejándolo descansar, mirando al cielo.
El ruido de un motor me despierta de mi sopor, es el autobús, eso significa que ya es hora de entrar a clase, decido levantar mi cuerpo, decido obligarme a dar un paso tras otro, pero a cada paso mis ganas de ir a clase disminuyen, un rayo de sol me hace desviar la mirada, veo una azotea próxima, a la que fácilmente podría llegar, dejo que mi mochila caiga al suelo y empiezo una frenética carrera y vuelta a empezar.
De tejado en tejado explorando la ciudad, siguiendo el camino de mi cielo, viendo lo que muchos ven desde puntos que jamás nadie ha visto, sitios que sólo los pájaros pueden visitar. De cuando en cuando me paro a observar los laberintos de calles bajo mis pies, miro como la gente corretea agobiada, miro como se chocan en un paso frustrado, agobiante, siento pena por ellos, encerrados en sus cubículos allí abajo, me siento afortunado por sentir esta libertad. Decido bajar al mundo real, o normal, no estoy seguro. Relajo mi pulso, ando tranquilo, entro en una pequeña tienda donde el dueño ya me conoce, voy hacia las bebidas refrigeradas y como es típico ya tomo mi energética preferida, voy hacia la caja a pagar, charlo con el dependiente y se niega a cobrarme.
Ando unas calles más hasta encontrar una pequeña plaza escondida, donde el sol baña mi piel, me dejo descansar en un banco metálico, hasta que mi móvil suena, un compañero de clase, respondo y éste empieza a echarme la bronca por faltar a clase, me dice que queda poco para el recreo, que me está guardando la mochila. El deber pesa más que mis ganas de volar, así que un día más que llego tarde a clase.
Unas horas desperdiciadas y vuelta a casa, otra llamada, mi padre se ha vuelto a escapar, seguro que estará en algún bar matándose a copas. Así que sin remedio debo ir a buscarle. Por suerte conozco bien los bares habituales, por lo que me resulta fácil encontrarle. Me lo llevo de allí casi a rastras, entre quejidos, insultos e intentos de pegarme. Paro a un taxi, que por supuesto tengo que pagar yo, una vez en casa le ayudo a subir las escaleras, le ayudo a esquivar los gritos de mi madre y le recuesto en la cama. Ya que mi padre no está consciente me toca aguantar la furia de mi madre. Voy a la cocina entre gritos, abro la nevera y observo la miseria que queda, cojo algo para comer y me encierro en mi cuarto, odiando con cada músculo de mi cuerpo cada segundo en esta casa, casa gota de sangre que me une a ellos. Me dejo caer en la cama, no sin antes poner música fuerte, electrónica oscura, lo mejor para tapar los gritos, tanto de mi madre, como los míos propios.